La historia de una persona con altas capacidades no es la que sale en las películas, ni la que uno pudiera pensar sin conocer un caso concreto. Daniel, protagonista de esta historia, sí saca actualmente buenas notas en su colegio, en los Salesianos de Triana, en Sevilla. Pero no siempre es necesariamente así. Detrás de cada una de estas personas, a quienes coloquialmente se les llama superdotadas, hay montones de condicionamientos y circunstancias personales que determinan su trayectoria. Principalmente, la motivación. No es cuestión solo de que una persona con 155 de coeficiente intelectual piense más rápido o mejor, sino también diferente. Así lo va contando María Castro, madre de Daniel, que con 12 años ha comenzado a recibir clases de Química general y orgánica en la Universidad Pablo de Olavide.
"Él se aburría en clase, las horas se le hacían eternas. Me puse a investigar y descubrí que había un acuerdo entre la UPO y la Asociación Española de Superdotados y con Talento", cuenta María. En Primaria, "se me regañaba por no echar cuenta en cosas que ya sabía. Quería asistir a la universidad o algo por el estilo. Antes, barajaron opciones como pasarme de curso, pero yo no quería porque tengo a mi grupo de amigos", añade con una evidente madurez al comunicarse. "Y siempre he sido muy de ciencias". Los días eran tratar de convencer a su madre para hacer experimentos. "Intenté escribir un libro de ciencias. Eso murió, aunque ahora estoy con otro".
Su objetivo es "ser ingeniero espacial en la NASA. Para eso, tienes que entender cómo funciona la materia, la energía y la química. Me apunté aquí para ir aprendiendo un poco". Un proceso que no ha sido sencillo. Acude a la universidad en horario de mañana, lo cual no ha supuesto una merma en sus notas en el colegio, porque ha sacado todo sobresalientes. Que exista un acuerdo con la asociación de superdotados no significa que sea un procedimiento sencillo. Hubo que exponer el caso a la Junta para permitir las excepciones, faltar algunas horas al régimen normal.
Y algo más, tratarlo con la universidad. Juan José Gutiérrez, profesor de la asignatura que cursa Daniel, ha puesto todo de su parte. "Me cogió de sorpresa". Cuando recibió la petición, avisó de que "no tengo experiencia" con alumnos tan jóvenes. "Y mi principal duda era si yo iba a estar preparado para adecuar las clases a su nivel. Hablamos de un niño de 12 años que no trae la base del resto de alumnos". Lo pensó y llegó a la siguiente conclusión: "Dije que si es bueno para él, vamos adelante. A partir de ahí me informé sobre cómo me tengo que adaptar".
Pero lo de adaptarse ha sido relativo. "Yo he intentado en todo momento que fuera un alumno más, no explicar cosas distintas. A lo mejor alguna vez me he detenido más en alguna explicación, pero nunca de forma personalizada, sino que también sirviera para que el resto de la clase recordara algo". La asignatura que cursa es de primer año, por lo que se necesita un menor bagaje previo que la de cursos superiores en la universidad. "El objetivo de Química general es nivelar a todos los alumnos, que tengan una base de conocimientos para profundizar luego en la carrera".
El primer día, cuenta Daniel, acudió y generó sorpresas lógicas entre los compañeros. Gutiérrez explicó que era un chico con altas capacidades. "Uno de ellos me preguntó: '¿pero qué edad tienes?". La teoría que circuló en el primer contacto en el aula era que no era más que una broma del profesor y que aquel chico era su hijo. "En el descanso me volvieron a preguntar mi edad y yo solo podía contestar que tengo 12 años. No tenía otra cosa que decir". Cuando se presentó allí el segundo día, entonces ya asumieron que la historia del increíble Daniel era la que habían escuchado.
