Las leyendas también se someten a las circunstancias y a las estrecheces. En Cádiz, el término municipal más pequeño de las capitales españolas, sin un metro sólido a su alrededor, la mitología tiene que ocultarse bajo tierra, la poca que hay.
Sin entorno de valles, veredas, montañas ni bosques a los que agarrarse, con esa condición geográfica puñetera, no queda más que excavar. Los niños de la ciudad crecieron, hasta el cambio de siglo, con las cuevas como protagonistas en su imaginario de terror y aventuras. Eran las de María Moco.
Raro es el gaditano de más de 40 años que no ha fantaseado con llegar con su bicicleta hasta una de sus hipotéticas entradas, en los primeros 200 metros de extramuros a partir de las Puertas de Tierra, y pasar a ver. Afortunadamente, más raro es aún el que se atrevió.
Estudiosos, técnicos, historiadores, incluso los aficionados, enseguida echan una tonelada de realismo sobre las ensoñaciones de los críos y los mayores. Esas cuevas existen, sí, pero carecen de monstruos, psicofonías y espectros.
Son más prosaicas. Tanto, que tienen origen militar, lo más lejano a la lírica. Forman parte de un entramado de 1,5 kilómetros de túneles llamados "contraminas". En distintos momentos históricos a partir del siglo XVII se excavaron para contrarrestar los que hacían los invasores para colocar explosivos.
Adolfo Vila Valencia dejó escrito que el nombre, María Moco, puede deberse a que una gitana vendedora de pavos (llamados "mocos" de forma popular) usaba unos pocos metros de túnel como granja y almacén a finales del siglo XVIII o principios del XIX.
El resto es fabulación aunque su peligrosidad sí está constatada. Las hemerotecas guardan distintos accidentes de niños, y adultos, que sufrieron percances de distinta gravedad por atrevimiento o por mala suerte, al entrar o al pasar por encima sin saber.
Hasta 1910 llegan los sucesos con esas cuevas. Fueron tan frecuentes los sustos que propiciaron que todas las bocas de acceso conocidas fueran tapadas a finales del siglo XIX por orden municipal.
La leyenda de María Moco es sólo el escaparate más célebre de una realidad oculta. Desde el reinado de Alfonso X El Sabio, por no retroceder a épocas fenicias y romanas, hay constancia documental de "mazmorras subterráneas por todo Cádiz". Entonces era un pueblo con apenas 2.000 habitantes, pescadores.
Desde entonces, la presencia subterránea en la ciudad es constante. Actualmente, apenas unas pocas muestras son utilizadas con fines turísticos. La Cueva del Pájaro Azul, en la calle San Juan, oculta un puerto fenicio y fue hallada casualmente hace apenas 70 años en unas obras en el tablao flamenco superior.
La Catedral de Cádiz, apenas a cien metros, recibe cientos de visitas al día y es célebre por sus criptas con ilustres enterramientos (Falla y Pemán). La Santa Cueva de la calle Rosario, también con subsuelo que habitaron Goya o Hydn, se descubrió tras un accidente con una mula que llevaba demasiado peso.
El Teatro Romano del Pópulo tiene su apartado, con pasadizos que daban acceso al anfiteatro, el segundo más grande del Imperio. Una calle en la Casa de la Contaduría, la Casa del Pirata, el Pozo de la Jara y así una lista que incluso ha permitido a guías, como Jesús Carrillo, encadenar algunos en una ruta visitable.
Para poner orden en el laberinto, lo mejor es remitirse a los clásicos. Juan Serafín Manzano es el autor de los que se consideran planos más fiables del subsuelo de Cádiz. Sus planos datan de 1837 y casi todos se han perdido, según el "espeleólogo urbano" Eugenio Belgrano.
Apenas se conservan tres. Están custodiados en el Archivo Histórico Provincial o en colecciones de familias como Pettenghi o Joly. Estos catecismos subterráneos dejan establecido que la ciudad cuenta con unos 20 kilómetros de túneles, catacumbas o criptas.
Obviamente, la mayoría de estos puntos no tienen conexión ni comunicación con el resto, son independientes, construidos en distintos momentos históricos y para distintos usos.
Un ejemplo del atractivo y el asombro que pueden provocar estos centenarios misterios subterráneos está en pleno centro de Cádiz, apenas a 50 metros de la calle Ancha, en el número 3 de la calle Valverde.
