La pasada noche fue la primera en que alrededor de medio centenar de estudiantes dormía en tiendas de campaña, y en una especie de jaima de lona de plástico azul, en el Rectorado de la Universidad de Sevilla. Es la llegada del movimiento por Palestina, importado de Estados Unidos, donde los jóvenes han obligado al Gobierno de Joe Biden a repensarse su actitud condescendiente hacia Israel. Una transformación que se entiende por la oportunidad: la gran potencia afronta elecciones el próximo noviembre, entre la continuidad de Biden y la vuelta a Donald Trump.
En un sentido más ibérico, las acampadas de la juventud universitaria son sobre todo una manifestación europea, la de reclamar a los gobiernos, y en especial a la UE, que hagan algo para impedir que Israel siga matando en Gaza. España planea, según las últimas filtraciones a la prensa, reconocer al Estado Palestino a finales de mes, un movimiento del Gobierno de Sánchez que no tiene precedentes. Y se va a transformar, parece, en algo real y a corto plazo: las universidades españolas revisarán los convenios con universidades israelíes y promocionarán al estudiantado palestino.
Pero, más allá de qué se consigue, es en parte la primera gran protesta, que se va repitiendo por campus andaluces y españoles, de una generación. Desde principios de los 90, años del Cojo Manteca, pueden enumerarse sucesivas manifestaciones masivas, acampadas... Cada una, hija de su tiempo. Las de corte antiglobalización a finales de los 90, contra la Guerra de Irak, contra el Plan Bolonia -la reforma universitaria que transformó licenciaturas de cinco años en grados de cuatro más uno extra de máster, al estilo europeo-, el 15M... y ahora esto. Entre medias, más batallas, claro.
Fernando es estudiante de Arquitectura. En una mesa, a la entrada del Rectorado por calle San Fernando, atiende a todo aquel que se quiera informar. Mucha gente de la Marea Verde, de la manifestación de los sindicatos educativos en esta huelga del 14 de mayo, que comienza a unos metros, frente al Palacio de San Telmo. Cuenta que la primera noche ha funcionado bien, que no ha habido problemas. Esta mañana, la acampada estaba algo más tranquila porque la mayoría de estudiantes había ido a clase. "Siempre hay relevo, nunca se quedará esto vacío", cuenta.
En la jornada del lunes, para celebrar la asamblea que daba comienzo a esta acampada, hubo algún desencuentro con la seguridad de la universidad. Finalmente, el único desencuentro ha sido el acceso a los baños en las últimas horas de la noche del lunes, que se solventó. Aunque la universidad es contraria a la acampada en calle San Fernando, porque le ofreció la parte que de hacia la avenida del Cid, y en un comunicado condenaba este movimiento, que se suma al cierre de un patio interior el pasado viernes para una reunión. Algunos palos en las ruedas que no han ido por ahora a más.
Con esta acampada, "queremos demostrar que estamos en contra de este genocidio, queremos que se vea". El objetivo es "cambiar las cosas desde abajo. Se supone que los de arriba están a nuestro servicio. Y queremos que los gobiernos actúen". Esperan que el reconocimiento del Estado Palestino sea solo "el primero de muchos pasos".
Eso de que los estudiantes de humanidades, de carreras como filosofía, bellas artes, filología, etc., tienen más tendencia a movilizarse, parece que se cumple en esta generación. En arquitectura, Fernando ve mucha pasividad. "No se mueven por este tema. Estamos algunos. Pero por su trasfondo, en otras carreras hay más conocimiento sobre lo que ocurre". Indiferencia. Un poco, protestar hoy en día quizás sea de rara avis: "Muchos tienen la sensación de que protestar no sirve. Que las peticiones son bonitas, pero, ¿para qué sirve?".
Otra chica de la acampada, de la carrera de filología hispánica, cuenta que en algún momento durante la noche lo pasó mal. Ahora, tienen que acostumbrar al cuerpo a pasar horas en la calle. Almuerzos organizados, cenas -para ello cuentan con cajas de resistencia, financiándose con donaciones-, turnos para entrar en los baños... Algo tan básico como eso, este lunes, desde las seis de la tarde hasta las once de la noche aproximadamente, se complicó. Por eso ella no lo pasó tan bien.
"Veo el ambiente universitario algo molesto, incrédulo, como que molestamos por estar acampados aquí", dice. Pero nada comparable a la vida en Gaza, así que no se preocupa por cualquier indisposición que se sienta. "Hay compañeros que no están concienciados". Y ofrece sus porqués: la cámara de eco de las redes sociales, donde los algoritmos imperantes muestran solo lo que uno suele consumir. Y si en redes se informa mal -o se desinforma- sobre lo que ocurre en Palestina, a través de las redes sociales, a esos estudiantes no les llega. "Al de izquierda solo le llegan contenidos de izquierda, y a los de derecha, solo noticias de la derecha. Eso aísla, polariza".
"Estamos intentando que los compañeros sepan, lean, vean imágenes, que las vidas en Palestina no valen más ni menos que las nuestras". Un ejercicio de empatía. "Hay gente muriendo, hay que pararlo. Y no nos importa estar molestando a otros estudiantes, ese es el punto de las manifestaciones", hacerse notar ante una comunidad "escéptica". Pero subraya. "Si no estás informado, te va a dar igual".