El Albergue Municipal, que cumplirá dos décadas en 2016, ha logrado en el último año que 158 personas hayan mejorado su situación de vivienda y que un 11% de los usuarios del Programa de Inserción Social hayan encontrado empleo.
De vez en cuando saca la placa de vigilante de seguridad de su inseparable faltriquera. “Lo hago para no volverme loco cuando tengo momentos de bajón en los que veo que ya no pertenezco a la sociedad”, confiesa Arturo de 51 años, usuario del Centro de Acogida e Inserción Social Albergue Municipal desde hace dos años. Desde que se separó en el 2007 anda dando tumbos. Hasta entonces dormir bajo la manta de estrellas era una experiencia desconocida. Problemas personales, depresión, sucesión de decisiones erróneas… Una espiral que ha podido controlar gracias a la ayuda del personal de esta institución pública. “Desde el coordinador hasta el último empleado son los únicos que me tienen en cuenta. Es su trabajo y les pagan, pero también le ponen corazón”, afirma.
Arturo, ex vigilante y marinero competente, es una de las 47 personas que quedan a salvo de la gélida e inhóspita intemperie gracias al cobijo de este albergue, enclavado en la calle Cantarería, en pleno corazón de Santiago, e inaugurado en el año 96 del pasado siglo. Nacía para dar respuesta a las necesidades propias de una ciudad que iba creciendo. “Con 210.000 habitantes debe haber un recurso de estas características”, defiende Paco Peláez, coordinador y uno de los responsables del albergue casi desde su génesis. Se puede decir que él mismo se erige como memoria histórica de esta “pensión” para personas sin recursos y problemáticas diversas que desde entonces, casi 20 años después, ha evolucionado.
“Absolutamente todas las personas que solicitan techo y comida los 365 días del año son acogidas, habilitando camas o siendo trasladadas a otros centros”
Según Peláez, en la segunda mitad de los 90, los usuarios eran mayoritariamente hombres, mayores de 45 años y todos con problemas de alcohol. Conforme ha ido pasando el tiempo, aparecieron otras problemáticas como el consumo de drogas – cocaína y heroína- y más adelante algún caso de ludopatía. El número de mujeres ha ido ‘in crescendo’. “Hace dos décadas había menos mujeres en la calle, eran acogidas 1 mujer por cada 9 hombres y en la actualidad, 2 mujeres por cada 8 hombres”, señala Peláez. En el 2014, el Programa del Albergue, servicio de acogida permanente en el que se incluye entre otros Arturo, atendió a 150 personas de las cuales 127 eran hombres y 23 mujeres, y la mayoría con edades comprendidas entre los 46 y 65 años de edad. Los usuarios atendidos en este programa de estancia permanente provienen de Europa (82%), mayoritariamente de España, seguida por ciudadanos de origen africano (14%), principalmente de Marruecos; y de América (4%).
Resulta llamativo que en este programa también se hayan atendido a tres chicas y a catorce chicos de entre 18 y 25 años. El dato provoca escalofríos. La directora de la Fundación Centro de Acogida San José, de la que depende el albergue, Fátima Villar, asegura que a las instalaciones del centro llegan chicas de Jerez con familias normalizadas de clase media-alta por consumo de sustancias y trastornos mentales, lo que se denomina patología dual. “En esos casos, la familia en muchas ocasiones están coordinadas con el centro sin que la persona acogida lo sepa. No la dejan abandonada, pero las situaciones son tan complicadas que a veces se tienen que retirar para que toquen fondo a ver si salen, y para eso está el albergue para darle el último empujón”, apunta Villar.
El coordinador del centro confiesa que pese a trabajar con personas sin hogar desde 1992 aún se sorprende. “Hemos atendido a hijos de compañeros de trabajadores del Ayuntamiento y de la fundación, y –recalca- a compañeros de trabajo que no nos esperábamos, pero tienes que ser profesional, te acabas acostumbrando”, reconoce. El albergue no es una alternativa; es la última oportunidad, el clavo ardiendo al que se aferran estas almas que se encuentran el resto puertas cerradas, cuyo cerrojo, conscientemente o no, echaron ellos mismos. “Cuando alguien viene hasta aquí a pedir ayuda, han caído del sistema por completo, los servicios sociales ya han agotado las posibilidades de trabajar con ellos”, enfatiza la directora.
“Cuando alguien viene hasta aquí a pedir ayuda, han caído del sistema por completo, los servicios sociales ya han agotado las posibilidades de trabajar con ellos”
En el Programa del Albergue, uno de los que desarrolla este centro de acogida, se han atendido a un total de 150 personas en el último año. De estos, 120 han sido nuevos ingresos y los 30 usuarios restantes, como Arturo, se encontraban alojados en el centro desde el año anterior, por lo que ya se estaba avanzando con ellos en la labor de integración social.
