Cruz Guillén se crio en este rincón de Sevilla. Un rincón, una esquina, un lugar. Casi en La Rinconada, casi en Sevilla, casi en el aeropuerto, casi en el arroyo de Miraflores. Es Valdezorras, su barrio. Y lo ha sido todo. Un poco, una alcaldesa oficiosa, la que manda, la que está en cada iniciativa. Trabajó 38 años en el colegio del barrio, que fue el gran avance que vivió la barriada. Ahora, jubilada, trabaja en la asociación de vecinos, participa en el hogar del pensionista y dirige Cáritas. "Estoy implicada en el barrio", dice quien es a la vez todo el barrio.
Hoy estaba citada a las nueve y media de la mañana en un descampado en la Vereda de Poco Aceite. Esto era un almacén de bombonas de butano. Pronto serán viviendas que se llaman de 'coliving', algo así como alquiler público de habitaciones para vivir como si uno estuviera en una residencia de estudiantes, con zonas públicas, como gimnasio, lavandería... Estancias en principio temporales para los agraciados en el concurso abierto de Emvisesa. No son casas para toda la vida.
Tampoco lo eran las chabolas que conformaron inicialmente Valdezorras en los años 40. Hogares, sí, pero no casas para toda la vida de entre quienes fueron los primeros pobladores de esta tierra. El escritor Juan Clemente creció aquí. Hoy cuenta en la zona con unos 200 familiares, 80 años después de que llegara la familia. La historia de Valdezorras es la del canal de los presos. Los que habían perdido la guerra aún salvaban sus vidas si construían una zanja de 148 kilómetros. Mejor que una cárcel, a lo mejor, donde uno iba a morir en tantas ocasiones con la crueldad pasiva de los nacionales en la Posguerra, cuando tantas miles de personas enfermaban en prisiones si no les habían dado "café", como decía Queipo de Llano.
"No eran libres, sino libertos", dice recordando a la palabra que tomaban los esclavos liberados en la Antigua Roma. "Los presos no podían irse a más de 10 kilómetros del canal". Así que empezaron a hacerse sus chozas, sus chabolas, y de ahí a fundar familias, casarse y tener hijos, amparados en que la Policía se iría olvidando de ellos. Crecer en Valdezorras era crecer en el campo. Los ladrillos iban llegando y cada cual, a la manera rural, se construía en sus parcelitas. Estas historias las cuenta Clemente en su libro La rebelión del olvido, en cuya portada aparece él mismo frente a una choza con su tío, su prima y un amigo.
De trabajadores en el campo, los vecinos pasaron a trabajar en la construcción, en otras huertas más alejadas, a tener hijos que se iban a Sevilla. Las aceras y las canalizaciones de agua las pagaron ellos mismos. Hasta entonces, o bien bebían de camiones cisterna o empleaban el agua de algunos pozos, principalmente para lavar la ropa. La luz eléctrica había llegado primero, pero el agua no salió del grigo hasta mediados de los setenta. Infancias felices y con espíritu contestatario, conectada con la capital por medio de un autobús al que llamaban El Congo.
Clemente fue militante comunista en 1973, pero como nunca había nada denunciado en Valdezorras, y como quedaba tan lejos, los grises no aparecían así que sería un cierto reducto de libertad de expresión. Hasta el 79 no se elaboró un plan parcial de ordenación urbana que delimitó el barrio y a sus propietarios, por encargo del entonces concejal Víctor Pérez Escolano, elaborado por Clemente y el aparejador Antonio Vallejo.
Cruz Guillén sitúa el agua en el grifo ya en los ochenta. Era también una muchacha. Se recuerda sumergiendo tomates, melones o sandías en el agua de pozo que salía fresca. Y recuerda los quinqués, las lámparas de aceite u otros combustibles para iluminar las noches. Y señala al otro lado del proyecto urbanístico público del coliving una hacienda. "Los alarcones de la Lastra". Una donación de la familia permitió crear el primer colegio de Valdezorras. Luis Alarcón de la Lastra fue ministro en la Posguerra, procurador en Cortes hasta los 60. Del bando de los vencedores, presidió también el Círculo de Labradores y promovió el modelo de las Confederaciones Hidrográficas.
"El colegio es lo mejor que tuvimos en el barrio, es lo que lo levantó", sostiene Guillén. Permitió el futuro, "carreras universitarias". Ella misma, a los años, siendo cocinera del centro y limpiadora, acabó estudiando por la UNED Educación Social. "¿Era más difícil antes comprarse una casa o ahora?", se le pregunta. "Ahora, pero dónde va a parar". Sus vecinos irrumpen en la respuesta porque la llaman a un corrillo tras la primera piedra. Quieren que ella conozca a la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez. O viceversa. No es una ministra que rehúse ese contacto, porque hasta 2021 fue alcaldesa de Puertollano, así que ambas charlan mientras los vecinos de toda la vida de Valdezorras las rodean. Cruz le ofrece a la ministra una lotería, una participación. La dirigente pide a una asesora que le acerque su cartera, que no la tiene a mano. Le da diez euros. Cruz Guillén insiste en que se lo va a regalar. Abre su bolso. Busca. "La lotería", dice mirando a un vecino, "¿ustedes tenéis?". La ministra sostiene el billete de diez euros. No hay participaciones. No a la mano. A lo mejor se lo ha acabado. Guillén es la que manda y a la que manda todos le compran sus participaciones.
Óscar Luna es el presidente de la asociación de vecinos. Tiene 36 años, así que conoce el barrio con calles asfaltadas, luz, autobús... Pero hay demandas que persisten. "El autobús ha mejorado respecto a hace 10 ó 15 años", explica. Pero "necesitamos un espacio vecinal donde hacer talleres". Y, sobre todo, se necesitan viviendas. "Hay muchos solares privados. Es necesaria la colaboración público-privada".
De aquellas chocitas a que los precios apenas se resintieran ni siquiera en el estallido de la burbuja inmobiliaria, recuerda Juan Clemente. "Porque el que vive en Valdezorras no se quiere ir". Porque es vivir a 20 minutos en coche del centro de Sevilla, pero con los beneficios de la vida sana del campo. Aunque con otro ritmo de vida. Porque Valdezorras es el barrio del aeropuerto. Aquí retumban las casas cuando pasan los aviones. Hay quien pega respingos a las seis de la mañana cuando pasa el primero. Está a unos metros sobre las cabezas, sobre las azoteas. Para quien vive aquí, ni se nota. A la ministra, de hecho, le pilló el ruido de los motores durante su intervención. "Yo me fui a Viena en bicicleta", explica el escritor, que no necesitó ni que lo llevaran al aeropuerto para ver mundo.
Y con todo, la demanda de vivienda no bajará. El coliving de 92 viviendas en Valdezorras tiene que ver con estancias temporales, quizás para jóvenes. Pero el metro cuadrado, a pesar de no estar en el puro núcleo urbano de Sevilla, se asemeja al de cualquier otro barrio dentro de la ciudad. Hay en Idealista solo una casa en alquiler y apenas media docena en venta. Nada de gangas, en absoluto. Quien venga a Valdezorras, pasará por campitos donde aún hay naranjos. El tiempo ha pasado. El agua ya sale del grifo. Esto es Sevilla y estos son sevillanos. Hubo una vez, cuando no había aceras, que alguno habría dicho que no.