La vía verde de Los Alcores, antigua línea ferroviaria que unía Alcalá de Guadaíra con Carmona, y que los mayores del lugar llamaban ‘El tren de los panaderos’, guarda en sus márgenes el testigo de una comarca que ha mirado siempre al campo: latifundios de cereal, cortijos centenarios, oasis gracias a los manantiales subterráneos, abrevaderos para el ganado y fincas particulares. En una de ellas, en plena falda de esta pequeña meseta que el Valle del Guadalquivir forma en la comarca, se esconde la finca que Manoli Jiménez heredara de su padre. Olivos repletos de aceitunas gordales y otros minados de manzanillas; tagarninas secas esperando a las primeras lluvias; un huerto exuberante que esconde sapos, ranas y pequeñas lagartijas que se dan un festín de insectos; un aguacatero frondoso; alcaparras al rescoldo del alcor; decenas de patos y gansos; ovejas y cabras en libertad; galgos y podencos; un cerdo ibérico criado a la sombra de un algarrobo; gallinas poniendo huevos a pesar del canto de la chicharra y todo en armonía. Se respira vida.
Esta visueña de 44 años, que iba para ingeniera agrícola pero acabó licenciándose en pedagogía, fundó justo antes del covid su empresa, Firulai, consiguiendo algo que muchas personas sueñan: transformar su pasión en un modo de vida. Creció en un entorno rural, rodeada de animales y huertos, lo que desde muy pequeña forjó su conexión con la tierra. "Mi abuelo era pastor y trabajaba en una finca cuidando ovejas. Mi padre también adoraba los animales y, aunque tenía vacas, finalmente optó por criar ovejas. Yo siempre he sentido un amor profundo por el campo, por los animales y por todo lo que tiene que ver con la naturaleza", explica Manoli, que estudiaba junto a esas ovejas de su abuelo devorando páginas como gran lectora y mejor estudiante.

Volvamos a los orígenes. Antes de dedicarse completamente a la agricultura y ganadería ecológica, su camino tomó un desvío inesperado: la pedagogía. Estudió esta carrera porque le apasionaba la educación ambiental. Se dio cuenta de la importancia de inculcar en los niños el respeto por la naturaleza que le llegó a ella de manera natural; y que entendieran de dónde venían los alimentos. “Es fundamental que aprendan que la agricultura es la base de nuestra alimentación", comenta con convicción. Esta formación universitaria le ayudó a enseñar sobre la importancia del medio ambiente. También fue la semilla que más tarde germinaría en su empresa.
Como un perro vagabundo
La creación de Firulai en noviembre de 2019 fue la culminación de años de trabajo y aprendizaje en el campo. Y de preparación en las aulas, pues tras licenciarse siguió formándose en el sector de la agricultura y la ganadería. Recorrió media España trabajando siempre en el sector primario, incluso en una certificadora ecológica. Pero, como el hijo pródigo de la parábola, volvió a casa. El nombre de su negocio, Firulai, aunque hay varias teorías, puede que proceda de Latinoamérica, donde tiene el significado de "perro vagabundo", una definición que refleja el propio viaje de Manoli por la vida. "Pasé mucho tiempo buscando mi camino hasta que encontré mi propósito en la vida", dice sonriendo. Inicialmente, Firulai tenía dos vertientes: la venta directa de productos ecológicos y la organización de talleres educativos para niños. Sin embargo, la llegada del COVID-19 en 2020 trastocó sus planes.

