Tras una pandemia mundial que, pese a la mejora en el primer mundo, está aún lejos de remitir y un nuevo informe del IPCC que vuelve a confirmar el desastre climático, la única buena noticia es que si actuamos ya con medidas contundentes y a gran escala, el planeta podría volver a retomar el pulso en 20 o 30 años. Si actuamos YA y A GRAN ESCALA. En este contexto, ¿qué significa que nuestros pueblos y ciudades avancen?
Muchas propuestas políticas están centrándose en la reconstrucción del mundo que existía antes de la pandemia, pero ¿cómo estábamos entonces? Teníamos escandalosas desigualdades: muchas personas sin recursos mínimos para vivir, empobrecidas, precarizadas —la mayoría, mujeres, que son el soporte de muchas familias—, una economía concentrada en pocas manos, especulativa y fuertemente financiada, falta de vivienda asequible, deterioro de servicios públicos (sanidad, educación, servicios sociales, etcétera), una democracia esquelética, donde la participación política de la ciudadanía ni es significativa, ni se potencia, y donde conquistas sociales y derechos llegan a cuestionarse por una derecha envalentonada cada vez más extrema. ¿Eso es lo que queremos reconstruir?
Ninguna acción política puede ya justificarse en supuestos alivios económicos si no se acompaña de redistribución de la riqueza, reforzamiento de los servicios públicos y atención a millones de personas que viven en la precariedad o la exclusión. Solo caben ya medidas que, de manera inmediata y directa, contribuyan a revertir el deterioro del medio ambiente, la pérdida efectiva de derechos, los retrocesos en materia de igualdad o la pérdida real de democracia. ¿Lograrán los fondos Next Generation afrontar los retos climáticos, sociales, económicos y de género tal y como se viene enunciando? Hay muchas dudas, si se atiende a las tensiones entre las grandes empresas, que solo quieren reformas fiscales o laborales para aprovechar sus inversiones, y las entidades sociales, que reclaman invertir más en las personas: educación, sostenibilidad, economía de los cuidados, pequeñas empresas y economía social.
¿En qué dirección queremos que avancen nuestros pueblos y ciudades? En palabras de Ada Colau, referente municipalista en España y a nivel internacional, alcaldesa de Barcelona: “Tras la pandemia no necesitamos una simple recuperación, necesitamos una transformación”.
Si los efectos del capitalismo depredador, extractivista y basado en el crecimiento perpetuo afecta a los municipios y a la vida de sus gentes, ¿por qué no disponemos de instituciones municipales con capacidad para combatirlo? Si la falta de vivienda asequible, la contaminación o que se disparen los precios de servicios básicos nos afecta a nivel local, los ayuntamientos deberían poder combatir la proliferación de pisos turísticos, limitar el uso del vehículo privado u ofrecer servicios básicos como la energía, sin sortear un sinfín de obstáculos competenciales. Las decisiones que nos afectan se toman demasiado lejos, en Sevilla, Madrid o Bruselas. O aún peor, en la oscuridad de los lobbies y grandes corporaciones. ¿Pero es suficiente un mayor grado de autogobierno o priorizar la acción política local, objetivos tradicionales del municipalismo? Considero que el “nuevo municipalismo transformador”, integrando dichos principios, pone en juego otros elementos indispensables.
Las ciudades que avanzan en Andalucía deben poner semillas en la economía social, el sector agroindustrial, los servicios públicos y la economía verde y circular
En primer lugar, no podemos circunscribir la política municipalista a las candidaturas que irrumpieron en 2015, que reflejan la realidad política, la diversidad y la singularidad de cada municipio y que, tras una fase crítica, permanecen en el tajo. Es necesario generar sinergias, lazos y complicidad, también tensión política, con movimientos sociales locales, ámbitos de la economía social y espacios de cultura crítica que desarrollan municipalismo en un marco no electoral.
