El agua como eje vertebrador de la vida ha acompañado, desde hace siglos, el progreso del ser humano. Cádiz, como territorio de mar y montaña, cuenta con importantes vestigios en torno a sus ríos y mares. Gracias al agua ha visto prosperar a su sociedad, además de condicionar el carácter y la esencia de esta.
En los últimos años, dos grandes hallazgos arqueológicos han traído consigo relevantes novedades en la historia de la provincia: por un lado, el descubrimiento de unos baños romanos en perfecto estado de conservación bajo las dunas de la playa en el cabo de Trafalgar; por otro, un gran complejo hidráulico en las márgenes del río Guadalete, en la barriada rural de La Corta en Jerez.
Trafalgar, más que una batalla
“Lo bueno que tiene Trafalgar es que trasciende de las mismas fronteras del Estado”, inicia el profesor del área de Arqueología de la Universidad de Cádiz, José Juan Díaz. La batalla acontecida el 21 de octubre de 1805, que enfrentó al bloque franco-español contra la armada británica, quien obtuvo la victoria, sitúa a este paraje natural en el punto de mira internacional. Algo que se vio bastante claro, advierte el profesor Díaz, cuando sacaron a la luz en 2021 los restos de los baños romanos, ya que dio la vuelta al mundo después de que agencias y medios de comunicación se hicieran eco del hallazgo.
Este descubrimiento tenía dos importantes peculiaridades: un gran estado de conservación (más de cuatro metros de altura, puertas y ventanas en buen estado) y situarse debajo de una duna de la playa. En este sentido, Díaz recuerda que “Trafalgar es mucho más”, pues su patrimonio natural es evidente y genera un aliciente mayor a la zona. “Aunque el tómbolo está en vías de inclusión dentro del Parque Natural de la Breña y marismas del Barbate, los restos arqueológicos en la zona de la playa de Marisucia, sí están en el parque natural”.
El grado de conservación de los restos arqueológicos se debe, en gran parte, al patrimonio natural y las características ambientales, a lo que se le añade el valor histórico. “Dentro de Trafalgar tenemos una ocupación humana desde la Prehistoria hasta la actualidad”, apunta el profesor, quien hace un repaso diacrónico de las diferentes etapas de la zona.
“Hemos documentado tumbas megalíticas no aisladas, separadas unos 200 metros unas de otras, que nos hace trabajar con la idea de que la zona era una verdadera necrópolis del poblado que habitó en la Prehistoria”, inicia Díaz. “No tenemos evidencias tangibles de la época fenicio-púnica, pero los literatos latinos ya hablaban de que la zona era un promontorio dedicado a la diosa Juno”, prosigue el profesor, quien asegura que “investigadores dicen que incluso podría haber sido una especie de santuario o espacio sacro de la época pre-romana, lo cual todavía no se ha documentado”, advierte.
Trafalgar constituye una zona de control visual de la navegación si se llega desde el Estrecho dirección al norte, donde se sitúa la Bahía de Cádiz. “En época pre-romana y romana estas zonas se marcaban como hitos y eran espacios donde se consagraban a las divinidades, se colocaban faros o santuarios que favorecieran esa navegación”, explica el experto.
En época romana (siglo I a.C), los itálicos se asientan en esta zona durante el proceso de romanización y generan una villa. “Esto no es más que una casa de campo, un cortijo, pero en este caso con el apelativo de marítima, y no marítima porque esté vinculada al mar —apunta Díaz— sino porque utiliza el espacio marítimo como teatralización, como espejo en el que mirarse”.
Asimismo, esta villa marítima cuenta con una característica que propició la necesidad de excavar. Un criadero de peces y moluscos, que era práctica habitual en las costas italianas, así que el hecho de que una villa marítima tuviese una piscina a modo de vivero o criadero en esta zona la hacía única, pues solo se tenían ejemplos en Alicante”, espeta el profesor de la Universidad de Cádiz.
