Nos encontramos con Ana Rossetti (San Fernando, 1950) en el marco del IX Congreso Internacional de la Lengua Española de Cádiz, donde ha participado en una excepcional velada poética. La escritora, aclamada por sus lectores y por la crítica, es una de las poetisas más singulares de la segunda mitad del siglo XX en España.
Lejos de ponerle etiquetas —no le gustan nada— ni encasillarla en eso que llaman poesía hecha por mujeres como si tuviera que diferenciarse del resto de los mortales, Rossetti descubrió el teatro cuando tenía solo 8 años y compuso su primera obra. "No sé cómo hice que mis compañeros la representaran", recuerda. En su casa, con su hermana y sus otros dos hermanos, hacía lo propio emulando mitos de la Antigüedad grecorromana: "Lo pasábamos muy bien". A Madrid, donde reside, llegó pocos meses después del Mayo francés, viviendo el ambiente de la ciudad en el tardofranquismo y su radical transformación en la Transición con la Movida madrileña. "Vivía allí, en Maravillas. Vi cómo se transformó Malasaña", dice.
Tras llevarse el Premio Gules de Poesía por Los devaneos de Erato (1980), siguió explorando con profundo placer estético, culturalista y naturalista —disculpe las etiquetas—, los mitos y la poesía erótica, género que, como el resto de su literatura, reconoce "no haber buscado", ya que nace de sus propias vivencias. Su vasta obra incluye títulos de narrativa, literatura infantil y juvenil, así como la edición y escritura de libros de texto de la mano de la editorial Santillana.
¿Cómo llegó usted a la escritura? ¿Un juego de niños?
Yo siempre he jugado con las palabras. Tendría como unos ocho años cuando escribí una obra de teatro y no sé cómo hice que mis compañeras [de clase] la representasen. Nos abrieron el salón de actos [del colegio de la Compañía de María de San Fernando] y fueron a ver cómo actuábamos, cómo la representábamos. Ahí se puede fechar mi primera obra.
Luego, siguió escribiendo...
Las compañeras me pedían que escribiera coplas para los profesores, sea para bien o para mal. Cosas así. Más tarde, mi escritura pública fue para el teatro. Llegué a Madrid en 1968 y me metí en un grupo teatral. Muchas cosas de las que escribía no eran argumentos originales míos, sino que hacíamos improvisaciones sobre las improvisaciones.
Se fue a Madrid a estudiar con 18 años.
Bueno, quería hacer escenografía. Paralelamente, buscaba estudiar Historia del Arte, pero en la carrera que escogí también se hacía Historia del Arte por lo que al final me daba igual. En la academia que me apunté para hacer lo que yo quería estaba Francisco Nieva. El problema es que dejó de trabajar ahí y quitaron su especialidad, por lo que no pude especializarme en lo que yo deseaba. De allí han salido grandes escenógrafos y directores de arte con premios Goya. El primer año en Madrid [curso 1968-1969] estuve en una residencia de estudiantes, por lo que de vez en cuando también iba al Teatro Universitario, al que estaban apuntadas mis compañeras. Además, en la academia donde estaba también hacíamos funciones de teatro. Ahí empezó todo.
¿La creación poética fue a la par o llegó más tarde?
La poesía era algo normal en mi vida, pero una cosa es lo que se hace y otra lo que se publica. El lenguaje poético lo he utilizado para andar por casa, y muchas de las cosas que se han publicado las he dedicado antes a gente de mi entorno. Hice míos mensajes que ellos entendían muy bien. Eran cosas que nos estaban pasando y de las que nos estábamos riendo.
Es el caso de Los devaneos de Erato, su primer poemario, que se publicó en 1980.
Hice una compilación de algunos poemas, formé un libro y los publiqué, pero lo cierto es que fueron compuestos antes sin saber que iban a ser publicados.
La crítica dice que rompe con la poesía mayormente masculina de su tiempo, bailando entre la tradición clásica y lo erótico...
La crítica que haga y diga lo que le dé la gana. Eso no estaba escrito con la intención de ser publicado, y realmente así es cuando se escribe de verdad con libertad, cuando uno lo hace por algo concreto, no por innovar o cambiar.
No son encargos, ni están pensados, sino que surgen.
Esa es la verdadera libertad del poeta y la poesía más libre, la que tiene ningún tipo de filtro. Sobre lo clásico, no es que me haya gustado, es que jugaba con ello. Como te decía, era una cosa de andar por casa. Al ser cuatro hermanos, dos y dos, éramos como los Dioscuros [los hijos de Zeus o gemelos celestiales, Cástor y Pólux]. De pronto, una nuestras amistades hacía de Baco, otra de Apolo, y otra de lo que fuera. Eran cosas que teníamos integradas en nuestro mundo, cogíamos esas claves porque eran nuestras claves.
Iba a decir que su poesía es performativa. De hecho, es casi teatro...
Sí, exactamente. Muchas cosas se escribieron para ser recitadas. Hacíamos unas cosas que llamábamos las bacanales, haciendo homenaje a algo, haciendo una puesta en escena y una serie de parlamentos. Esos parlamentos los he trasladado yo a mi escritura. En realidad, era lo que hacíamos en esas ceremonias. En un momento determinado, el novio de mi hermana y uno de mis hermanos se iban a la mili, por lo que hicimos un cortejo presidido por Ares yendo hacia donde estaba la tríada capitolina para despedirse de ellos. (Ríe). Luego hacíamos fusiones. Por ejemplo, aunque estuviera la tríada capitolina, metimos un personaje de Tartessos, y llegamos a inscribir una medalla con la famosa inscripción tartésica que dice "tú que me llevas, sé dichoso". Se las dimos en esa ceremonia. Es un constructo que teníamos en nuestra vida diaria.
