Asidonense es el gentilicio de los habitantes de Medina Sidonia; una gente que sabe que su oriundez delata su pertenencia a una tierra culta, rica, longeva y con una vida arrimada a la naturaleza. Es la consecuencia de las diferentes civilizaciones y culturas que la han habitado. Es ciudad, título que ostenta desde el siglo XV gracias Enrique IV, y tutela con ahínco el tesoro de su anciana sabiduría. Su situación geográfica, dominando por su altura (337 metros por encima del nivel del cercano océano Atlántico) un vasto territorio, tiene sus orígenes en el Cerro de las Madres o del Castillo, con asentamientos de hace unos 3.000 años; fenicios, romanos, bizantinos, musulmanes y cristianos, todos han sumado.
En Medina confluye una diversidad que se expresa, además, en su gastronomía, en su genuina repostería... algo de cada una de las culturas que han moldeado tanto el carácter del asidonense como su filosofía de vida, la buena mesa y, especialmente, en los vestigios patrimoniales que adornan una población singular.
Medina Sidonia hay que descubrirla; como dice su eslogan turístico, ‘Ciudad infinita’, hay una Medina para que cada viajero trate de localizar su finito: pasear por sus calles y plazas, por sus monumentos, por su casas encaladas, mansiones señoriales. Hay que desnudarla para sorprenderse con la riqueza de su patrimonio, tanto material como inmaterial, que se esconde en cualquier rincón de su anatomía urbana.
Hay que sentarse en la plaza del Ayuntamiento mientras se saborea un alfajor de las Trejas o del convento de Jesús, María y José de las Descalzas. Echarle genio para subir caminando hasta el Cerro del Castillo y admirar el paisaje que se domina desde allí arriba, donde los ‘bravos’ que pacen por las fincas parecen diminutos e inofensivos animalillos; cruzar por el arco de la Pastora jalonado por murallas y ventanas enrejadas que guardan celosas los ecos de unos ancestros que parecen encontrarse en cada rincón o revuelta; deslumbrarse en Santa Maria la Mayor, la iglesia que domina las alturas donde antaño hubo una mezquita y ahora rebosa barroco y plateresco en su valioso interior donde el Rey Sabio y el poderoso duque de Medina Sidonia legaron una rica imaginería medieval en mármol de Carrara.
Y después de la paliza llega el momento de relajarse ante una buena mesa. En este aspecto manda lo que la tierra da. La elección la hacemos, primero, arriba en el restaurante El Castillo y después saliendo de la población a cuyas faldas se localizan algunas ventas de largo recorrido de muchos decenios de vida como La Cabrala, el Ventorrillo del Carbón, El Jilguero, Rincón del Gordo, Candela, El Duque... buenas chacinas, verduras, hortalizas incluso criadas alrededor de las instalaciones, guisos de carnes, con el conejo como especialidad; caracoles, cabrillas en tomate, tagarninas, alcauciles, espárragos con arroz, entre otros. Contundente y delicioso.
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