Tienen El Rocío y su explosión de naturaleza alrededor algo diferente. Más allá de que aquí los científicos de todo el mundo se queden con la boca abierta, por más que sus conservacionistas adviertan, por ejemplo, de que Doñana es lo que separa a Europa -y la contiene- del desierto del Sáhara. Más allá de titulares sobre si ciertos empresarios sacan agua ilegalmente, de la absoluta importancia de este enclave.
Tiene algo Doñana -con su entorno- que la hace especial. Como el secreto del lince ibérico, esos enormes gatos que aunque hoy se cuenten por millares siguen siendo difíciles de ver. Tiene algo que uno parece transportado. Un aire a esencia humana. Y hasta un lado de películas de Salvaje Oeste, de lo inexplorado como rutina.
Sin revólver ni nada, pero aquí, en este mundo occidental donde todo pueblecito es urbano, quedan puntos donde uno se va a calentar mejor con leña que con estufa eléctrica. Y donde las cubiertas de una casa no son de ladrillo, sino de castañuela. Esta es una planta perenne que llena las hectáreas de Doñana, como un pasto seco. Allí, alguien le vio utilidad. La misma que le siguen dando.

Pedro Solís y Francisco Ríos acuden cada año al parque en busca de esas castañuelas. Ubicados en Villamanrique de la Condesa, en Sevilla, a un salto de Hinojos, Huelva. Realizan sus peticiones de manera formal, les permiten entrar a zonas concretas y recogen kilos y kilos. Lo hacen habitualmente en verano. Ambos son cuñados. El negocio viene del abuelo de Solís. Hoy se llama la empresa Chozas Doñana. Es la ciencia de convertir un desecho en un artículo de lujo.
Antiguamente, vivir en el entorno de Doñana significaba hacerlo en chozas humildes. A menudo era necesario pasar temporadas en el campo, así que más importante aún era tener un lugar en el que refugiarse con toda la familia. Sin embargo, desde los 80, tener una casa protegida por su techo de castañuela se convirtió en lujo.
¿Por qué? Porque mantiene esa esencia histórica, y porque además ofrece muchos beneficios que no tienen las cubiertas tradicionales de ladrillo con solería o teja. La castañuela evita el exceso de frío y de calor. Tan simple, ecológico, sostenible y eficiente como eso.

"Esta es una planta muy dura. Se crían bajo el agua, como el arroz". No son cañas de río, sino mucho más resistentes. Similar, pero con más calidad, que el brezo de las sombrillas de piscinas de hoteles. Las castañuelas se secan cuando Doñana pierde su humedad, que suele ser a mediados de agosto o primeros de septiembre. En esas fechas, Solís y Ríos se van a realizar esa siega. Hoy, con máquinas que hasta amarran, "mi abuelo con guadaña".
Para hacerlo, se necesita un importante conocimiento de Doñana, que ambos atesoran tras 25 temporadas acudiendo. Por ejemplo, que el coche o la máquina no se metan en el barro terrible de Doñana del que uno no sale ni con grúa como lleguen las primeras lluvias. Suelen sacar unos cuatro o cinco camiones, aunque depende de cómo han sido las últimas épocas de lluvia.


Para mantener el equilibrio del parque, se controlan cantidades, así que en el contexto de sequía que ha habido en los últimos diez años, todo se ha tenido que recortar. Esta temporada de lluvias asoma hacia una explosión que está culminando con una primavera reflorecida, así que pintan bien los próximos tiempos. Para ir con margen, este verano intentarán recoger una docena de camiones, por si en próximos años vuelve la falta de lluvias. El parque, en ese equilibrio, lo pide, porque este es un negocio de aprovechamientos, es decir, una actividad que no solo da de comer al entorno sino que ayuda a mantener un Doñana limpio, sostenido.
Ambos se dedican a construir chozas que pueden ser de dimensiones enormes o similares a las que antiguamente poblaban los campos. Si ya tienen paredes, solo pondrán las cubiertas. Aunque pueden hacer la estructura completa. El proceso es el siguiente: toman esos haces de castañuela tal como los dejó la máquina, y van seleccionando manojitos. Limpian y recortan los bordes, vuelven a atar en un haz más pequeño y queda preparado para constituir un mallado, una capa, que es la que servirá de techo.

Antes de colocarlos, los mojan para que sea más fácil de cortar con el cuchillo. Se suelen montar entre 15 o 20 centímetros. Cuanta más pendiente tenga ese tejado natural, mayor durabilidad. Cada dos décadas, más o menos, tocará una nueva instalación, que se coloca directamente sobre la anterior. Por eso, muchas chozas tienen capas de medio metro de grosor. En muchos lugares, los más expuestos a la naturaleza -y este lo es- se colocan redes antipájaros.

El trabajo que llevan realizando 25 años en un campito entre Villamanrique e Hinojos es totalmente fordiano, repetitivo. Horas de radio bajo el frío o el calor elaborando estas mallas que luego emplearán en las chozas. Se han ganado ya ciertos descansos: los días de lluvia ya no trabajan.
Apuran las mañanas para descansar las tardes, que las suelen dedicar a otras labores propias de empresa, como contactar con clientes. Cuando toca instalar, van con sus equipos a cuestas adonde les pidan. Puede ser en la costa gaditana, lo cual implicará alojamiento para varios días, encareciendo lógicamente el precio. por un techo de unos 50 metros cuadrados, el precio base son unos 7.000 u 8.000 euros, explican. Que para ser sector de la construcción, no es ninguna locura.

Uno de los clientes de Chozas Doñana es José Pérez Camacho, al que conocen como El Herradura en Hinojos. Es propietario de un restaurante, la Choza de Hinojos, camino del parque nacional. Especializado en carnes, con una genial parrilla, el enorme espacio está cubierto por estas castañuelas, dándole un aspecto típico y tradicional. El Herradura está ya jubilado pero con una mirada puesta en el negocio, con una fuerte clientela.

"Humedad no hay en invierno, y en verano es más fresco", explica el hostelero. Optó hace 25 años por los techos clásicos que él había conocido ya de niño. Hace un lustro aproximadamente se renovó con una capa encima. "Me dije, voy a hacer una cosa que no tenga nadie". Y eso que la renovación le ha costado unos 30.000 euros, debido a las grandes dimensiones del establecimiento.

Tanto le gustó que en un apartado muy cerquita de su restaurante se ha hecho una casita, que emplea, reconoce, para descansar o pegarse sus fiestas. Tiene fotos con toreros, por ejemplo, o con clásicos rocieros como José Manuel Soto, los Cadaval... Defiende este uso tradicional de las cosas, como él las ha conocido, pero hoy con ese componente de lujo.
Donde vivieron como pudieron aquellas criaturas que se iban al campo, hoy hay un negocio conectadísimo a la naturaleza. Casas o restaurantes no solo hechos en Doñana, sino hechos de Doñana.