Muchos no quieren líos y prefieren no atender. Quizás, por cierta desconfianza, o porque están en plena faena. Pero también, parece, porque dudan de si quien les pregunta por lo que hacen, cuánto se suele ganar, o si van a estar los próximos días, pudiera ser un policía de esos que llaman 'de paisano', o anacrónicamente, 'de la secreta'.
El Sábado de Pasión, el Ayuntamiento de Sevilla informó de que fueron requisados decenas de juguetes. Son los resultados del dispositivo de "intervención en las inmediaciones de las cofradías para evitar la venta ambulante no autorizada". Ahí entran los que van con el carrito con las bebidas, o los que llevan juguetitos de esos que piden los niños cuando llega Semana Santa: desde el tambor y la pelotita a las más modernas pistolas de pompas de jabón.

Dependiendo de la jornada -parece que con la marcha de las nubes desde el miércoles o el jueves, más- la estrella suele ser la botellita de agua o la cocacola. En la Madrugá, a partir de las tres no habrá bares, hasta que a las ocho se retome la actividad. Esto será un reto logístico, en realidad, más allá, como el problema para acudir a los baños. El que quiera hidratarse, tendrá la opción de buscar -o esperar que aparezcan- estos carritos de aguadores.
Uno de ellos explicaba a lavozdelsur.es este Martes Santo sobre el mediodía, cuando solo el Cerro estaba en la calle, que apenas llevaba 30 botellas vendidas de una previsión de 150 botellitas de agua. A un euro cada una, dice que las compra a 30 céntimos, así que le gana unos 70 céntimos. "Y aparte las bolsas de hielo".
En su caso, atiende en un carro de supermercado que se ve que lleva muchos kilómetros encima, y que va empujando con dos bidones en el interior en los que van las botellas mezcladas con el hielo, con el que juguetea mientras habla.

Siente en su caso que este año hay más presión policial, que siempre la hay, pero que hay más. "Otros años me han multado. Son 300 o 400 euros, pero como no tengo para pagarla, no la pago". En su casa son siete personas: el matrimonio, cuatro hijos y su propia madre, que vive con ellos. Este año dice que está ganando apenas nada, y que seguramente "no estaré con el carro la Madrugá".
Una joven pareja con un niño pequeño
Otro de esos carritos lo lleva una joven pareja. El pasado Domingo de Ramos, en el Parque de María Luisa, señalaban casi de pasada, sin querer pararse demasiado, que tienen un niño pequeño. "Mi familia tiene que comer", decía él.
Si por algo se caracterizan estos vendedores ambulantes es por la prisa, por la mirada al horizonte mientras venden y cobran. Van a prisa, dando vueltas. Uno de ellos, que no quiso participar en el reportaje, bajaba una avenida concurrida mientras pasaba una hermandad. Cruzó entre los nazarenos y se perdió con su carro nada más que detectó a un policía local que realizaba el rutinario corte del tráfico con su moto aparcada en el cruce.
Apenas cinco minutos después, tomando alguna callejuela, volvía a aparecer a toda prisa por el sitio desde el que volvía originalmente. Dicho de otro modo, que se escurrió entre la gente y no se hizo visible hasta que no había detectado un punto sin vigilancia aparente.
Para los negocios que venden con su licencia, lo que hacen los que van con estos carritos debe ser perseguido. La autoridad municipal, de hecho, tiene la obligación de vigilar, porque además cualquier venta de productos debe constar con una trazabilidad alimentaria o de protección del consumidor. Pero cuando aprieta la necesidad, todo es mucho más complejo. Buscarse la vida, simplemente. Hoy, porque es Semana Santa. Mañana será con otra excusa, ante la necesidad persistente. "Para pagar lo que cuesta la licencia, tendría que tener otro trabajo". Y si lo tuviera, no tendría que estar vendiendo con el carrito, viene a decir.