El Altozano es salida de Triana, o entrada. Una de ellas, la del puente del punto y aparte. Aquí queda uno de los reductos de la Triana que fue y sigue siendo, la del pueblo marinero del Guadalquivir. 200 años tiene. Ahora está techado, porque hasta hace no tanto estaba al aire. Y el suelo era de arena. Porque un mercado siempre fue eso. Y este estaba en el arrabal de lo que de por sí siempre fue arrabal, Triana.
Fali es una clienta de Loli de toda la vida. Desde niñas se conocen, en calle Alfarería. Loli Romero es hija de Cristóbal, a quien recuerdan en el Mercado de Triana con una placa a un comerciante que abrió en 1939. "De toda la vida nos conocemos". Ambas conocieron esto con otra apariencia. Hoy, es el mercado gourmet que mantiene los puestos de colores de las frutas o el pescado fresco. Taperías que fueron o siguen siendo charcuterías. Comerse una paella mientras ves llenar las bolsas de boquerones.
La clienta no suele venir a los bares, sino a sus puestos de toda la vida. Una enamorada. Y le encantó aquello de la peatonalización, aunque no tanto a Loli, que rememora ponerse en doble fila y bajarse un momento a por algún mandado. "Uno va en consonancia con el tiempo. Estábamos con 200 bollos en el suelo. Pero ese mercado hoy no tendría vida", añade la frutera.

Hoy, esta frutería vende para su clientela de toda la vida, pero también para turistas que compran packs de fruta partida y van comiéndosela por la calle como quien en días de Navidad come castañas. A la vez, "la gente de Triana no ha dejado de venir en ningún momento". Pero adaptados a los tiempos. "Esto es un milagro que siga vivo". Y el milagro se llama turismo, que llena los puestos y que se cotizan con largas listas de espera, con traspasos que rondan los 25.000 o los 30.000 euros.
Ella no se ve abriendo bares, cuenta, porque le ha cogido mayor, porque "me quedan tres telediarios aquí". Pero sí que lo ha pensado. Y lo entiende. "Yo soy muy innovadora". Podría hacerlo en una parte del puesto, subdividir, pero quiere que la clientela no se quede "abandonada". Tampoco viene nadie detrás, ninguna tercera generación. "Dos sobrinas trabajaron conmigo aquí, pero están ya bien posicionadas, una maestra y otra capitán, es militar".

La clave del éxito de Triana es la ubicación. Centro turístico de Sevilla. Y "el calor que nos damos". Esa forma de ser trianera. Exigente, y su manera. Las cosas bien hechas, pero diferentes.El marido de Loli preside la asociación de comerciantes del mercado de Triana. "De turismo hay lo más grande. Los guiris se quedan alucinados", dice Juan Antonio Ramos. En Japón venden melones a 20 euros el kilo, cuenta, y aquí los precios son otra cosa. Por eso lo de vender fruta cortada, para comerla como si fuera snack.
Enrique, un pescadero con 25 años y un lustro de carrera
En el puesto de Carmelita, una pescadería, no está Carmelita, sino un sobrino y un sobrino-nieto. Un puesto del año 69 donde sigue la vida "dura del pescadero". Enrique había trabajado en la hostelería, como tantos de su generación, cuando rondaba los 18 años. Se acabó con la pandemia, de la que hace cinco años, y no había más que reinventarse.

"Los puestos se están perdiendo", cuenta, en referencia a su generación. Mantenerlo es un trabajo previo de mucho cuidado, mucho esmero. Va enumerando y casi todo es de Sanlúcar de Barrameda, dice mientras muestra las etiquetas que lo atestiguan. En general, media Bahía de Cádiz. "Cada vez viene menos gente de mi edad y el 80% vive del turismo" entre sus amigos. Compiten aquí contra el fenómeno del supermercado, ese que abre cuando los puestos de trabajo se van quedando vacíos. Comprar a las seis, las siete o las ocho de la tarde.
La contraoferta que se realiza en el Mercado de Triana es la relación calidad-precio, explica Enrique. Y adaptarse, por supuesto. Porque gracias a estos puestos clásicos de toda la vida, en parte sobrevive la cocina andaluza. "Aquí casi todo los servimos ya limpio y preparado". Sacarle las entrañas al boquerón no es cosa de un minuto, sino que hay que estar mecánicamente haciéndolo. Aquí lo preparan. "Ya poco más que falta enharinarlo y que te lo eche yo en el aceite".
Y luego está el concepto de temporada, la variación de precios. El marisco ha bajado respecto a Navidad, claro. Pero hoy había bacalao a 16,80 el kilo porque no pudieron faenar por el viento. El poco que hay sale más caro, por oferta y demanda, por incremento desde la lonja hasta Mercasevilla. "Pero el pescado de España sabe diferente". En Marruecos, a siete millas, dice, "no sabe a nada", y está "al lado" de la Bahía de Cádiz. "Ese sabor es diferente, y es lo que pagamos aquí. La clave es que nunca vamos a engañar. Si un bar nos pide pescado de otro sitio, se lo traemos. Y si lo ponemos aquí, también, pero siempre lo vamos a explicar".
Marina, del pescado a los souvenirs
Entre los puestos no faltan los bares, y tampoco comercios. Flores, por ejemplo. Y tiendas de souvenirs. Marina es la propietaria y lleva ocho años. Tiene todo preparado para cerrar unos días, a falta de que le concedan todas las licencias, y ampliar con el local de al lado, porque las cosas van bien.