"En clase cuenta con algún hándicap, sobre todo de base matemática. En el examen haremos una adaptación para que él pueda resolver los mismos problemas que resolverán sus compañeros", añade Juan José. El comportamiento en las clases está siendo "estupendo". "A él le veo como uno más. Charla antes de las clases con otros alumnos, lo he visto, aunque le da un poco de vergüenza levantar la mano para preguntar, por lo que he intuido. En mis clases, hago preguntas y algunas las ha respondido". "Me leo los apuntes antes de clase. La teoría la pillo, la entiendo. Las fórmulas me cuestan más", reconoce. "Entiende el concepto, pero cuando una fórmula deriva en otra, se pierde un poco más", añade el docente. En cualquier caso, el examen no es lo importante, porque en la práctica Daniel es un oyente, aunque apruebe la asignatura, no tiene trascendencia, ni siquiera si dentro de más de un lustro decidiera estudiar la carrera, porque no la convalidaría, es decir, no le constaría como aprobada previamente.
Es lo de menos, cuenta la madre. Lo importante es que ve a su hijo feliz, motivado. "Yo, al principio, solo pensaba que era un poquito más espabilado, porque es hijo único y no tenía con quién comparar", dice María. Con tres o cuatro años, rememora, Daniel preguntó a su madre "qué pasa cuando me muero". Muy por delante de los demás, con muchas inquietudes para las que la madre aún intenta informarse continuamente, "para estar a la altura". Aunque nada de ayudarle con sus tareas de la universidad, claro, "porque yo de ciencias nada, soy filóloga italiana". El amor por la ciencia le viene como infundido por algo que no logra entender. Ahora, al menos, si tiene una duda, Daniel puede consultar con Juanjo.
La historia sobre cómo una familia capta que ese hijo no es solo "más espabilado" da para una larga historia. "En primero de Primaria me llamó la tutora para preguntarme, porque había pedido a todos en clase que inventara una historia y él describió un planeta imaginario con todo lujo de detalles, como la forma de vida de sus habitantes. Lo primero que ella hizo fue reñirle para pedirle que no hiciera la tarea con mamá, pensó que había desarrollado yo la historia. Viendo que no era así, decidimos hacer la prueba de detección de altas capacidades". Daniel es, dice María, una persona "muy emocional. O de blanco o negro, lo ve todo intensamente. Tiene una madurez intelectual por encima, pero emocionalmente tiene 12 años. Esa asincronía es un conflicto, a veces difícil de gestionar, pero lo vamos consiguiendo". Él, en parte, se siente especial, pero le quita hierro. "Es como el que puede correr muy rápido, o juega muy bien al fútbol. Esto no se pide pero te viene".
Y tiene otras implicaciones. A menudo, un desarrollo de otras capacidades a otro ritmo, como la motricidad. Cuenta Daniel entre risas con su madre que al ponerse el guante para el laboratorio, es un poco caótico. Eso sí, en su tiempo libre, practica taekwondo, un deporte que prefiere por delante de otros como el fútbol. "Y estoy desarrollando un juego de ordenador con mis amigos". Practica robótica, diseño y programación.
El mensaje para quienes viven una historia similar es "que no decaigan", dice María. "No es fácil, no es un camino de rosas, a veces se encuentran barreras por el desconocimiento de los otros, o por apatía. Que luchen, que se puede. Un niño con altas capacidades tiene diferentes necesidades educativas que hay que cubrir, hay que luchar por eso".
Entre otros retos, ahora Daniel y María se han propuesto acudir a un campamento de verano de la NASA. Quiere estudiar Ingeniería aeroespacial, quizás en Madrid, aunque aún quedan algunos años para tomar esas decisiones. Daniel explica por qué el espacio: "Primero quise ser astronauta, pero pensé que meterme en un tubo de metal gigante a 200.000 por hora no era buena idea. Luego quise ser astrofísico, estudiar cómo son las estrellas, cómo se mueven. Pero luego quise construir los tubos en los que irán otros a Marte". Ha llegado, en su mente, a un escenario ideal, que quizás en el futuro se transforme en real. "Imagínate que se estropea el cohete en el que viajan a Marte. Pues sí, yo entonces podría ir a repararlo, ser el mecánico. Que me manden a mí". Suena increíble, claro. Como todo. Pero son las historias que esperan a alguien con la motivación de Daniel.