La Casería de La Isla sin colores y con nostalgia: "Está más ordenado, más limpio y más triste"

Uno de los últimos reductos de tradición pesquera en la Bahía de Cádiz sobrevive a los polémicos derribos: chiringuitos a toda marcha, lamento de los mayores, un entorno por aprovechar y muchos rodajes

Carlos y Rafael se sientan cada día del año bajo el mismo eucalipto a contemplar la Bahía de Cádiz desde La Casería.
Carlos y Rafael se sientan cada día del año bajo el mismo eucalipto a contemplar la Bahía de Cádiz desde La Casería. JUAN CARLOS TORO

Son más grandes que la diminuta sirena danesa y su aspecto es, con mucho, menos elegante. Carnales, y tanto, en vez de metálicos. Comparten la postura sin apostura. Sobre todo, la actitud. La mirada.

Van todos los días del año sin falta, "tiene que venir un temporal para que faltemos", al borde de la orilla, una playa, un muelle o una ría, para perder la vista en el agua, en el horizonte que limita, al Norte, con el hormigón insolente.

En vez de esperar a un apuesto marinero imaginado, acuden a ver si adivinan a lo lejos el regreso de la infancia, también idealizada. Pero nunca vuelve. La esperanza les hace regresar al otro día. Y al otro.

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Macarena Muñoz prepara su chiringuito, El Bartolo, para abrir en pleno puente festivo de agosto.  JUAN CARLOS TORO

 

Rafael y Carlos ocupan con ese talante melancólico sus sillas de playa a la sombra de un eucalipto, a diez metros del agua. Representan mejor que nadie el pretérito en presente, la memoria vigente de uno de los últimos reductos de costumbre y nostalgia en la muy asfaltada Bahía de Cádiz: La Casería de Ossio.

Ellos están entre los pocos que tienen aún en los ojos los memorables colores aquellos. Estaban en las fachadas temblonas, desmontables y desmontadas. Otros, quizás mayoría y amplia, creen que bien está lo que bien se cava, que ocultaban mucha negrura, pobreza, suciedad. Hasta delincuencia.

El segundo de los visitantes diarios, Carlos, vivía en una de las casetas que fueron derribadas el 14 de febrero de 2022 por orden de la Demarcación de Costas. "Costas, con todas sus castas", añaden casi a coro los nostálgicos al ser preguntados. Es el villano de su película.

Al derrumbe de un tiempo y de varios centenares de memorias anónimas le precedieron 18 meses de bronca política y vecinal, ciudadana y social. Hasta el Ayuntamiento de San Fernando apoyaba las protestas y concentraciones.

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Bañistas disfrutan del agua de la Bahía este viernes en La Casería de Ossio de San Fernando.  JUAN CARLOS TORO

Las máquinas tardaron una semana en dejar raso, sin rastro de lo anterior, toda la zona. Siete días en lavar siete décadas de recuerdos. El periodista retirado Manuel Muñoz Fossati fue uno de los que se manifestó, por escrito, contra el cambio.

"Esa historia sentimental de la infancia, la que, como dijo el sabio Rilke, es la única patria verdadera del hombre, ya carga de razones la oposición al derribo de las casetas", alegaba para clamar por la supervivencia del escenario de baños, marisqueo, pesca y amistad de miles de isleños.

"El saco de los motivos para oponerse al derribo", decía el maestro, estaba lleno de "largas comidas con familiares y amigos, inacabables cenas de Levante en calma, terapéuticos atardeceres, revitalizantes frutos de mar en las mesas…".

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Antonio Tréllez es uno de los pocos pescadores que resiste en la zona dos años después de los derribos.  JUAN CARLOS TORO

Los que habían crecido alrededor de aquello durante medio siglo XX, también el gobierno local, consideraban que aquel microscópico barrio litoral -de chabolas a base de lata, madera y uralita- era pieza esencial de un cierto patrimonio cultural, una de las extremidades identitarias de La Isla de León.

Cuando llegaron las excavadoras, nadie pudo pararlas. Las palabras y los sentimientos tienen una capacidad de resistencia muy baja frente a un buldozer. Los últimos resistentes llegaron a vender pulpo ese mismo día, a unos metros de la polvareda y el ruido de las obras. Declaración de intenciones.

Al colectivo La casería no se toca, a los artistas, los pescadores, los vecinos y los concejales ya no les quedaban fuerzas cuando llegaron las palas esas de tantas toneladas empujadas por la ley.

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Paseantes y visitantes vistos desde el chiringuito El Bartolo, uno de los dos que sobreviven en la zona.  JUAN CARLOS TORO

Una resolución de noviembre de 2020 había condenado a la zona a cadena perpetua de orden y limpieza, de progreso y civilización, por ocupar zona de dominio público marítimo-terrestre.

El de 2024 es el tercer verano sin casetas, con la zona despejada y llana, peinada y vestida como cualquier otra zona litoral de la Bahía, quizás con atuendo algo más informal.