Es hija de pescadero y ahora tiene ella este local. "Con el pescado era difícil estando yo sola". Una vida diferente. Probó con una ferretería y tenía su clientela, pero acabó en los regalitos para visitantes. Bufandas del Betis y del Sevilla, trajecitos de flamenca... "El turismo es lo que entra ahora. Se llevan muchos imanes, abanicos, sombreros, gorras, mantones...". Todo lo que suene a Sevilla.
Decenas y decenas de visitantes, precios que se dan en inglés, se ven a las puertas del mercado cada día, con esa entrada coqueta en escalera hacia abajo al pasar el puente de Triana.
De bar de cafés a restaurante de todo
En los mercados siempre ha habido algún bar que servía el café de las cinco o las seis de la mañana, con su churro, a los primeros clientes y a los propios comerciantes. Un lugar donde desayunar, especialmente en esos días que el cuerpo pide algo calentito. Siempre tuvo también ese bar que todos conocen de la cervecita del mediodía y hasta del chupito. De ese bar clásico a la actual La Muralla de Triana, de Luis Fernández, hay un trecho.
Pero explica Luis que tampoco ha cambiado tanto. Que se ha adaptado, como todos en todas partes. "Desde el covid se están haciendo las cosas medio bien con el turismo", explica. Abrió en 2001 y "me he adaptado a la situación, yo era de cafetería y de montadito", a lo sumo, "y la demanda de la gente ha ido cambiando la filosofía del bar". Y también es de la filosofía de "ir a más".
Aunque advierte. "Llegará un momento en que esto no sea un mercado de abastos, será una galería comercial. Cuando cierra un compañero se abre un bar. Eso es verdad". Él estaba cuando "esto eran dos bares".
Un taller de cocina para extranjeros... y a veces españoles
Uno de los negocios que se sale de lo habitual del mercado es el Taller de Cocina Andaluza. Una apuesta hace 10 años, cuando el turismo ya estaba, pero no tanto como ahora. Victoria Jiménez es cocinera y explica que ya para entonces el mercado estaba cambiando, pero no tanto como ahora. "Son clases de cocina dirigidas a turistas, que quieren pasar un rato agradable". Este martes, se preparaba una paella que luego los mismos participantes degustaban con un vino. "Es una aproximación a nuestra cultura, no solo es cocinar".

Unas clases de tres horas que comienzan con un paseo por las propias instalaciones del mercado, y que genera ventas y vidilla en el resto de puestos porque a cuenta de conocer la actividad se acaban sugiriendo compras como quesos, embutidos, carnes... "Es un buen sitio para nosotros, porque tenemos las compras a la mano". Y va bien, más de una docena de personas.
Este taller también tiene clases en español, por supuesto, incluso a modo de curso largo de varias semanas, y otras propuestas como el llamado team building, eventos organizados por empresas para que participen los trabajadores y mejoren sus relaciones.

Tan variado e inesperado es todo el Mercado de Triana que cabe todo el mundo: el trianero, el sevillano, y el turista. Como siempre, recibiendo con los brazos abiertos, como marca la esencia del propio barrio. Un cartel advierte. Desde las cinco de la tarde no abren todas las puertas. Porque se queda para restaurantes. Una parte del día se apaga, la de las frutas, el pescado o la carne. Y se mantiene la del mismo producto, pero servido, cocinado. A la gente le gusta salir, mucho. Más aún en este mercado de Triana, tan diferente.