En un paseo por sus instalaciones algunos de los usuarios se marchan donde la vista de los ‘forasteros’ no alcance a reconocerlos. En la sala de estar la televisión está apagada poco antes de la hora del almuerzo. Impera el silencio aun estando la habitación ocupada por los comensales que parecen estar solos. No hablan entre ellos; prefieren dedicar el tiempo a hacer crucigramas y sopas de letras. Todos, mayores, coinciden en que son muchas horas allí viendo la televisión; se cansan.
Crear lazos de amistad resulta casi imposible entre los usuarios del Programa Albergue que “conviven” o al menos comparten techo a diario. Reina la desconfianza, el egoísmo y la envidia, según dice uno de ellos. “He tenido un amigo senegalés, éramos uña y carne. Nos llamábamos el culo blanco y el culo negro, pero ya se ha ido porque se busca la vida como La Paquera”, cuenta Arturo. “Cuando las personas llegan aquí tienen más tiros dados que la ventana de un sirio… No se sabe de qué hablar, es complicado… Venimos heridos por la vida, independientemente de quién sea responsable”, confiesa este usuario.
Si es complicado entre ellos, ni siquiera se contempla la posibilidad entre aquellos que se benefician del Programa de Baja Exigencia (PBE). En su origen, allá por el 2008 fue llamado Programa de Ola de Frío. Éste fue pionero en la provincia al igual que otros puestos en marcha por este centro de acogida e inserción, de hecho en la actualidad no existe ninguno, ni siquiera en la capital. Posteriormente, ejecutivos locales de distinto color han ocupado el Ayuntamiento y el programa se ha manteniendo. La necesidad de su continuidad es avalada por las cifras: 406 personas se acogieron a éste el año pasado, 76 más que en 2013, un 23% más.
Sus 17 camas -12 para hombres y 5 para mujeres- son ocupadas cada noche por el huésped que la demande, o bien por aquellos captados por el Programa de Intervención en la Calle, un total de 152 ‘sintecho’ (109 hombres y 43 mujeres) en 2014. Tanto la directora como el coordinador del albergue aseguran tajantemente que a pesar de carecer de lista de espera “absolutamente todas las personas que solicitan techo y comida los 365 días del año son acogidas, habilitando camas o siendo trasladadas a otros centros”, afirman.
Para muchos supone el primer paso que luego les lleva a ser acogidos en el Programa del Albergue o derivados a otras instituciones. La ocupación media de alojamiento del PBE es del 97%. Un total de 406 personas fueron atendidas durante el pasado año 2014, de las cuales 361 son hombres y 45 mujeres. Generalmente son hombres, toxicómanos, transeúntes, con un elevado porcentaje de adicciones a sustancias tóxicas y un gran deterioro físico.
“Hemos atendido a hijos de compañeros de trabajadores del Ayuntamiento y de la fundación, y a compañeros de trabajo que no nos esperábamos”
A través de él intentan contribuir a la rehabilitación y reinserción social y laboral de personas en situación grave de exclusión que son aseadas, aseadas y arropadas. Las personas que se acogen a este programa reciben asesoramiento relacionado con la orientación sobre trámites sociales (derechos, recursos y prestaciones existentes) y jurídicos. El área técnica, por su parte, detecta el posible padecimiento de enfermedad mental, y ofrece atención psicológica, trabajando codo con codo con los servicios de salud mental. En este sentido, Fátima Villar, apunta que sería conveniente contar con recursos más especializados para abordar estas dolencias: “Jerez cuenta con muchos profesionales especializados en otros campos como el geriátrico, y necesitaríamos más trabajadores y educadores sociales, psicólogos y médicos”.
A lo largo de 2014, 994 personas fueron atendidas en los distintos programas del centro (albergue, baja exigencia, de calle, atención socio sanitaria…) y se ofrecieron un total de 1.348 servicios externos como aseo personal, lavandería, ropería. Además, se realizaron un total de 495 consultas médicas.
Hay que celebrar especialmente los logros, aunque siempre sean insuficientes: 158 personas han mejorado su situación de vivienda, y un 11% de los usuarios del programa de inserción social han conseguido sus objetivos de búsqueda de empleo. Todo ello, fruto del trabajo en la Red de Integración Social de Jerez en la cual aúnan y coordinan esfuerzos las diferentes instituciones desde 1999.
El futuro sobre los perfiles y la mejora de la situación de los ciudadanos es incierto para todos. ¿Vendrá otra recesión cuando ya se veía luz al final del túnel? Peláez subraya que hace 10 años la crisis que se está viviendo resultaba “impensable”, crisis que ha abierto brechas de desigualdad como hacía mucho no existían, que ha arrastrado a personas normales y corrientes a la exclusión social y, por ende, no se atreve a realizar pronósticos.
Arturo hace lo posible por trabajar, asiste a grupos de inserción laboral, a diario practica deporte en un gimnasio. Desvía la mirada y a duras penas confiesa que duda si está emocionalmente preparado para trabajar y que teme recaer de nuevo en una fuerte depresión. Aunque en el albergue, afirma, se está fortaleciendo. “El futuro puede ser peor si se pierde la dignidad, cuando ya uno no se siente persona. De rendición hablaremos después de muerto”.
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