Hace una semana, lo de comentar en el bar con el café y la tostada tenía que ver con el derbi. Este lunes, una semana después, en el Polígono Sur de lo que se charla es de lo evidente, el suceso del fin de semana que, por desgracia, ha vuelto a llevar a los titulares de la prensa nacional y en las tertulias de la tele. 'Armas de guerra en las Tres Mil Viviendas'. Una vez más, cierto cansancio, un 'uf'. Y una sensación de ser siempre noticia por lo malo, y no por lo bueno. "Este reportaje se puede titular 'Lo bueno que tiene las Tres Mil Viviendas'", propone Antonio Mengual, director territorial para Andalucía y Extremadura de la Fundación Don Bosco, una entidad que tiene su sede en el Polígono Sur.
Porque la decisión de la fundación fue establecerse en este corazón del barrio. Y hay que aclarar: lo que se suele llamar Tres Mil Viviendas es la barriada Murillo, rodeado por entornos de bloques de colores, que son los Verdes, los Amarillos, los Colorados y los Marrones. Y a todo el Polígono Sur, fuera de Sevilla, e incluso en la capital, muchos lo confunden con Las Tres Mil. Pero esa es una parte. Porque está la Oliva, o Pío X, las Letanías.
La Fundación Don Bosco, en este caso, sí está en las Tres Mil Viviendas. Dentro de esa paleta de colores, en el centro. Un espacio enorme de varias plantas con formación para la inserción, y donde se atiende a multitud de personas cada día, gracias a medio centenar de personas que la fundación salesiana pone a su disposición. Comenzaron como parte de la labor en la parroquia Jesús Obrero. Su actual párraco es el roteño Sergio Codera, aunque lleva muchísimos años en Sevilla. Junto a Cáritas, realizan una importante labor en el día a día. Así que, por un lado, en este corazón del barrio, está por un lado la iglesia y por otro la fundación.
Codera explica que ya acudía, cuando pertenecía a la orden pero no era sacerdote, a la importante labor de voluntariado. Este septiembre ha sido nombrado sacerdote de la parroquia y explica "la impresionante labor" que encuentra cada día en el barrio. Iniciativas como la hermandad recién constituida de Bendición y Esperanza. O una agrupación musical. O el centro juvenil. O las bolsas de trabajo para gente del barrio. O la propia Cáritas, que tiene desde ayudas a alimentos hasta asesoría para papeleo o un abogado que va una vez a la semana.
"La humanidad de las personas", cuenta Codera, es lo que hace especial al barrio. "Aunque las noticias del fin de semana hagan mucho ruido, no deja de ser ese árbol que cae, pero el bosque sigue creciendo. Un bosque es más grande que un árbol, y eso es lo bonito. La historia de familias, de mujeres, que te cuentan muchas cosas, pero que tiran adelante, con dignidad y con la cabeza alta".
"Hay que ir más allá de palabras bonitas"
Los ocho últimos años los ha vivido fuera de aquí. A su vuelta, reconoce que nota "más ruido" cada noche por las carreras de coches y motos. "Falta presencia policial". Justo a unos metros se ubica un solar del que es titular el Gobierno de España y que iba a ser una nueva Comisaría de Policía Nacional. Finalmente, se ubicó junto al Hospital Virgen del Rocío, muy cerca pero más allá de 'la frontera' del Polígono Sur. "Y que a las nueve de la noche cierra". Otro cambio que detecta es el aumento de población extranjera: latinos, africanos, "que nos enriquecen mucho, incluso para celebraciones como la Eucaristía".
Propone, pensando a futuro, y en positivo, que "todas las administraciones" vayan "más allá de las palabras bonitas. Trabajamos para hacer un trabajo en red, para unir a vecinos, asociaciones, instituciones... Pero debe hacerse con recursos reales". Junto a Codera trabaja María Antonia, monja también en la parroquia, en Cáritas. "Tratamos de atender a todas las necesidades básicas que encontramos, pero sobre todo, consiste en dignificar, en abrir caminos, y luchamos por la Justicia. No hay paz sin justicia y la situación en el barrio es difícil".
