Más que el pitido de la entrada, se oye el tintineo del choque de unos frascos de vidrio. Una señora pasa por el marco de la puerta cargada con ocho envases vacíos. Otra, guarda a la perfección tres, con volúmenes diferentes, cerrados herméticamente en una bolsa. Y así llegan colmados, prácticamente, todos los clientes a Mafalda. El comercio abre a las nueve y media de la mañana. Son las diez y ya se ha formado una considerable cola. Cuando el negocio comenzó, a finales de la década de los cuarenta del siglo pasado, la venta al público no existía.
Su actual propietario, el jerezano Kurt Kuwilsky Serrano, narra que su tío, Enrique Serrano Gallardo, abrió una fábrica en el año 1945, en el mismo emplazamiento de la tienda, en el número 25 de la calle Bodegas, donde solo comercializaba perfume por litro, en garrafas de cristal de vino. Enrique provenía del mundo de la bodega porque su padre, Francisco Serrano Ganchola, era fabricante de alcohol en Castilla-La Mancha. “Mi tío también estuvo durante un tiempo en Cuba con mi abuelo trabajando en una fábrica de chocolate, pero no les fue bien y se tuvieron que volver”, relata.
En aquellos tiempos de posguerra, “no era fácil vender colonia”. Pocos se daban el capricho de engalanarse con aromas florales, como el jazmín y el nardo, dos fragancias que, a día de hoy, tras 70 años de existencia, todavía reclama la clientela. A pesar del hambre y la pobreza, Enrique Serrano Gallardo, que estudió química, se aventuró, cogió sus probetas y embudos, y como buen alquimista, construyó su pequeño laboratorio en pleno centro de Jerez. Empezó a tener éxito mucho antes de que las tiendas con réplicas y equivalencias de perfumes caros se multiplicaran como esporas. La gente se detenía cuando caminaba por su calle, y al año, decidió iniciar la venta al público. Sus dos hermanas, Mercedes y Encarnación Serrano, fueron las que le ayudaron como dependientas una vez abierta la tienda. Todos sus productos eran artesanales. Habrá quien recuerde que Mafalda vendía pasta dentífrica, lápiz de labios y polvos de maquillaje. Ya no, abandonaron esa tradición porque no era rentable económicamente. Ahora todo el maquillaje son primeras marcas, al igual que los productos de higiene y cuidado capilar.
"A esas flores que al poeta enamoraban los estractos de Mafalda perfumaban", dice uno de los eslóganes del comercio, que data de 1945, en un folleto que servía como carta de pedidos. El pliego está repleto de flores y tiene un dibujo de una princesa olisqueándose la mano, firmada por Lepe y J. del Barco. Y es que en la lista de productos, de tamaño cuartilla, de la tienda de Enrique también aparece el retrato de una mujer con aire de nobleza, o incluso de la realeza. Como cuenta Kurt, Mafalda no guarda relación con el personaje que se inventó en 1964 el humorista gráfico argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón, conocido como Quino. Sino que la Mafalda de Enrique proviene de la princesa Mafalda de Saboya, la segunda hija de Víctor Manuel IIl, que fue Rey de Italia entre 1900 y 1946, después de que el químico jerezano leyera un libro sobre ella. Un dato que ha pasado desapercibido durante más de 70 años entre los ciudadanos.
En uno de esos primeros despliegues de productos, aparecían lociones bajo el nombre de Cocaína, Fetiche, Crespón China, Embrujo de Sevilla, o colonias como Blanca Superior, Abanico Español, Brillantina, Heno o Tío Pepe, a 60 pesetas el litro. Muchas denominaciones se han perdido a lo largo de los años. Pero hay varias que se han conservado como oro líquido, como es el caso de la colonia de Heno y Tío Pepe, ya que algunas familias de otras regiones de España reclaman litros y litros de un perfume único que se elabora en Jerez. "Esta última es una fragancia infantil. Le pusimos ese nombre como si fuera el tito agradable para los niños", incide Kurt. Fue toda una novedad para la época. Enrique tenía poca, o casi inexistente competencia cuando abre su primer negocio. Su sobrino solo recuerda la presencia de los almacenes Los Madrileños, otra de las perfumerías emblemáticas de la ciudad. Más allá, Jerez solo olía a bodega. Ellos, la familia Serrano, consiguieron traer las flores, el mundo rural, al centro urbano.
"Nos gusta oler bien y nos gustan las marcas", comenta el actual dueño de Mafalda. Desde un principio el laboratorio de Enrique Serrano buscó imitar a las primeras firmas de perfumería, es por ello que la tienda ha continuado en la misma línea. "Si yo no utilizo su nombre, ni lo publicito, no estoy haciendo nada ilegal. Te estoy poniendo un aroma. De ahí que no lo venda por internet". Sin embargo, hubo un momento en que Enrique se vio inmiscuido en papeleo, en líos burocráticos. "Las firmas de cosméticas requerían una presentación, un local. Entonces creamos la otra tienda de la calle Bodegas, en el número 16". Fue en 1997 cuando abrieron la segunda tienda como salón de belleza en el domicilio de Mercedes Serrano, una vez que esta fallece. "Era un local donde vivió mi tío, ahí tenía sus oficinas". En la actualidad, desde 2013, la administración de Mafalda se encuentra en lo que antiguamente era la primera tienda. Esta se agrandó hacia su izquierda, dejando el espacio para almacén y oficinas abarrotado con más de 200 bidones de diferentes colores y olores.
En sus inicios, cuatro eran los empleados de Mafalda. Hoy son más de diez. María, la veterana, lleva 49 años trabajando en el negocio. Inma, 32 y Pepa lleva 25 años detrás del mostrador. Ellas son "las hijas" de Kurt. "No sé lo que va a durar, esto es un mundo complicado", confiesa el propietario de Mafalda. A sus 73 años, dice que le complacería que sus hijos, quienes ahora siguen su camino fuera de la perfumería, heredaran el negocio. Piensa que sí, que en un futuro cercano querrán coger las riendas de la princesa de la casa. Por el momento, Benita de los Santos Barrera, la esposa de Kurt, es la encargada del salón de belleza, mientras él dirige el local de las esencias. Mafalda, ya sea la pequeña rebelde pintada por Quino o una figura de la realeza italiana, generaciones y generaciones de jerezanas asocian este nombre como un símbolo de frescura, buen olor y tradición.