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Él lo pensaba algunas veces, pero no era verdad. Dios sí se acordaba de él, pero lo ha dejado más tiempo del habitual en este mundo y sus razones tendría. Eugenio Ropero Caballero iba a cumplir 102 años el próximo 26 de diciembre, pero ha muerto en la víspera de Todos los Santos, “en paz y en su casa”, como ha confirmado su hijo menor, Juan, a lavozdelsur.es. Hasta hace solo unos días se le podía ver por las calles de Maribáñez, el poblado de colonización al que él llegó con su familia cuando aún no habían trazado las calles, paseando en bicicleta, como siempre.
Era una estampa emblemática de la pedanía: Eugenio y su bici sin frenos. Y desde hoy va a ser una imagen de la memoria de quienes lo quisieron, que fueron tantos, porque Eugenio fue el guarda de las obras de esta pedanía construida a finales de los 60 del pasado siglo, el primero de sus practicantes, un trabajador incansable de la cooperativa agrícola, donde estuvo descargando sacos hasta bien pasados los 90 años y un ejemplar de carne y hueso de lo que Machado hubiera considerado un buen hombre en el buen sentido de la palabra bueno.
“Hasta para morirse ha sido bueno”, insistían hoy sus vecinos, pues aunque llevaba unos días con ciertas náuseas, Eugenio se levantó esta mañana y desayunó bien en su sillón de siempre. Ahí se quedó, y se ha marchado sobre las 13.00 horas sin querer causar molestias.
Eugenio llevaba 37 años jubilado, más de los que cualquier español aspira hoy a cotizar, y por eso su hijo solía gastarle la broma de que la Seguridad Social lo iba a meter en la cárcel. Él se lo tomaba a bien, pues sabía que había cumplido de sobra desde que, con cinco añitos, cuidaba pavos en Las Lagunillas, aquella otra aldea de Priego de Córdoba de donde era originario. Ha muerto, después de sobrevivir a su esposa Araceli, a la que tanto quería, sin padecer ninguna enfermedad, aseándose y vistiéndose él solo, haciéndose el desayuno y la cena hasta el último día y contraviniendo aquel consejo médico de hace unos años de que dejara la bicicleta cuando él le comentó que le dolía una rodilla. Ha muerto después de haber bautizado su calle con su propio nombre, con todos los homenajes posibles -del Ayuntamiento, del tejido asociativo y hasta del arzobispo de Sevilla- cuando se convirtió en centenario.
Se ha marchado, habiendo criado a cuatro hijos y ya con seis bisnietos –la mayor de 25 años-, dejando aquí el relato impagable de una vida completísima jalonada, al principio, por el hambre de la época. En el servicio militar, allá por el año 1943, simuló una apendicitis para que lo ingresaran, porque era la única forma de alimentarse decentemente. Lo operaron de apendicitis y a él le dio igual porque siguió comiendo tres veces al día durante más de un mes, hasta salir repuesto. La última vez que lo visitamos desde lavozdelsur.es, al poco de cumplir los 101, mantenía su costumbre de visitar a los enfermos.
El funeral por el eterno descanso de su alma será mañana viernes 1 de noviembre a las 17 horas en la Parroquia del Sagrado Corazón de Los Palacios y Villafranca porque la parroquia de la pedanía está de obras.
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