La pandemia supuso el fin temporal de los talleres educativos, pero fue un catalizador para el éxito de la venta directa. Fue un momento en el que muchas personas empezaron a cuestionarse lo que comían y a preocuparse más por su salud. La demanda de productos ecológicos creció muchísimo y fue ahí donde pudo realmente expandir su negocio. El enfoque de Firulai es simple: vender productos frescos, de calidad, sin pesticidas ni productos fitosanitarios y directamente al consumidor, sin intermediarios, lo que garantiza un precio justo y una relación más cercana con los clientes. "Nuestros productos no solo son más sanos, sino también más sostenibles. Cuando compras en origen, reduces la huella de carbono", explica Manoli. Además, gracias a esta forma, puede ofrecer precios competitivos. "A menudo nuestros productos son más baratos que los convencionales que encuentras en el supermercado", puntualiza. Y cuando el cliente no está en su domicilio, centraliza los pedidos en puntos de recogida, como la librería ‘La Señorita Esquivel’ de Mairena del Alcor, entre otros muchos.
Verde que te quiero verde
El compromiso de Manoli con la agricultura ecológica es una forma de vida que refleja su profunda preocupación por el medio ambiente. "La agricultura y la ganadería están íntimamente ligadas. Separarlas, como ocurre en muchos sistemas de producción moderna, es un error. Para mantener el suelo fértil y con jugo es esencial respetar los ciclos naturales", afirma. En sus dos fincas de El Viso del Alcor y Carmona, las prácticas agrícolas están diseñadas para regenerar el suelo y promover la biodiversidad. El estiércol de los animales alimenta la tierra y la rotación de cultivos permite que el suelo recupere nutrientes sin necesidad de productos químicos.
De hecho, una de las preocupaciones más grandes de Manoli es la erosión del suelo, un problema que afecta a muchas fincas en Andalucía. "El suelo es la base de todo. Sin un suelo saludable, no hay alimentos saludables. Mantener la materia orgánica en el suelo es esencial para evitar que se desgaste y pierda sus nutrientes", explica. Ella apuesta por técnicas naturales, como la siembra de plantas que fijan el nitrógeno en el suelo y el uso de compost y estiércol para enriquecer la tierra. Además, prepara el terreno para que retenga las aguas de la lluvia, al estar en pendiente, técnica muy utilizada en lugares como Asia o en Canarias, donde siembran en terrazas.

Manoli también subraya la importancia de mantener los ecosistemas saludables para evitar plagas y enfermedades. Un ejemplo claro de esto es el tristemente famoso Virus del Nilo (VNO), una enfermedad que trae de cabeza a tantos pueblos de Sevilla, Huelva y Cádiz y que se ha cobrado ya seis vidas durante este verano en Andalucía. Manoli explica que este tipo de plagas son una consecuencia directa del desequilibrio ambiental: “Hemos eliminado a los depredadores naturales, como aves insectívoras, ranas y murciélagos, que antes controlaban las poblaciones de insectos como los mosquitos. Cuando alteras el ecosistema y reduces la biodiversidad, desapareciendo estos animales claves, los mosquitos, que son portadores del virus, se multiplican sin control y terminan picando a los humanos”, advierte.
Además, señala que el uso excesivo de pesticidas y productos químicos ha exacerbado el problema al envenenar tanto a los insectos como a sus depredadores, lo que deja el camino libre para que los mosquitos proliferen. “Es un círculo vicioso que hemos creado nosotros mismos. Si respetáramos más los ecosistemas, este tipo de enfermedades no serían tan comunes", concluye.

