Con 13 años se compró su primer libro de tatuajes. Compraba revistas italianas que tardaban dos meses en llegarle. A los 15 lo vio claro y dejó el instituto para empezar a utilizar agujas y hacer sus primeros pinitos marcando con tinta la piel de sus primeros clientes, amigos que con el paso de los años vieron que lo que comenzó como una afición se acabaría convirtiendo en el oficio de José Fernández, más conocido en el mundillo como Popeye. Más de 16 años lleva ya deslizando su arte por todo el que se ha dejado tatuar por sus manos. En sus inicios, en Jerez apenas había tres o cuatro tatuadores. Ahora hay cinco veces más.
En todo este tiempo ha tatuado de todo. Personajes de lo más extraños. Lógico cuando está especializado en el estilo japonés. Dragones, geishas, samuráis, personajes de manga/anime, flores sakura… Todo eso y mucho más. Y ese conocimiento de la cultura japonesa, claro está, no lo dan solo las revistas. “El estilo que hago es de otro país, hay que viajar”. Por eso estuvo unos meses viviendo en Japón, empapándose de la cultura nipona. Pero para aplicar sus conocimientos, prefiere su ciudad natal.
Desde hace unas semanas, Popeye regenta un estudio en la calle Eguiluz. Iron Horse le ha puesto a la criatura. Allí pasa los días y casi las noches. Ha preferido apostar por su ciudad. “No te puedes ir a Berlín porque ya está todo hecho y si no, Jerez no avanzaría”, dice. Aunque su aguja no es la única que tatúa allí. También están las de Daniel Lacalle y Pedro Medina. Llevan poco tiempo, pero no se quejan. Los clientes que han acumulado durante su dilatada trayectoria y el boca a boca están empezando a dar sus frutos. “Creíamos que iba a ir más lento”, dicen.
El estudio –que también es tienda– está decorado con sus propias creaciones. “No bebés, no acompañantes, no alcohol, solo tattoos”, advierte uno de los numerosos carteles que hay colgados en una de las paredes. De fondo se escucha el ruido de la aguja de Lacalle, que está atendiendo a una clienta. El resto está cubierto por dibujos suyos o del propio Popeye. Flores de todo tipo, personajes de ficción, mariposas, serpientes, amazonas… De todo un poco.
Una gran flecha roja con letras blancas en las que se puede leer ‘Tattoo’, con bombillas a los lados, señala al mostrador. Allí está al entrar María Melero, ilustradora y trabajadora de Iron Horse. Ella no tatúa, pero sí gestiona la sala de arte –Black Gallery– y lleva la tienda anexa. En ella se pueden encontrar fanzines, ilustraciones, láminas con tatuajes de sus compañeros, algunas de ella misma, fotografías, libros, cómics, objetos de papelería de diseño –de Mr. Wonderful– o incluso objetos cotidianos decorados con un toque irreverente – de los jerezanos Cirope de freza–.
Ella, que lleva siete años dedicada al mundo del arte y que sólo ha expuesto una vez en Jerez –en Sala Barbablanca–, cuenta que la idea era “montar algo que no existía”. Un lugar para la gente que se dedica al arte. “A mí me encantan los caballos y el vino, pero tiene que haber cabida para el arte emergente”, dice. “Montamos esto porque nos ponemos en el lugar del artista, y le damos la oportunidad que yo no tuve. Ya no es solo el hecho de exponer, a lo mejor es que exponer aquí les puede dar una oportunidad en otros sitios”, cuenta.
Melero, que tiene la mayoría de sus clientes en Madrid, adonde va con asiduidad, asegura que es muy importante viajar “y aprender de otras culturas y estilos”. Sin ir más lejos, en mayo van a Holanda a una convención sobre tatuajes. Ya han estado en Japón o en Alemania. “Nosotros desde aquí compramos mucho arte, pero estar en el mismo país te enriquece una barbaridad, influye en tu trabajo”, dice la ilustradora jerezana. Pero siempre vuelven a Jerez. Para trabajar y para vivir, “que aquí se vive muy bien”, sentencia.
“Hay que darle cabida a lo de ahora. Viene otra generación, son otros tiempos, y viene gente que hace cosas nuevas. Hay que darle una oportunidad”, se reitera la ilustradora. “En Madrid, por ejemplo, no se explican que en Jerez y en toda la provincia, siendo tierra de artistas, no se fomente nuestro trabajo. Y es verdad, no tiene sentido”. Pero ya están ellos para hacerlo.
En un serrucho colgado en la pared, cerca del mostrador, una inscripción pone: “No llores”. Y no lo hacen. Luchan por dedicarse a lo que les gusta, sin mirar el reloj. Un lugar “donde se mezclan el arte más antiguo del tatuaje y la creación de la nueva ilustración y fotografía”. Así se definen ellos mismos. Un lugar, sin duda, diferente.
La Black Gallery, la sala de arte de Iron Horse, alberga una exposición colectiva en torno al caballo, en la que participan más de 20 artistas y que se puede visitar de lunes a viernes, de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 21:00 horas.
Comentarios