Lleva 14 años aquí e insiste en lo doloroso que le resulta que unos pocos manchen la reputación de las alrededor de 50.000 personas censadas en el código postal: "No se lo merecen. Aquí mantenemos la esperanza, fundamentalmente en nombre del Evangelio". Pide "llamar a las cosas por su nombre y dignificar". Recuerda que hasta este barrio de Murillo llegaron en su día, con mucha ilusión, familias procedentes de corralas de Triana, del Cerro del Águila, de El Vacie, de infraviviendas o de bloques con muchos problemas. Al llegar, "han recibido una bofetada detrás de otra. Me da igual el color de los partidos, porque toda la clase política tiene que ver en lo que ha ocurrido este tiempo".
Desde Cáritas se han puesto en marcha talleres de costura, de alfabetización, clases de español para extranjeros... Y la joya de la corona actual, el reciclado de ropa usada, que ayuda a que muchas familias, especialmente mujeres, se ganen la vida, gracias también a la ayuda de una treintena de voluntarios y voluntarias que sacan adelante esta labor.
José María Gómez es uno de esos voluntarios de Cáritas. Está jubilado, y dedica las mañanas de lunes a jueves a atender a las decenas de personas que acuden a pedir ayuda. Unas 15 o 20 de media. Ayudas para fármacos, gafas, alimentos, promoción de la mujer... una variada acción social que da vida al barrio. Dolores también está casi cada día, echando casi una media jornada, cuando bien podría ver la vida desde el sofá. Pero hay que implicarse. José María llegó porque es del mismo pueblo de Salamanca que "don Andrés, el antiguo párroco hasta que llegó don Sergio".
Los voluntarios, en su despachito dentro de la parroquia, tienen un enorme mueble con las fichas de los usarios de los servicios que prestan. Son centenares. los que andan a la mano. Y la sala la preside un corcho enorme con un mapa del barrio para distinguir las zonas de actuación de las iglesias. El mapa refleja esos colores tan famosos de Murillo, con las calles anotadas.
Cada día escuchan las necesidades y ayudan sin filtro, a quien puede. Lo religioso impulsa, pero lo fundamental es ayudar a los demás. "Abrimos la puerta a todo el mundo, y para todo, desde comida hasta arreglar papeles. Ir de la mano de las familias que les necesitan.
"Hay muchas necesidades"
A un patio de distancia de la parroquia, pero dentro del mismo recinto, está la sede de la Fundación Don Bosco para Andalucía. Su director, Antonio Mengual, lleva un cuarto de siglo trabajando aquí. Primero, en dependencias eclesiásticas. Y desde 2011 en un edificio anexo y renovado donde se dan clases y donde los trabajadores salesianos ofrecen soluciones a los casos particulares. Mengual ofrece, además, un diagnóstico profundo de la situación.
"Decidimos instalar aquí la sede para estar más cerca de lo que la gente necesita. Es una apuesta que hacemos por la gente del barrio". Mengual comenzó como educador de noche, así que puede hacer un reocrrido por multitud de realidades.
Hoy, la Fundación dedica mucho de su esfuerzo a los itinerarios de inserción sociolaboral. "Cada año vienen más de mil personas nuevas a nuestra puerta en busca de oportunidades". Siempre hay gente en la puerta, buscando alguna formación que le encaje, y que forma parte de ese 99% de mayoría que no sale en la tele, pero que viven "con el estigma de la etiqueta, de no poder decir en una entrevista que son las Tres Mil".
Entre esas personas que solicitan ayuda, hay muchos migrantes, por ejemplo, que necesitan regularizar su situación. Se les ayuda con los trámites administrativos. Hay dos pisos en el barrio para jóvenes extranjeros extutelados, aquellos de los que la administración se desentiende cuando cumplen los 18 años. Entre los colectivos ayudados, también, jóvenes que abandonaron la Secundaria, ya que el absentismo escolar es otra de las rémoras del entorno. Para todo ello cuentan con un taller de impresión 3d, el FabLab, o talleres prelaborales. Todo, o con fondos propios, o financiando con fundaciones como Yanduri, el grupo Concesur de concesionarios de Mercedes de Sevilla, o LaCaixa, o el SAE, o líneas de fondos que pueden captarse procedentes de Europa. Un trabajo que es ingente también en captación, para ser catalizadores de mucha acción social, pública y privada.
Muy lenta. Cuando llegué, era el inicio del Comisionado para el Polígono Sur. Entonces, lo que se pedía era una autoridad única, un organismo que pudiera coordinar al resto para transformar el barrio, porque históricamente se tenía la sensación de que se dedicaban muchos millones pero esto no cambiaba. A mí entonces me decían que esto tardaría 20 años en recoger los frutos. Han pasado más. Y realmente te digo, ojalá dentro de 25 años haya cambiado el barrio.
