El mantón es una prenda que cubre el hombro y el cuello que se popularizó en el siglo XIX en España. Lo llevaban reinas, alta alcurnia, como símbolo de elegancia y, casi, de capacidad económica. Manila es la capital de Filipinas, un país con el que España rompió relaciones comerciales tras el desastre del 1898. No hizo que decayera la prenda, históricamente relacionada con los viajes por el globo terráqueo. La seda, hay que recordar, fue el material que daba nombre a una ruta comercial con Oriente. Lo que pasa es que en Cantillana, un pueblecito de apenas 10.000 habitantes en la Vega del Guadalquivir, lo han convertido en símbolo.
En las ferias andaluzas, o en pasarelas, como la We Love Flamenco que se celebra estos días en Sevilla, el mantón de Cantillana es tendencia. Caminando por las calles, no es difícil encontrar tiendas que ofrecen estos mantones de flamenca. Estas piezas son similares al mantón de Manila clásico, solo que algo más pequeñas. La marca propia de Cantillana es el enrejado, una artesanía heredada de abuelas a nietas, y de la que se tiene constancia desde aquel siglo XIX, auspiciada, por un lado, por el evidente mundo flamenco que iba surgiendo, y por el interés de mujeres con economía suficiente para querer diferenciarse en encuentros sociales.
Nuria Chaparro es una de esas artesanas que aprendió de su abuela, durante los veranos, cuando volvía a su pueblo, porque ella es de la capital. Tiene un taller en la localidad, donde vuelca su tradición y su formación como diseñadora. "Mis padres se han dedicado siempre a la moda y es algo que he vivido desde pequeña. He dormido en mesas de corte, entre rollos de tela". Su juego para pasar el rato no eran solo el escondite u otros habituales: "Cuando me decían 'estate quieta y ponte ahí', me ponían a teñir botones".
Su abuela, también sastra, ya conocía la confección y el fleco. "La cultura del enrejado viene de ellas, de esas abuelas que van pasando su conocimiento. A la gente joven de Cantillana, si no le gusta otra cosa, siempre le acaban enseñando el enrejado, es siempre una alternativa". Chaparro explica que Cantillana "se diferencia mucho, aquí hay gente que se dedica a teñir seda, a ofrecer una gama mayor de colores", y a esos flecos enrejados. "Las mujeres, en vez de comer pipas, se salían por las tardes en corros con su silla a hacer nudos".
En su taller, elabora alrededor de un centenar de mantones de Manila al año, porque esos sí son a demanda. "Son más grandes" y el enrejado es mucho más complejo, con más vueltas sobre la prenda, con flecos mucho más largos que van cerrándose en nudos. Quizás, un mantoncillo puede llevar una jornada de trabajo, quizás algo menos. El de Manila, hasta dos semanas en que se finalice completamente. Por eso, superan ampliamente los 1.300 euros, frente a los mantoncillos de traje de flamenca, más económicos.
La industria del mantón de Cantillana no ha parado de crecer en los últimos años. El de Chaparro es un taller donde también se confeccionan trajes de flamenca, aunque otros muchos son exclusivos de ese mantón. "Aquí se trabaja todo el año. Date cuenta que está la Feria de Abril, pero también está la de Jerez, el Rocío, otras ferias de Andalucía". Y en estos días, pasarelas como el We Love Flamenco, que desde enero obliga a tener encarada toda la producción de 2024.
Este año, por ejemplo, se van a llevar colores flúor que no llegan a ser fluorescentes. Detrás de eso, hay muchas horas de trabajos silenciosos, de diseños "hasta en la playa, en los 15 días que me voy de vacaciones" preparando bocetos para imaginar los floreados del año siguiente.
"La marca Cantillana vende en tantas ferias y pasarelas porque está hecho a mano. Hay mucha competencia con los procedentes de China, pero ni la seda tiene la misma calidad, ni el bordado, ni nada en general". Quien compra en Cantillana busca ese diferencia de la "artesanía antigua" que casi cada cantillanera sabe hacer.