"Aquí lo que había era mucha gente que tenía los aperos o las cosas para pescar en las casetas. Y muchas familias humildes que venían a pasar unos días, unas semanitas, en verano. Nada más. Todo eso de la droga y el narcotráfico es un cuento que usaron como excusa los que querían tirarlas", resume Carlos.

"Iban a construir siete torres de pisos caros pero los vecinos protestamos. Ya había construido tres -las señala detrás, visibles desde toda la Bahía- pero pudimos parar las otras cuatro. Estaban detrás constructores con mucho dinero y mucha mano, el de Córdoba, Sandokán y todos aquellos".

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Preparativos para la apertura de un chiringuito con la playa, libre ya de casetas, al fondo.  JUAN CARLOS TORO

"Como venganza por haberles parado el proyecto, convencieron a Costas de que estorbábamos, de que nos echaran de aquí, que tiraran las casetas de los pescadores", detalla Carlos. Tiene el 69% de minusvalía, diabético, trasplantado de riñón, "un canastito de chucherías, soy".

Desde que le quitaron la caseta que habitaba, sobrevive en una caravana. "Cuando los derribos, me llevaron un mes a un bungaló de Bahía Sur para tenerme contento pero eso fue un mes, luego, a la calle".

Los afectados, los damnificados y los nostálgicos son, en realidad, unos pocos. Quizás varios grupos de sexagenarios, o más, y los pescadores que aún resisten. "Cuando tiraron las casetas, seríamos unos diez, once pescadores aquí. Ahora quedarán cuatro, cinco", detalla uno de ellos Antonio TréllezTitán.

Mientras ordena cubiertos en uno de los dos chiringuitos supervivientes, recuerda con orgullo legítimo que aparece en cuatro películas rodadas en la zona: las dos multipremiadas de Isaki Lacuesta, Operación Camarón y Antes de la quema.

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Dos turistas con furgoneta en el espacio libre que limita con la orilla Sur de la Bahía de Cádiz.  JUAN CARLOS TORO

La atracción de la zona para las cámaras no ha cambiado. Antes y ahora, con casetas y sin ellas, los rodajes de clips musicales, escenas para el cine y las series se han sucedido. Un capítulo de Top Boy y tramos del largometraje Tierra de nadie, con Luis Zahera y Karra Elejalde, fueron los últimos esta primavera.

Los que reivindican el pasado perdido, los recuerdos de chavales, los baños de la infancia y el particular atractivo de la zona (que puede ser considerada tanto un paraíso atemporal como fondo descuidado de una bahía) alegan esa filmografía como aval de su amor, para cargarse de razón.

Los pescadores, al margen de películas, son los grandes perdedores del presunto progreso. "No quedamos ni la mitad. Los otros se han tenido que ir a Gallineras, o se han embarcado, o trabajan en tierra", asegura Titán. Eso sí, los que aguantan "se ganan la vida con mucha dignidad", nada de miserias.

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Domingo, uno de los pescadores supervivientes, muestra los callos y las heridas de sus manos.  JUAN CARLOS TORO

Tienen que parar dos meses al año, aleatorios, para respetar la reproducción de las especies y sacan de todo, de doradas a chocos, de uno de los tramos menos contaminados de toda la comarca. Domingo, otro de los pocos pescadores que perdura, no es tan optimisma como sus compañeros.

Además del grave daño "del alga invasora" resalta que tiene que pagar impuestos a todas horas, "Seguridad Social, gestoría, IBI, IRPF, estamos hartos de pagar y pagar cuando no nos dan nada. Lo de las casetas fue como si trabajáramos de repartidores y nos quitaran el camión".

El mayor daño, para Domingo, fue el traslado de las renovadas casetas de los pescadores 300 metros tierra adentro, junto a una zona deportiva: "Que nos las pongan aquí [señala el borde del mar] que es donde nos hacen falta".

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La cartelería recuerda que la zona forma parte del Parque Natural Bahía de Cádiz.  JUAN CARLOS TORO

"Con una pequeña balanza, con un despachito de la Junta de Andalucía para poder declarar lo que hemos cogido y venderlo, como han hecho en Sancti-Petri ¿Por qué allí si y aquí no?", se queja.

Declara que pertenece a la tercera generación de pescadores de La Casería de Ossio, "nací y me crié aquí. No sé por qué tuvieron que quitar las casetas y arrasar con todo. Aquí no había droga como dijeron algunos. Mira, la gente que vive de la droga no tiene las manos así", muestra las palmas llenas de callos.

Javier Ortega y Lucía Estévez son una pareja de deportistas que frecuenta la zona. Pueden representar a uno de los colectivos más amplios e influyentes en la polémica ya superada.

Son los residentes en la zona, plagada de casas y viviendas unifamiliares. Encarnan sin pretenderlo la presión urbanística que rodeó progresivamente La Casería desde las últimas décadas del siglo XX.

Sin cumplir los 40 años, admiten que no tienen demasiados recuerdos antes de los derribos ni frecuentaron la zona durante su infancia. "Todo está más limpio, más ordenado. Hay un sendero para ciclistas, se puede correr y viene mucha gente con animales".

