Lanzar el anzuelo al mar y esperar con paciencia a que los peces piquen. El arte de la pesca suma muchas personas aficionadas en la provincia de Cádiz que no se resisten a pasar el día entre amigos con la ilusión de llevarse una dorada en el cubo. Pero para no volver con las manos vacías hace falta la ayuda de un animal invertebrado, blando y alargado, que provoca repugnancia a más de uno.
Los cebos vivos, conocidos en la zona como la carná, cuelgan de las cañas de las personas que se sientan en el Puente de Hierro de San Fernando. En esta localidad de tradición marinera, vive una familia que lleva más de medio siglo suministrando gusanos de mar. "En los años sesenta mi padre era mariscador y cogía de todo. No tenía estudios, era un hombre que había estado toda la vida en la marisma", recuerda José Barea hijo del isleño del mismo nombre.
Él está al frente de la empresa familiar dedicada a la venta de cebos vivos para la pesca que su padre inició "poco a poco". Primero un cliente, luego otro, hasta ganarse la confianza de muchos de los que frecuentaban el puente de Suazo.
José solía desplazarse junto a su mujer a la costa desde Cádiz hasta Portugal, único punto del Atlántico donde se cría el gusano de sangre, especie autóctona que se convirtió en su producto principal.
En sus recipientes también había roscas o biñocas que extraían los mariscadores con sus propias manos, uno a uno, de manera totalmente artesanal. Cuando José se adentró en el sector, comenzó a transmitirle sus conocimientos a su hijo José, de 44 años, que lleva desde los 16 metiendo puñados de gusanos en cajas.
"Consiguió rédito y se dedicó, sobre todo a la venta al por mayor", explica uno de los siete hijos de José. Como él, otro de ellos se interesó por el mundo de la pesca y acabó abriendo Cebos El Timón, popular en toda la provincia por su venta de cañas y accesorios.
A principios de los ochenta tuvieron sus primeros contactos con las especies importadas. "El americano o el coreano pegaron fuerte, no había cebos autóctonos, pero antes eran muy difíciles conseguirlos porque tenías que buscar a los proveedores y, ahora te buscan ellos", comenta José desde la tienda física que destinan al trato con el público.
"El coreano se mueve mucho"
A la gusana de sangre, la biñoca o los camarones se unió el coreano que acabó siendo uno de los más demandados. "Es un cebo que se mueve mucho, cuando lo coges empieza a serpenterar y llama mucho la atención del pescado", señala el isleño frente a una torre de cajas preparadas con celulosa.
El negocio iba viento en popa y cada vez más tiendas y empresas se interesaban por los bichos adquiridos a los mariscadores que los recogían del fango de la marisma. En los años noventa, la familia intentó asociarse a otros compradores, sin éxito, y continuó su camino.
En la actualidad exporta a Grecia, Francia o a una multinacional de Italia, y envía sus productos a la costa Mediterránea, desde Almería, Cartagena o Elche hasta Mataró.
Fue en 2017 cuando tras el fallecimiento del fundador, José tomó el relevo de su padre para seguir con su legado acompañado de su mujer Verónica. “Fui conociendo este negocio tan curioso y diferente”, dice desde el local ubicado en la calle Batalla del Ebro, en La Casería.
"La marisma es un ser vivo"
Desde entonces, juntos preparan manualmente con esmero los pedidos del día, gusano a gusano, para que estén en las mejores condiciones posibles. Las biñocas se mueven en el agua oxigenada con tubos mientras José muestra unas cuantas de estas especies que atraen a las doradas o los pargos. El isleño explica a lavozdelsur.es que el uso de un cebo u otro depende del pescado que se desee pescar, aunque, hoy en día, “ya no hay tanto gusano ni pescado, están las marismas muy malas y vamos a lo que caiga”.
Los mariscadores extraen los productos durante todo el año, excepto en diciembre, y su recogida está vinculada a la subida y la bajada de las mareas. "Aquí no hay horas, es sacrificado. La marisma es un ser vivo y un día ves gusanos y al día siguiente no. No es un negocio de dos más dos", señala.
Las últimas dos semanas no han sido fáciles para el matrimonio. La huelga de transportistas les ha impedido continuar con las exportaciones y las importaciones. Según cuentan, “la agencia nos dice que los envían, pero no garantizan que lleguen en 24 horas, y el cebo no puede estar 48 horas dando volteretas por ahí”.
Algunas cajas se echan a perder ya que los camiones no están equipados para seguir con la cadena de frío al transportar más mercancía. “Llevamos una rachita… está la cosa complicada”, suspiran.
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