Que no es lo mismo creer que se sabe hacer algo que ejecutarlo. El trabajo de los nudos de flecos es, en parte, similar, al de rederos de Sanlúcar. Porque detrás de cada nudo, hay cálculo matemático hecho a ojo. Pongamos que estamos frente a uno de esos flecos que cae del mantón. Un milímetro más o un milímetro menos descuadra la longitud de los posteriores. Y ante el error, lo único que puede hacerse es volver sobre los pasos, desanudar.
Apenas a unos metros del taller de Chaparro se encuentra el de Mercedes Domínguez, Dobenal. Lleva más de dos décadas con un trabajo artesanal que ha ido creciendo. También aprendió de su abuela. "Ella era muy trabajadora y muy exigente a la vez". Aprendió desde el enrejado hasta los dobladillos, la 'bastilla', antes de urdir (unir los flecos al mantón).
"En los mantoncillos está todo inventado y a la vez todo por innovar", dice porque trabaja con prendas clásicas que cada temporada se van renovando.
En su caso, su taller trabaja con firmas en la capital sevillana al por mayor. La cantidad de demanda no da abasto para que el pueblo pueda elaborar y llenar las ferias de Andalucía. Hay algunas importaciones o encargos al exterior. Domínguez muestra un enorme dibujo con los diseños que ya va teniendo en mente para 2025. Aunque hay que guardar como oro en paño, nunca mejor dicho.
Porque una realidad de los mantones de Cantillana es que a menudo son copiados fuera. "Recuerdo realizar un diseño basándome en otro mantoncillo muy antiguo. Pues tendrías que ver cómo me lo copiaron" desde el extanjero. "Lo justo, las siete diferencias mínimas" para no tener problemas legales. Todo porque estos talleres son la referencia.
"Esta artesanía no está valorada como me gustaría", lamenta. "Que la gente sepa que hay mucho trabajo artesano detrás". Y que ella puede comprobar, por su experiencia, las muchísimas diferencias entre sus materiales y los de importación extranjera. "No está pagado" ese trabajo que han aprendido de las abuelas.
Unas diferencias que sí aprecian en las pasarelas, lógicamente. "Tenemos mantoncillos en We Love Flamenco en Carmen Acedo, Pepe el Ajolí, Manuela Macías, Luisa Pérez...", va relatando. Aunque lo mejor es ver sus diseños por la Feria de Abril. "Es que cuando me doy cuenta no necesito ni una copita de vino para tener adrenalina".
Si aquella antigua copla de La verbena de la Paloma decía aquello de "dónde vas con mantón de manila", ahora la pregunta es: ¿Dónde vas sin tu mantón de Cantillana? Un trabajo más allá de la memoria en un rinconcito de Sevilla que ha sabido ganarse el prestigio en el mundo de la moda flamenca.
La alcaldesa de Cantillana, Rocío Campos, explica que el pueblo se distingue por ese flecado del mantón porque "no hay máquina que lo haga igual" que el trabajo "manual y artesano, de generación a generación que no se ha llegado a perder". Cuando alguien compre un mantón, "queremos que se sepa que es de calidad, que no hay en ninguna parte".
Alrededor de una decena de mujeres tienen sus talleres, y detrás hay flecadoras. "Queremos incentivar la marca, que haya una competencia en positivo entre todas las personas que se dedican a esto, para valorar más la mano de obra. Si la competencia va por vender a dos euros menos que otro taller, eso no nos lleva a nada. Queremos unir a las empresarias para que se revalorice el flecado".
La Casa del Mantón ha sido reabierta, "un espacio pequeño pero coqueto, una casa que apetece visitarse. La idea, turísticamente, es potenciarlo. En estos días, llevamos el mantón por bandera en Simof, en We Love Flamenco". En esta última "somos escaparate, y se promociona con vídeos" durante las pasarelas.
Campos explica también que el flecado apunta a ir evolucionando. "Hace poco, un taller recibió una petición" de un mantón que lleva como diseño "un tatuaje". Por eso, el objetivo es ampliarlo y adaptarlo "a los eventos sociales, no solo vinculado a la moda flamenca, que es a lo que parece que principalmente se vincula".
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