La villa, por otro lado, cuenta con una fábrica de salazón anexa y un espacio donde se salaba el pescado o se hacía el garum, además del criadero de engorde de pescado y molusco. “Eso que parece habitual, en realidad no lo es, o al menos no tenemos registro arqueológico, pero no solo en la provincia de Cádiz sino en todo el litoral bético y casi hispano, por eso es la única con estas características hasta el momento”.
A posteriori, continúa Díaz, “se crea un núcleo poblacional y aunque no podemos hablar de ciudad, se trataba de un núcleo rural secundario en el que había una serie de fábricas de salazones, entre la zona de Marisucia y Caños de Meca”. De la necesidad higiénico sanitaria de la población, se construyeron los baños. Y estos son los vestigios de época romana que se han encontrado ocultos bajo las dunas.
Las tumbas cristianas junto a la torre construida en el siglo VIII van finalizando este recorrido. “Cuando llegan los musulmanes, hay una reminiscencia de población cristiana, que no sabemos dónde vive, pero que se enterraba en el cabo de Trafalgar. Eso también está documentado”, advierte Díaz. La torre ha sido utilizada tanto para control del territorio como para avistar los atunes para las almadrabas. Finalmente, la construcción del icónico faro de Trafalgar en el siglo XIX aproxima hasta la actualidad la historia de la zona.
Para este profesor y su equipo, la única manera de socializar y poner en valor el patrimonio de Trafalgar es a través de una ruta arqueológica. “Haciendo un recorrido con pequeños hitos y cartelería donde se indiquen en clave diacrónica todo el recorrido de la historia de Trafalgar hasta nuestros días”. Una ruta que deberá estar en combinación con el parque natural para evitar cualquier problema. “Por ejemplo, las construcciones o cartelería tendrá que hacerse con los mismos materiales que se utilizan en el parque natural”, aclara el profesor.
Díaz recuerda que la Junta de Andalucía ha sacado un par de contratos de investigación con el que el grupo de la Universidad de Cádiz ha podido delimitar y conocer el potencial arqueológico de la zona, que actualmente se encuentra en fase investigación. “En un futuro, si todo va bien y desde la administración competente en materia de cultura, se pretende que el yacimiento se declare BIC. Y, a partir de ahí, se decida qué restos deberán permanecer cubiertos para su mejor conservación y cuáles deben o pueden ser susceptibles de ser visitables”.
Este proyecto nace de la Universidad de Cádiz, auspiciado por la Junta de Andalucía como gestora de la conservación y la tutela del patrimonio arqueológico, y con la dirección de Darío Bernal Casasola, Catedrático Arqueología de la UCA, investigador principal del proyecto Arqueostra y responsable de los estudios de la fase romana del yacimiento; José Juan Díaz Rodríguez, profesor de Arqueología de la UCA y director de las actividades arqueológicas en Trafalgar; Eduardo Vijande Vila y Juan Jesús Cantillo, profesores Prehistoria de la UCA y responsables de los estudios de la fase prehistórica del yacimiento.
Ya cuentan con recursos digitalizados en 3D, así como infográficos, vuelos de dron, fotogrametría, levantamiento topográficos con el objetivo de que si alguno de los restos no se pudiera ver, pueda hacerse a través de la cartelería con códigos QR e internet, a través de la tridimensionalidad. “Así facilitamos el aprendizaje y visualización de los restos más allá de lo que enseñas en el momento de la visita”, concluye Díaz.
Nuevas miradas al río Guadalete
La actividad arqueológica de los Molinos de la Corta se enmarca en el proyecto de adecuación y mejora del río Guadalete, que la Junta de Andalucía está realizando desde más de 10 de años bajo la dirección de José María Sánchez García.
“La recuperación de las márgenes del río ha revelado un interesante complejo hidráulico de molinos y norias de distintas épocas y de diferentes ingenios”, comenta Luis Cobos, uno de los arqueólogos que trabaja en la zona. Todo ello, apunta su compañera arqueóloga, Esperanza Mata, “ha supuesto la recuperación de las condiciones medioambientales hidrológicas del río y ha sumado al restablecimiento de todo el patrimonio histórico y arqueológico vinculado a las márgenes”.
