Las cloacas del Estado me están dando la vida. Me están ayudando a soportar un calor que nunca me ha gustado y de paso me ayudan a recuperar uno de mis pasatiempos veraniegos: diseccionar rubias. No es manía, es envidia.
Y ahora que Cifuentes y Aguirre están casi desaparecidas en combate, Villarejo Producciones (el Weinstein patrio por lo del entretenimiento, no por los abusos) nos deleita con uno de sus penútlimos cartuchos: el Corinnazo.
Asegura Wikipedia (una siempre acudiendo a fuentes fidedignas) que nació exactamente 12 años antes que yo. Tiene 54 años. Miro y remiro las fotos y está con ese nivel de retoques que le permiten a alguien tener entre 31 y 67 años, y escucho parte de las grabaciones de esas conversaciones que ha mantenido con Villarejo y Juan Villalonga. Que ya son ganas de charlar con un tipo que va siempre con gorra y otro que, habrá sido todo lo presidente de Telefónica que quieras, pero es la representación de Pocoyó envejecido en la tierra. Perdón.
Gracias a las filtraciones a El Español y OK Diario, hemos podido saber en dos idiomas (que son los que Corinna utiliza para hablar con la pareja, inglés y español, aunque también sabemos que es alemana y que se siente cómoda hablando en francés) que Juan Carlos I, el Emeritazo, la usó como testaferro para ocultar patrimonio en el extranjero y que algunas de las cuentas que tenía el monarca se acogieron a la amnistía de Montoro. Ni una fiesta sin Cristóbal.
En todo caso, me permito extraer algunas de las conclusiones, que tienen poco que ver con los números y mucho con las pasiones. No olvidando que el abogado suizo metido en esta trama tiene uno de los nombres más deliciosos de todos los tiempos: Dante Canónica. Pero cómo se puede vivir con ese nombre sin patentarlo ni hacerse youtuber.
“Te levantas una mañana y tienes un terreno en Marrakech y él te dice: ‘Dámelo’”. Yo no sé cómo a estas alturas esto no es un meme o una canción de trap. Porque la última vez que alguien me dijo “dámelo” se refería al carro de la compra que tengo plegado debajo de la cama.
“Rompí por primera vez con el Rey en 2010 porque llevaba tres años con otra mujer”. Hombre, la razón está bastante argumentada. El diálogo, si hacemos caso a esa supuesta Corinna de la que usted me habla y Campechano primero es algo así:
– “Oye, tengo una novia desde hace tres años”.
– “¡Oye, esto no puede continuar!”.
Si me dicen que es un diálogo de dos adolescentes en plena montaña rusa de hormonas que tocan pocos libros me lo creo. Mientras Corinna se desahoga, sus interlocutores sacan a pasear al gañán que todo español de bien ha de tener. “Esto ya no le funcionaba, entonces se enamoró de ella”, dice uno de ellos. Es todo de una elegancia sublime hablando del miembro real. Te coge esto Mariano Ozores y lo convierte en el taquillazo del verano.
He dicho Mariano Ozores pero es la oportunidad que puede tener Astrid Gil-Casares para hacer el guion de su vida. Porque Astrid, la segunda rubia de mi verano, es mi favorita. Sin ironías. Se crió en Puerta de Hierro, estudió en Esade, estuvo trabajando en JP Morgan, en Rothchild, y dice cosas de esa época tan curiosas como ésta: “Me encantaba la adrenalina, los deadlines…”. Pero entre una cosa y la otra conoció a Rafael del Pino, que por aquel entonces estaba viudo y tenía tres hijos pequeños. Del Pino es presidente de Ferrovial y la quinta fortuna de este país según la biblia de los ricos que se llama Forbes.
Se casaron en 2006, y algunas de las crónicas recuerdan que en la invitación destacaban las peluquerías de guardia que iban a estar abiertas en Chinchón ese día para las señoras que lo necesitaran. Dos años antes yo me estaba casando con un menú delicioso pero sin prestarle atención ni siquiera al tono de los manteles, así que como comprenderán, cuando leo estos detalles me impactan.
El caso es que Rafael y Astrid tuvieron tres hijas pero se acabaron divorciando. Y ahora los jueces le han dicho a del Pino que suelte la guita (entendemos que con otro lenguaje). Que le tiene que pasar 7.000 euros mensuales a cada hija y 75.000 euros mensuales a su exmujer. Mensuales, sí.
Astrid no está conforme. Dice que apenas supone el “0,001% del patrimonio” de su exmarido. También dice que “no hay nada que desee más que ser económicamente independiente y poder valerme por mí misma, con un salario que fuera parecido al que tendría hoy si hubiese trabajado todos estos años”. A ver, que yo lo entienda. ¿Está hablando de que hoy tendría un empleo por el que cobraría esa nómina mensual? ¿Pero quién lleva a esta mujer, Jorge Mendes?
Gil-Casares, en cuya cuenta de Instagram pone fotos de paisajes y frases de autoayuda, de vez en cuando se va de viaje, y su amiga Isabel Sartorius le manda corazones. Menos mal que las amigas íntimas son las únicas que no le han fallado. Porque su marido la ha vetado para trabajar en el mundo de las finanzas, porque le ha dejado de sonar el móvil de tal manera que llegó a situaciones como la de “llamarme a mí misma desde el fijo para comprobar si funcionaba”.
En El Español, que es el medio que ha sacado la información sobre la sentencia, la denominan “la ex punk” porque Astrid se ha cortado el pelo como un chico y se ha hecho unos tatuajes. Un poco forzado, amigos. También dicen que va a tener un sueldo diez veces mayor que el de Pedro Sánchez, que debe ser que es el nuevo comodín, como compararlo con el Bernabéu cuando se junta mucha gente para algo.
Aprovechan para deslizar, sin maldad alguna, que tenía a diez personas para el cuidado de las hijas. Pocas me parecen, teniendo yo dos hijos una docena de legionarios me parecerían la cifra ideal. También la definen como “guionista de películas actualmente en cartelera”, para acabar diciendo en el mismo artículo que ha escrito el guion de una película en la que anda metido Santiago Segura. Basta con buscar en IMDB, que no es otra biblia de ricos sino de cinéfilos.
Hace tiempo, mucho antes de que saliera esta sentencia, Astrid Gil-Casares dio una entrevista a Vanity Fair. Posaba esplendorosa, con su pelo corto y fosco como la que escribe, en su casa de La Moraleja que no tiene la que escribe. Hablaba de dolor, de sufrimiento, de cómo se convirtió al casarse “en un documento adjunto” de su marido. De sus tatuajes, cada uno de ellos como respuesta a las heridas de su matrimonio. Un número cinco, un escudo de los guerreros nórdicos y una cita de Churchill (esperemos que verdadera): “No tengo nada que ofrecer sino sangre, trabajo, lágrimas y sudor”. Tatuajes en vez de medicación, porque hablaba de su separación como de haber iniciado una guerra contra Estados Unidos.
Termino de releer esa entrevista y acabo mi libro. En las últimas páginas leo esto: “Ser libre y autónoma son cosas que a una no la decepcionan nunca. Ojalá lo hubiera sabido antes y no hubiese estado siempre tan consentida. Naturalmente, lo más bonito para una mujer es tener marido y familia, pero aun así debería estar siempre preparada. Los matrimonios suelen fracasar por algún motivo, y saber entonces caminar por sus propios pies es la salvación para la mujer”.
De haberlo sabido, rubias…
Comentarios