Los objetos de decoración de La Guadaña evocan a épocas pasadas que reviven en los recuerdos de las familias. Artículos de todo tipo forman parte de la historia de los hogares. Son esos adornos rebosantes de valor sentimental los que recoge esta tienda de antigüedades que se asentó en la calle Santo Domingo hace seis años. Mili y Juan Antonio regentan este local donde cada pieza habla de otras formas de vida olvidadas.
“Nos gustaban las cositas antiguas y veíamos que en Jerez ya no había prácticamente ninguna, ahora somos de los únicos que quedamos ya”, explica Juan Antonio sentado en una silla de caova “que vale más barata que una mesa de cartón piedra de Ikea y la que se vende es la de Ikea, es así”. El jerezano lamenta que en estos tiempos su pasión sea “un negocio a morir, cuando llegó Ikea mató al carpintero, al de las lámparas, nos mató a todos”.
Sin embargo, el matrimonio siguió adelante para ofrecer elementos de decoración alternativos y diferentes a los que se amontonan en las grandes superficies. Muebles, herramientas, relojes, espejos, lámparas o cuadros que salen de las casas de las personas difuntas de la provincia de Cádiz o de aquellos grandes inmuebles que dejan los inquilinos en busca de pisos pequeños. “Compramos casas enteras, a lo mejor de una salen 600 artículos, algunos los traemos para acá y otros se meten en cajas en el almacén”, dice Juan Antonio mientras se desplaza por los pasillos de la tienda entre vajillas, candelabros y ollas de cobre.
Hasta 3.600 artículos - “normalmente tenemos más”- adornan cada hueco de este local que apuesta por lo vintage. “Lo que hace la gente hoy en día es que mezcla lo moderno con lo antiguo, antes este espejo en pan de oro estaba en la entrada de una casa y ahora lo ponemos en el cuarto de baño”, comenta el encargado aludiendo a las múltiples combinaciones creativas que se observan en la actualidad.
Todos los días en La Guadaña entran cosas nuevas para refrescar el catálogo. Según Juan Antonio, tienen que seguir adquiriendo objetos aunque todo el espacio esté ocupado porque “el encanto de este tipo de tiendas es el entrar a ver lo que ha llegado nuevo”. Desde hace un año, el matrimonio los incluye en su página web para la venta online, una opción que no termina de cuajar “vendemos muy poco por redes sociales, para saber si el artículo es original hay que tocarlo, hay ver la forma y coger el peso”.
En las estanterías y colgados de las paredes se pueden distinguir artilugios relacionados al ámbito doméstico de hace 50 años, y los más antiguos, del siglo XIX. “Todo lo que hemos tenido en las casas de nuestros abuelos”, dice el jerezano rodeado de cuberterías, vasos de opalina, jarrones de porcelana, ánforas de cerámica, teteras, bomboneras de cristal, cofres de alpaca o bandejas.
Los artículos reflejan aspectos de la cotidianidad de antaño. “Jerez era un sitio muy elegante, ha tenido unas casas señoriales y una clase media alta muy importantes”, explica Juan Antonio mientras se dirige a una imagen religiosa. El arte sacro es otro de los atractivos de esta tienda. Las reproducciones artísticas destinadas al culto eran muy tradicionales antiguamente. “Esto ahora se ha ido perdiendo porque hoy en día no todo el mundo tiene un crucifijo en lo alto de la cabecera de la cama, ni tiene un niño Jesús que lo quita y lo pone de la cama a la coqueta”, sostiene.
Juan Antonio lleva toda la vida entre este tipo de objetos gracias a su padre, que compraba y vendía en los rastrillos de la Alameda Vieja. Se aficionó a este mundo y desde entonces no ha salido de él. “Te tiene que correr por las venas, hay que tener disposición para limpiar y aprender a restaurar”, expresa el que comparte esta inquietud con su mujer y con su hijo, a quien le gustaría ver regentando el negocio en el futuro.
Por la tienda merodea un público variado procedente de hermandades, de iglesias, o coleccionistas. Según el encargado, “hay mucha gente que sigue conservando las costumbres de sus padres, hay algunos que entran para dar una vuelta, les encanta lo que hay y se lo llevan para su casa” dice el que por sus manos pasan relicarios, soperas, y hasta figuras de “ranas con la boca abierta”.
Pero los clientes de La Guadaña por excelencia son las personas mayores que viven en el centro, aquellas que le guardan especial cariño al estilo de entonces. Los tiempos no ayudan, “el covid nos está matando, nuestro público es mayor y los mayores no están saliendo a la calle, hemos notado la caída bestial”, manifiesta Juan Antonio con tristeza.
La pandemia se ha llevado por delante al otro local donde guardaban la mitad de los artículos que hoy se amontonan en Santo Domingo. “Ahora mismo las circunstancias no están para tener más empleados, dos alarmas”, dice al que le encanta este negocio cuya venta también varía dependiendo de la época del año. “Si llega Semana Santa se venden muchos crucifijos, ahora cuando lleguen las navidades se venden muchos niños Jesús”.
Juan Antonio cuida meticulosamente la alpaca, meneses, cobre, metal, limpiando los objetos desde una gran mesa. Después los coloca en los expositores, “si pongo una figura en el escaparate a 100 euros y pasa un tiempo que no se ha vendido, yo la bajo a 80, si no se vende la bajo a 70 y si se vende a 70 ese es su precio. Aquí es el mercado el que pone el precio, pero de 500 para abajo”, comenta el que asegura que el 60% de lo que entra por la puerta se lo lleva Hacienda.
El jerezano es consciente de que “es un tipo de negocio que da muy poco”, pero se mantiene firme, “yo esto lo vivo”. Se dirige a un rincón de la tienda que está plagado de herramientas antiguas, y echa un vistazo. En la pared se observan tijeras, llaves, cazos, una vertedera para despachar legumbres, un descalzadero de aluminio, herramientas de las tonelerías y de las bodegas, los marcadores de botas, o las ruecas de hilar.
Todo tipo de herramientas que se utilizaban en los oficios ya desaparecidos del casco histórico. “Cualquier cosa se hacía con encanto en la época, la terminación de este cerrojo no tiene nada que ver con la de aquel, cada artesano en la fragua le daba su propia personalidad al artículo”, comenta Juan Antonio.
Durante el recorrido entre los objetos del pasado también destaca un dispensador de aceite “con las cartillas de racionamiento en el mostrador” y un mortero de mármol “para que no cogiera el sabor de los medicamentos”, con el que se hacían las fórmulas magistrales en la farmacia.
La divulgación sobre el uso de los artículos forma parte del trabajo de Juan Antonio, que busca información cada vez que llega a sus manos una herramienta desconocida. Desde su tienda explica a los clientes la historia del objeto, sin embargo, echa en falta un museo etnográfico en Jerez. “Me da pena que no haya un lugar donde se pueda ver nuestra cultura, cómo se hacían los oficios y las herramientas que utilizaban”.
El encargado espera que “lo que hacían nuestros abuelos” se dé a conocer. Mientras tanto, seguirá contando pedazos de la historia a través de los materiales.