Allí es posible, desde 2015, visitar las Cuevas del Beaterio. Eugenio Belgrano las descubrió y acondicionó para la visita en una finca como tantas en la ciudad, incluso con varios apartamentos turísticos dentro.
Abre sus puertas de martes a domingo. La entrada libre cuesta dos euros y la guiada sube algo más, en horario de 13 y 19 horas. El recorrido viene a durar 45 minutos. Desde su apertura ha recibido ya a más de 100.000 visitantes.
Aquí, todo comenzó en 1633. El edificio era un beaterio (residencia de religiosas no consagradas y con estatus inferior al de monja). Hasta 1787, cuando lo ordena Carlos III, no había que enterrar a los fallecidos en un lugar común y se usaban como pequeños cementerios los sótanos y fosas.
Durante más de cien años tuvo ese uso religioso y funerario, acumuló tumbas que sobrevivieron al derrumbe y reconstrucción del edificio a mediados del siglo XIX. Lo asombroso de este caso es que las instalaciones subterráneas permanecieron siempre activas.
Con el paso del tiempo no dejaron de crecer, de ampliarse en espacio y en usos. Así, fue utilizada como refugio para mujeres sin ningún recurso que lo usaban como taller de costura y, sobre todo, como templo masón.
Aún hoy, avanzado el siglo XXI, acoge encuentros y ceremonias de iniciación de las logias más cercanas, como la de Saint John, de Gibraltar. Durante la visita pueden verse fotografías y recortes de prensa con eventos masones datados hace apenas seis años.
Durante la Guerra Civil, de 1936 a 1939, estas catacumbas o beaterios fueron usados como refugio de civiles o soldados que huían de los francotiradores, quizás también de los propios asesinos, muy frecuentes en las calles y dentro de los edificios incluso en Cádiz, ciudad con escasos episodios de violencia bélica.
Todos estos usos, y otros, son reconocibles durante la visita. Las marcas de los enterramientos de beatas, las de agua que han dejado aljibes y pozos, los símbolos masones difuminados en la pared, alguna bomba o granada de Guerra Civil, botellas de cerveza bebida por los que se ocultaron.
Belgrano detalla toda la visita y lamenta que las dificultades burocráticas, el desinterés de las administraciones, convierta este beaterio y sus catacumbas en una excepción, apenas acompañada por la Cueva del Pájaro Azul y los recintos que explota la Iglesia.
"Cádiz es una de las ciudades con más riqueza subterránea de España, con más posibilidades en espeleología urbana. El turista está interesado en dos cosas: gastronomía y piedras, en subir a lo más alto y en bajar al fondo de las ciudades. Es una pena que no lo aprovechemos para dar a conocer un patrimonio maravilloso".
De las elecciones municipales a los juzgados: "Quería quitarle algún voto a los de Kichi y lo conseguí"
El afán de algunos empresarios locales por explotar turísticamente yacimientos arqueológicos, recintos históricos o estructuras en el subsuelo ha estado acompañado por la polémica en los últimos 20 años en Cádiz. La responsabilidad proteccionista de las administraciones y el interés por la divulgación comercial han chocado. El caso de Eugenio Belgrano es uno de los más ilustrativos, que no el único. Hace un año que se suspendía el juicio oral contra este empresario por un presunto delito continuado contra el patrimonio histórico y religioso.
El Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras ejercía la acusación particular y solicitaba 39 meses de prisión y una indemnización de 52.000 euros por daños y perjuicios causados en yacimientos arqueológicos o diferentes puntos del subsuelo de presumible valor histórico. La Fiscalía, por su parte, solicitaba ante el Juzgado de lo Penal una multa de 5.760 euros a pagar en cuotas diarias de 8 euros durante 24 meses.
Belgrano siempre mostró absoluta tranquilidad antes unas acusaciones que "carecían del menor fundamento". El responsable de las Cuevas del Beaterio niega que causara el menor daño en el subsuelo entorno a la parroquia de San Antonio o la iglesia de Santa Cruz. Pese a su declaración de total inocencia, deja claro que los desencuentros con las instituciones son antiguos y profundos: "Me presenté a candidato a la Alcaldía de Cádiz en 2023 porque quería luchar políticamente contra los de Kichi, que habían ido contra mí y contra mis proyectos. Sólo quería quitarles algún voto y lo conseguí".