Hay cosas que han mejorado. En cuanto a recursos, por ejemplo, hay mucho más. Un centro de empleo, centro de día de mayores, la factoría cultural, el nuevo edificio de servicios sociales. Hasta estéticamente las calles han mejorado. Pero de fondo sigue el mismo problema. Absentismo escolar, empleo, inseguridad...
Cuando una familia tiene al fin una situación un poquito mejor, a menudo decide irse. Y ese piso lo ocupa normalmente una familia que está otra vez en una mala situación, de exclusión. Porque quien se viene a vivir aquí es porque no tiene más remedio. Al final, el barrio se transformará cuando todos los que progresen se queden. Hay estudiantes universitarios, pero cuando pueden, se marchan. Y la evolución es muy lenta.
Mengual se refiere también al estigma que pesa. "Solo hay que escuchar a la gente". Y comprobar que los de los titulares son "la inmensa minoría, con un comportamiento incívico". La pregunta que se hace el director territorial de la Fundación Don Bosco es "por qué tiene que haber aquí armamento, por qué se permiten comportamientos que no se darían nunca en otros sitios. Hay mucha impunidad".
La reflexión es que las administraciones contemplan y permiten en este barrio unos comportamientos que no se permitirían, por ejemplo, en Triana o Los Remedios. "No hay un compromiso para meter mano aquí de forma contundente. Pasa con las viviendas que tienen plantaciones de marihuana. Con lo fácil que es saberlo simplemente por el consumo eléctrico. Esa es la minoría que hunde al barrio".
"Hay familias que durmieron en el pasillo el sábado"
Mengual recuerda que esos vecinos cumplidores con la convivencia son las primeras víctimas de la minoría. "Esta mañana, desayunando en un bar, contaban cómo tuvieron que coger a sus hijos y cambiarlos de habitación, o cómo durmieron en el pasillo, porque su ventana daba hacia los tiros" de este pasado sábado. "Hay mucha gente honrada que sale adelante, que no quiere dedicarse al tráfico ni quiere tener armas". Y no olvida cuestiones que no son delictivas. Habla de personas que viviendo en un bajo se hacen un patio ilegal cerrando la calle. O montando piscinas en verano. "Si hubieran instalado aquí la Comisaría, habrían podido disuadir muchos comportamientos, como carreras o botellones de cada noche".
Pero todo ese enfado, lógico, tiene su contraparte. La cantidad de familias que gracias al trabajo diario en la zona consiguen buenos empleo y superar problemas. Gracias a actuar a todos los niveles. Una ilusión que no tienen, lamenta, todos los que podrían cambiar las cosas. "Creo que a muchos niveles, desde lo público han dado por perdido al barrio. ¿Por qué si rompen una parada de autobús no vienen y la arreglan? ¿Por qué aquí hay que poner un banco de hormigón y cuatro palos y que eso sea una parada? Pues se arregla, y si la rompen, la vuelves a arreglar, hasta que al final pase desapercibidos y nos acostumbremos a la parada y no al banco de hormigón". Recela incluso de cómo se han diseñado las obras, el plano. "Esto está aislado, encajonado. A un lado, el parque de la Oliva; al otro, el Guadaíra, por otro lado, la avenida de la Paz, y por otro, las vías del tren. Ese tren tendría que estar soterrado hace mucho tiempo y habría ayudado a la integración del barrio. Pasó en Cádiz. Cuando soterraron el tren, no hay barrios al margen y todo se ha normalizado muchas. Estamos encajonados. La mayoría de sevillanos ni siquiera ha pisado el barrio, y encima en redes hay que escuchar cosas como que habría que poner una bomba aquí. Es triste".
Mengual, con todo, lo que quiere es hablar en positivo. Ofrece diagnóstico, pero sigue y seguirá trabajando por ser un factor para la mejora, para el cambio. "Me pongo malo cuando veo el reportaje de Callejeros. Y es que no es así. La vida del barrio es pacífica, de gente honrada que tiene miedo, que no puede ni poner una denuncia para no arriesgarse a ser señalado. Es una pena, pero lo que pasó el fin de semana es algo minoritario. Y hace daño a todos", remacha.