Poesía performativa y familia de actores
La autora gaditana es madre de la exitosa actriz española Ruth Gabriel (Madrid, 1976), y viuda de Ismael Sánchez Abellán (Madrid, 1948-2008), que formó parte del teatro infantil Trabalenguas, y fue un conocido actor de doblaje. La poesía de Ana Rossetti es un fiel reflejo de su vida, vinculada al mundo de la interpretación.
A un joven con abanico
Y qué encantadora es tu inexperiencia.
Tu mano torpe, fiel perseguidora
de una quemante gracia que adivinas
en el vaivén penoso del alegre antebrazo.
Alguien cose en tu sangre lentejuelas
para que atravieses
los redondos umbrales del placer
y ensayas a la vez desdén y seducción.
En ese larvado gesto que aventuras
se dibuja tu madre, reclinada
en la gris balaustrada del recuerdo.
Y tus ojos, atentos al paciente
e inolvidable ejemplo, se entrecierran.
Y mientras, adorable
y peligrosamente, te desvías.
Los devaneos de Erato, 1980.
Además del Premio Gules de Poesía por su primera compilación, Los devaneos de Erato (1980), la escritora publicó Dióscuros (1982) y Devocionario (1985), con el que se hizo con el Premio Internacional de Poesía Rey Juan Carlos. Hace unos meses ha reeditado su obra de 1997 Una mano de santos (Siruela, 2022), y actualmente trabaja sobre un nuevo proyecto sobre la simbología de Santa Catalina de Alejandría, un personaje que reconoce se inventaron al no poder silenciar a una poderosa mujer capaz de sembrar cátedra.
¿Cómo recuerda la ciudad de Madrid a la que llegaste a finales de los años 60, y ese cambio radical de la Transición y de los años 80 con la Movida?
En realidad he vivido tres grandes cambios. Llego a Madrid a finales de septiembre del 68 y en muy poco tiempo hay un estado de excepción [el Gobierno franquista lo anunció un 24 de enero de 1969 y lo decretó al día siguiente]. En ese momento, de estar con las túnicas, con los peplos griegos, y cantando Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles a estar corriendo delante de los grises, sufres un bofetón de realidad considerable. La cuestión es que fue un cambio, había toque de queda y en ese sentido en mi pueblo sentía y había bastante más libertad. Luego, lo de la Movida fue espectacular. De pronto, Madrid se vuelve de colores...
De ser una ciudad conservadora y gris...
Se vuelve todo de colores y pasa todo lo que tenga que pasar. En ese momento, me voy a vivir al barrio de Maravillas y veo cómo se convierte ese barrio de Maravillas en Malasaña. Yo estaba ahí. Luego, tengo una tercera revelación de Madrid, que es el 15M [de 2011], con una de las plazas más dinámicas, que es la del 2 de mayo, en mi barrio. Se facilitó mucho el poderse involucrar en determinados movimientos, asuntos, protestas, discusiones, debate... todo eso.
En su última obra, El libro de las ciudades (Siruela, 2021), cuenta la fundación de cinco ciudades a través del mito llevándolas a otro terreno.
Y no ha sido buscado. Verás, creo en el libre albeldrío, pero al final en un montón de cosas que me han pasado en la vida, el albedrío no ha tenido nada que ver. Cada historia ha surgido por una cosa distinta, la única que he escrito queriendo para completar el libro fue la de Medina Azahara, pero las otras [Atenas, Varsovia, Madrid, Tiro] han surgido por historias diferentes. La de Varsovia en un principio era un poema de los que escribí para uno de los libros infantiles de Santillana. Cuando hago literatura infantil, no me gusta sacar cosas de la cabeza, sino cosas que luego pueda referenciar. Lo que caracteriza a la cultura es establecer esas relaciones.
Puentes...
Puentes, relaciones entre una cosa y otra. Es por eso que he cogido unas leyendas que me dan la oportunidad de hablar de otras cosas. Por ejemplo, la de Madrid me venía muy bien porque hablaba de los carpetanos, los sin ciudad. Entonces, me convenía para hablar de Madrid como espacio ideal donde puede ir todo el mundo. En el caso de Tiro, hablo de cómo nos perjudica el amor romántico. Las utilizo como vehículo.
En el ámbito de la poesía, ¿cree que hay más promoción que antes?
Hombre, por supuesto. La gente que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, ¿en qué está pensando? Hoy día cualquiera pueda publicar poesía aunque sea por internet. Si tú quieres que te publique Tusquets es complicado, pero si lo que quieres es que se te oiga, se tiene más cauce. Por ejemplo, ¿cuántos bares hay en Madrid en los que sea lea poesía o haya micro abierto? No digo que sea bueno el hecho de que sea más accesible y fácil, pero ahora hay muchos más certamenes y concursos de poesía, por lo que hay más oportunidades.
Con la celebración del IX Congreso de la Lengua Española, Cádiz se ha llenado de personalidades, académicos, escritores y poetas. También los que vuelven. Cádiz siempre ha sido cuna de literatos...
Cádiz ha tenido suerte porque aquí ha venido mucha gente. Tenemos que mentalizarnos de eso hoy. No basta con que venga gente simplemente a gastarse los dineros. Lord Byron estuvo cinco días, pero tuvo una inmersión en Cádiz, en sus tertulias, en su vida cultural. La cuestión es que muchas veces confundimos las cosas.
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