Necesitamos avanzar en participación real, radicalización democrática, con herramientas para que la ciudadanía realice un control efectivo que garantice las buenas prácticas y buen uso de los recursos públicos, pero sobre todo para que tengan capacidad de decisión. También afrontar la política desde una perspectiva feminista. La feminización de la política requiere cambiar prioridades y poner la vida en el centro, la buena vida, que incluya, por supuesto, políticas contra la violencia machista, la feminización de la pobreza, los cuidados y el sostenimiento de la vida personal, entre otras cosas. También necesitamos un cambio profundo en las formas de hacer, tanto en las instituciones como en las organizaciones sociales y políticas (horizontalidad, inclusividad, compatibilizar acción pública con vida personal y cuidados, transversalidad de las políticas feministas, desterrar dinámicas competitivas y liderazgos unipersonales, gestionar adecuadamente las relaciones e incidir en los cuidados, realizar balances políticos con mirada feminista, etcétera).
No basta con “sobrevivir”, necesitamos municipios habitables, saludables, recuperar el espacio público para la vida y la convivencia, la soberanía alimentaria, los ecosistemas urbanos, la movilidad sostenible, la peatonalización, cuidar y multiplicar las zonas verdes, las fuentes, las zonas de bajas emisiones, para así amortiguar las altas temperaturas. No avanzamos si seguimos asfaltando, talando y podando sin ton ni son, con carriles bici desiertos, aceras llenas de terrazas sin control, comprando a miles de kilómetros mientras el comercio de proximidad cierra o manteniendo un transporte público raquítico que incentiva el transporte privado.
Es necesario poner a las personas en el centro. Avanzar en un rescate social que no deje a nadie atrás: renta social, vivienda asequible, garantía de derechos básicos y fortalecimiento de la sanidad, educación y servicios sociales. Políticas sociales de proximidad, pegadas al terreno, a la gente, en cada barrio, sorteando la burocracia, los despachos o los teléfonos que no contestan. Apostar por la construcción y reconstrucción de instituciones del común (centros sociales, huertos urbanos, plazas y parques, viviendas colaborativas, monedas locales, gestión compartida de equipamientos públicos…) acabando con la privatización de lo público. La cultura debe ser un elemento de intercambio, de crecimiento y apertura al mundo, no un mero reclamo turístico con manifestaciones culturales clonadas que pueden consumirse en cualquier rincón del planeta.
En materia económica no podemos fiar todo al turismo, el comercio y los servicios, sectores más afectados por la crisis climática y la pandemia. Las ciudades que avanzan en Andalucía deben poner semillas en la economía social, el sector agroindustrial, los servicios públicos, y la economía verde y circular. La cooperación entre los actores económicos y sociales dentro de un municipio y con diferentes municipios entre sí (municipalismo no es localismo) debe configurar un tejido productivo vivo, creativo, con rentabilidad económica y social, creando empleos de calidad, produciendo con energías verdes, alimentos ecológicos, viviendas asequibles y colaborativas, distribuyendo en lo local, generando solidaridad.
Hay que desafiar los límites administrativos de los ayuntamientos, apurando al límite las competencias, investigando fórmulas que hagan viables las propuestas políticas, reivindicando junto con otros municipios que se produzcan modificaciones legales, autonómicas y estatales, para afrontar sus desafíos con garantías y recursos.
El municipalismo está presente en el plano internacional, además de en España, como ha demostrado el reciente encuentro Fearless Cities (Ciudades sin Miedo) que ha congregado a 1.000 personas de más de 50 países, destacando experiencias municipalistas en Italia, Francia, Croacia, Chile, Colombia, Brasil o Estados Unidos. El municipalismo ha venido para quedarse.
Si dedicáramos de manera cotidiana a la participación política, entendida como contribución a la vida en común y los cuidados, lo que dedicamos a consumir nuestra atención en la redes sociales quizá nos iría mejor. No trato de culpar por inacción, sino llamar a hacernos responsables, construir la esperanza, y no extraviarla, como diría Yayo Herrero, confiando en que otros agentes produzcan lo que deseamos. Si las fuerzas políticas, sociales y ciudadanas que comparten planteamientos coordinaran sus esfuerzos, tanto en la vía institucional como ciudadana, propiciando dinámicas constructivas, colaborativas, democráticas y de cuidados, quizá sería el principio de un verdadero avance. ¿Cómo? Apoyándose en lo más propio: la potencia de los afectos, los vínculos y los territorios cotidianos, como diría Amador Fernández-Savater.