“Nos encontramos en el curso bajo del río, principal red fluvial de la provincia, donde estos vestigios de la relación del hombre con el río son importantes y relevantes desde el paleolítico”, explica Esperanza, quien destaca la relevancia de estas ocupaciones como una de las principales fuentes de recursos en el territorio.
El gran complejo hidráulico también muestra la importancia de la revolución tecnológica que significó el uso de la energía hidráulica para el hombre, más allá de fines para la molienda o el riego. “Esto lo explica la Corta desde época romana, pasando por los siglos medievales, hasta época actual con el propio azud, construido a principios del siglo XIX”, añade Mata.
Cuando el equipo de arqueología comenzó a trabajar en la zona, se encontraron con un espacio muy degradado en comparación con la actualidad. La arqueóloga sostiene que ha sido “un revulsivo importantísimo para la barriada rural”. La relación con sus habitantes ha sido fundamental, no solo a la hora de explicar el trabajo que se estaba desarrollando, sino a la hora de transmitir memoria y saberes. “Nos han contado sus recuerdos en torno a estas estructuras y qué ha significado el río para ellos”, comenta Esperanza, que defiende que estas personas son “las primeras que le van a dar sentido a este patrimonio arqueológico” porque “tienen que hacer suyo el propio entorno y ser garantes de su conservación”.
Cobos asegura que por su fácil acceso, “en un futuro podrá incluirse en una ruta natural y patrimonial donde se incluirán otros bienes patrimoniales como el monasterio de la Cartuja y el puente y la Ermita de la Ina, así se podrán valorizar estos espacios rurales y crear sinergias entre emprendedores”. En este sentido, Esperanza Mata recuerda que “los negocios locales, restaurantes y la empresa de canoas para navegar por el río suman y se retroalimentan”. Por eso, ambos arqueólogos sostienen que estas correlaciones darán muchísimo futuro al entorno, donde podrían surgir diversas iniciativas empresariales para la gente joven y los habitantes del lugar alrededor del patrimonio arqueológico, situado en un espacio abierto y público.
Un tapón administrativo
El sector de la Arqueología se enfrenta a dos grandes problemas, como son la precariedad laboral y la falta de personal especializado en las delegaciones de cultura de la Administración pública. Ernesto Toboso, presidente de ASPHA, asociación de profesionales del patrimonio histórico-arqueológico de la provincia de Cádiz, arroja luz sobre este tema.
“La Arqueología es un sector donde más del 90% de los trabajadores son autónomos y no hay una masa empresarial que tenga empleados, con lo cual, hay meses que se trabaja y otros que no se trabaja”, comenta. En esos términos, “resulta bastante complicado laboralmente”.
Por otro lado, el principal obstáculo al que se enfrentan es la Administración, a través de las delegaciones de Cultura que tienen que tramitar los proyectos de todas las obras que hay en la provincia. “Esto conlleva una cantidad de expedientes inmensa e inabarcable para el personal que tienen”, explica Toboso.
He aquí el quid de la cuestión. “Las delegaciones de Cultura están escasas de personal cualificado y general. En el caso de Cádiz, hemos estado muchísimos años con un solo técnico que tenía que leerse y resolver todos los expedientes, atender teléfono, hacer inspecciones y visitas, abordar cuestiones de urgencia como expolios con la Guardia Civil…”, lamenta el presidente de ASPHA.
La situación no cambia en la actualidad, pues ahora son dos y Toboso advierte que “estamos en las mismas”. ¿Esto qué provoca? Demoras de hasta cinco meses para la autorización de una intervención de, a lo mejor, uno o dos días. “Eso por parte del arqueólogo, pero por parte de los promotores son miles de euros en inversiones paralizadas y con retrasos por culpa de ese tapón administrativo”.
Comentarios