Tiene Sevilla una Catedral, que es Patrimonio de la Humanidad, y que es el templo gótico más grande del mundo. Dicen que del siglo XV, pero que es atribuible a los almohades, porque esta Catedral no se entiende sin la torre, el alminar, la Giralda, y sin el patio de las abluciones, que hoy es el Patio de los Naranjos. Pero solo hay que rascar la superficie en hora y media para entender que, como tantas maravillas del mundo, de la Catedral es propietaria en realidad la pura historia, y de sus historias, de los detalles que hoy se recogen en manuales sobre la construcción del templo, y de los que han ido heredándose por los siglos.
Es la Catedral de la Virgen de la Antigua o de las decenas de misas que se ofrecían en cada una de sus capillas, de la mañana a la noche, y hasta la nueva mañana, simultáneamente, como centro vivo de Sevilla, la que fue capital del mundo, y la que perdió a la mitad de la población por culpa de la peste.
Una visita guiada, que lleva años en marcha, ofrece en lo que dura una película ese paseo por las aventuras de la Catedral que están ancladas en la piedra. Piedra, por cierto, de la Sierra de San Cristóbal, de El Puerto hacia Jerez. Comienza con una pequeña introducción sobre el origen: por qué esta Catedral, como muchos templos en España, son en realidad herencia musulmana. Será del siglo XV, pero mínimo se sabe que lleva un milenio al culto, sea a un Dios o al otro. Eso, nada nuevo. Pero, ¿cuántos sevillanos saben que antes de que se impusiera la Semana Santa actual, Sevilla daba mayoritariamente su devoción a la Virgen de la Antigua? Tampoco es desconocido, porque esto es un repaso de datos, que no cabrían nunca en hora y media, ni en un reportaje que aspira a reflejar algo de ello. ¿Cuántas veces han elevado la cabeza ante ese retablo? ¿Cuántas veces han contemplado las numerosas banderas de países latinos que muestran respeto, como recuerdo de que por allí pasaron tantos marineros del Atlántico, esparciendo la devoción? ¿Por qué solo a unos metros está Colón?
Aunque lo importante llega cuando se sube el primer tramo de escalera y uno se pierde por esas cubiertas, apoyándose ante las naves, que van erigiéndose como si fueran nuevos edificios sostenidos en el aire. O el paseo frente al rosetón de la Puerta de la Asunción, que si impresiona desde fuera, verse frente a él da cuenta de la pequeñez del paso de una vida dentro de toda la historia.
Entre ese anecdotario -la vida y el conocimiento son una sucesión de momentos, de decisiones, de proyectos emprendidos- están los pequeños ojos desde donde puede contemplarse el interior de la Catedral, testigo que es del propio proceso de construcción del templo. Por ahí corrían cuerdas para elevar los encofrados medievales, sostener piedras o cualquier otra necesidad de conectar cielo y tierra.
Pero si algo se lleva la palma, es ver de cerca, en altura, la Giralda. Es la mejor forma de distinguir las evidencias de que, por ejemplo, fue roja y blanca. O que sus cuatro lados no son iguales. O que hace evidente que sigue siendo la torre de Sevilla, por más que dos puentes y un rascacielos copiaran el empeño por navegar las nubes. No. La Giralda, tan de cerca que desde las cubiertas uno intuye que puede abrazarla, es el recordatorio de que podrán poner un tranvía y franquicias en la calle, pasarán coches de caballos y no sabe si algún día tirados por robots, que la Giralda y la Catedral contigua seguirán siendo el punto capital dentro de la capital.
Lo que parece que nunca ocurrirá es que la Catedral de Sevilla se lleve más el mérito de los ojos en una vista amplia. Ocurre que casi todas las grandes catedrales del mundo tienen una plaza al frente, para que pueda ser contemplada. Tan importantes a menudo para un palacio son los jardines desde donde se accede. En Sevilla, no. El barrio del Arenal fue simplemente el puerto de Sevilla que prácticamente alcanzaba al templo como en la orilla, y de esas casas marineras hoy lo que hay son pisos, bloques, oficinas, garajes... Hubo un proyecto, cuentan en la visita, que en los años 40 no fraguó. El arquitecto municipal quiso regalar a Sevilla una gran plaza que echaba abajo algunos de los edificios desde la actual avenida de la Constitución hasta el río. Para eso, para contemplar la Catedral de frente. Era la Posguerra y el desarrollo económico -y hasta el derecho a la propiedad de miles de personas- lo hacen hoy impensable.
Por eso, como la Catedral de Sevilla no puede verse de lejos, para entenderla, hay que verla de cerca. Otro verano más, en visitas nocturnas, desde donde se contempla la puesta del sol hacia el Aljarafe. Es mucho más que una foto de Instagram. Para entender Sevilla, su identidad fraguada en los siglos, hay que entender su Catedral, o perder la mirada entre los trazos de líneas blancas, geometría pura, pintadas en el suelo en una de las cubiertas. Parecerían aleatorias, pero investigadores de la Universidad de Sevilla lograron distinguir ciertos 'arañazos' para reconstruir la guía que empleaban los maestros, a falta de los planos de hoy día, para que cada piedra tuviese la forma exacta, necesaria.
Sevilla y su Catedral no caben en hora y media. Pero esta visita es imprescindible para despertar una necesidad, la de visitar los cielos de Sevilla, la de entender los Pilares de la tierra sevillana.
Para más información, puede realizar la compra de las entradas en la web de la Catedral de Sevilla.