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Los dos chiringuitos rodeados de barcas y con los astilleros de Puerto Real como fondo.  JUAN CARLOS TORO

"No sé cómo sería antes pero ahora es una zona muy agradable", afirma la vecina. "Podría aprovecharse un poco más, con algún concierto a una hora buena, algún mercadillo de artesanía, algo que le diera más vida, hay espacio. No se ha aprovechado mucho desde que quitaron las casetas", añade su pareja.

"Los que han aprovechado son los que hacen botellón todas las noches, que por la mañana me harto de recoger botellas y vasos", alega con irritación uno de los viejos pescadores que oye la charla. "Venga ya, tampoco es tanto, son cuatro chavales y no son todos los días", le contradice otro.

Los dos alaban a un veinteañero desconocido, con perro, que cada mañana les ayuda a recoger la suciedad que dejan otros. "Limpiamos la basura que dejan otros la noche anterior, por desgracia, pero es que a nosotros esta playa nos duele mucho".

Chiringuitos de leyenda

Los que apenas han vivido cambio en la situación son los dos célebres y colindantes chiringuitos de la zona. Parecen cuatro porque cada uno tiene el nombre duplicado pero sólo son un par.

La Corchuela-Casa Muriel es el más joven de los dos, originario de los años 70. La Cantina del Titi-El Bartolo luce con orgullo en su entrada carteles que datan su nacimiento en 1934, 90 años le contemplan. El centenario ya está ahí.

La terraza del primer local confirma que La Casería es un mundo exterior infiltrado en el cotidiano. Es uno de los Macondo que la provincia encierra. El jolgorio de una gran mesa, con más de 20 personas, apenas a la una de la tarde, hace pensar que se celebra algún cumpleaños o un acontecimiento familiar.

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Dos vecinas pasan ante una de las pocas estructuras que permanecen en pie en la zona.  JUAN CARLOS TORO

"Están celebrando un funeral. Una amiga, una veterinaria de 40 años muy querida por aquí, ha fallecido. Le dijo a sus amigos que vinieran a despedirla y recordarla aquí, a La Casería porque a ella le encantaba este sitio".

Miguel Muriel, histórico propietario del celebrado chiringuito, afortunadamente nada moderno ni chic, admite que el derribo no ha cambiado nada en la actividad ni la afluencia de público. "El ambiente aquí no ha ido a peor ni viene menos gente. Para nada. Todo está casi mejor que antes".

Este local pudo esquivar el derribo en 2022 gracias a una suspensión cautelar. La supervivencia aún depende de una decisión judicial. "Tres años después estamos en las mismas, esperando. No sabemos si el juez decidirá que nos quedamos, que hay derribo, que una parte, que todo...".

El otro chiringuito, El Bartolo-El Titi, el decano, está al borde de la Bahía. Las olas, mínimas, tocan con su pared. Según su responsable, sobrina del fundador, Macarena Muñoz, no tiene nada que temer. Ya tenía concesión del Ministerio de Medio Ambiente para el ejercicio de su actividad hasta 2024 y sostiene que ha sido renovada.

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Carlos, en primer término, vivía de forma permanente en una de las casetas derribadas.  JUAN CARLOS TORO

"Tenemos todos los permisos, todos los papeles en orden. Nosotros no tenemos nada que temer", asegura mientras culmina los preparativos para abrir en un puente de agosto que se prevé atestado de público.

Cuando se le pregunta cómo afectó el derribo de las casetas de colores y pescadores a El Bartolo, cómo han sido estos meses tras el cambio urbanístico, resume sin querer el sentimiento de casi todos.

La mayoría de los que han hablado, casi todos los que se han bañado en agua salada, cerveza o tinto de verano alguna vez en este insólito paraje de San Fernando, comparten una sensación contradictoria.

"Todo ha seguido como estaba. El público sigue viniendo como antes, sin problemas. Todo está más ordenado y más limpio, quizás sin aquel ambiente, puede que más triste".

Sobre el autor:

Afot

José Landi

Nacido en Cádiz, en 1968. Inicia su trayectoria en 1990. Columnista, editorialista, redactor, colaborador, corresponsal o jefe de área en 'Guía Repsol', 'El Periódico de la Bahía de Cádiz', 'Cádiz Información', 'Marca', 'El Mundo' y 'La Voz de Cádiz'. Ha colaborado en magacines o tertulias de Canal Sur radio y tv, Cadena SER, Onda Cero y COPE. Premio Paco Navarro de la Asociación de la Prensa de Cádiz en 1997 y 2012 (a título colectivo). Premio Andalucía 2008 a la mejor labor en internet (colectivo). Ganador del I Premio de Relatos Café de Levante. Autor de la obra de autoficción 'Ya vendrán tiempos peores' (2016). Puso en marcha el proyecto de periodismo gastronómico 'Gurmé Cádiz' y mantuvo durante diez años blogs como 'El Obélix de San Félix' y 'L'Obeli'. Forma parte del equipo que realiza el podcast de divagación cinematográfica 'A mitad de sala'.

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