Para Manoli, el suelo es un recurso que se explota, sí, pero, sobre todo, un ecosistema que debe ser respetado y protegido. Lo define como “el sistema inmunológico de las plantas”. Si el suelo está bien nutrido, las plantas también lo estarán y serán más resistentes a plagas y enfermedades. Esta visión holística es fundamental en la gestión de Firulai, donde cada aspecto del proceso productivo está diseñado para trabajar en armonía con la naturaleza.
La venta directa, una salida a la crisis del campo
El modelo de negocio de Firulai, basado en la venta directa, no es fácil. Manoli reconoce que para que sea viable, se necesita una clientela comprometida y consciente. Del campo se puede vivir, pero no es sencillo. “Si no fuera por la venta directa, sería imposible competir con las grandes superficies", admite. Su estrategia ha sido ofrecer una variedad limitada de productos, pero de alta calidad y de temporada, lo que le permite centrarse en la frescura y sostenibilidad.
Actualmente, Firulai cuenta con más de 115 clientes regulares repartidos entre Carmona, El Viso del Alcor, Mairena del Alcor, Alcalá de Guadaira, Santiponce y Brenes; y la mayoría de ellos llegaron gracias al boca a boca, sin redes sociales. "No tengo porque no tengo tiempo para gestionarlas. Mi prioridad es el campo y mis clientes. El boca a boca ha sido suficiente para expandirnos, y estoy agradecida por eso", dice Manoli. Aunque reconoce que el uso de las redes sociales podría ayudar a crecer más rápido, su enfoque se centra en mantener una producción manejable y de calidad. No quiere crecer a costa de perder la esencia de lo que hace. “Firulai es una empresa pequeña y artesanal, y quiero que siga siendo así”, explica.
El compromiso de sus clientes también es clave para el éxito. Saben que cuando compran sus productos, apoyan una forma de producir que respeta el medio ambiente. No obstante, Manoli admite que mucha gente aún no está lo suficientemente concienciada. "Durante la pandemia, muchas personas empezaron a consumir productos ecológicos, pero, una vez que la situación se normalizó, volvieron a sus viejos hábitos", lamenta.
Más educación ambiental desde pequeños
Puro nervio y desparpajo, devoradora de libros -tiene más de 500 en su librería- Manoli Jiménez es optimista sobre el futuro de la agricultura ecológica y sostenible, aunque reconoce que queda mucho por hacer en términos de concienciación y cambio de hábitos. Afirma que la humanidad está en una carrera contra el tiempo debido al cambio climático, pero cree que aún “podemos mitigar muchos de sus efectos si adoptamos prácticas más sostenibles", sostiene. Para ella, la educación es una herramienta clave en este cambio y es por eso que los talleres y actividades educativas para niños siguen siendo una parte fundamental de su proyecto.

Además, lanza un dardo a los responsables de la consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional de la Junta de Andalucía, que estrena consejera, María del Carmen Castillo: “Los niños necesitan estar en contacto con el campo. Es esencial que aprendan de dónde vienen los alimentos y que experimenten de primera mano lo que implica producir de manera sostenible. El primer paso sería que los patios de los colegios hubiera menos cemento y más tierra”, comenta. Manoli cree que es fundamental que el sistema educativo incluya más educación ambiental. “Los niños y niñas tienen que salir más al campo para que aprendan sobre el medio ambiente en un entorno natural, no solo desde los libros. El contacto con la tierra es esencial para su desarrollo", afirma. Para ella, la educación ambiental no se trata solo de aprender sobre la naturaleza, sino de entender nuestra relación intrínseca con ella y cómo nuestras acciones diarias impactan el medio ambiente.
Aunque los talleres educativos tuvieron que pausarse debido a la pandemia, Jiménez planea retomarlos pronto, enfocándolos en pequeños grupos los fines de semana para que los niños puedan disfrutar y aprender en un entorno tranquilo. La idea es que los infantes comprendan los ciclos naturales y cómo cada estación trae consigo nuevas tareas en el campo. De esta manera, “desarrollan ese respeto por la naturaleza tan necesario y valoran el trabajo que implica producir alimentos”, añade.
El legado de Firulai
A medida que su empresa sigue creciendo, esta visueña amante de la naturaleza mantiene su enfoque en la calidad, la sostenibilidad y la educación. Su proyecto no es una empresa al uso, es una filosofía de vida, pues “representa todo lo que creo: una producción respetuosa con la naturaleza, una relación directa y honesta con los clientes, y una educación que inculca valores fundamentales en las próximas generaciones”, concluye.
Y es que, en un mundo cada vez más industrializado y desconectado de la naturaleza, el trabajo de Manoli Jiménez ofrece una alternativa, por suerte, cada vez más común y necesaria: una agricultura y una ganadería que respeta el medio ambiente, que educa y que proporciona alimentos de calidad a la comunidad. Sin pesticidas, en armonía. Firulai es un ejemplo de cómo campo y animales, tratados de forma ecológica y respetuosa, pueden no solo ser sostenibles, sino también rentables, siempre que se haga con amor, dedicación y un compromiso profundo con la tierra. El mismo que tuvieron con Manoli Jiménez su padre y su abuelo, al calor de las ovejas, a la sombra de un olivo, devorando libros.