Juan Pedro Cosano, suma y sigue
Juan Pedro Cosano (Jerez, 1960) saca a la luz una novela que ya tenía escrita hace unos años, El abogado de rojos, pero que ahora Espasa, el sello que edita gran parte de sus libros, publica con la tranquilidad de tener en el escritor jerezano un autor de garantía, una pluma siempre acertada y viva, que exprime sus recursos estilísticos y su prosa para que los lectores disfruten (disfrutemos) de sus historias y sus personajes.
Tras El abogado de pobres, que le valió el premio Abogados de Novela en 2014, convocado precisamente por Planeta, Juan Pedro Cosano ha publicado, entre otras, las novelas: Llamé al cielo y no me oyó, El rey del Perú, La fuente de oro, Nadie podrá quererle como yo, y las Monedas de los 24, todas bajo sellos del Grupo Planeta. Otros títulos del escritor y abogado jerezano son Las muertes pequeñas (autoedición) y Matar a un tertuliano (Almuzara).
El abogado de rojos es la undécima novela de Juan Pedro Cosano.
Escribir de abogados, es escribir de lo que hago todos los días. Eduardo Peña, que es el protagonista, tiene mucha similitud con Pedro de Alemán, en cuanto a su idiosincrasia. Son héroes, aunque a mí no me gusta escribir sobre ellos. Son personas muy humanas, muy corrientes. Muy agobiados por sus propios demonios. En el caso de Pedro de Alemán eran las caídas recurrentes que tenía. En el caso de Eduardo Peña, es la cobardía, un no querer significarse. Quiere estar más como espectador que como actor. Hay ciertas similitudes en eso, pero las épocas son diferentes, el ambiente y el contenido de la novela es muy distinto.
Al protagonista su padre lo abandona con 11 años. No sabe nada de él. Incluso le reprochaba no poder valerse de los beneficios de haber sido hijo de viuda. Su padre vivía y ni siquiera eso le dio. Ese es uno de los traumas que él tiene.
"Eduardo Peña, protagonista de la novela, es un hombre agobiado por sus propios demonios"
Hay dos razones: en primer lugar porque me gustó mucho el Madrid de la posguerra. Me acerqué a él, como mis lectores sabrán, en La fuente de oro, al final de la novela. Me encantó ese ambiente sombrío. En segundo lugar, porque me da mucha pena que se siga enarbolando la bandera de la guerra civil para hacer política y para reabrir antiguas heridas. Para seguir ahondando en las dos Españas. Esta es una novela sobre la posguerra. Hay flashbacks de la guerra, pero no soy de moralejas. Me gustaría que el lector se quedara con el mensaje de que es el momento de enterrar la guerra civil, es momento de cerrar aquellas viejas heridas. No conseguimos nada hablando de la guerra civil como si hubiera ocurrido antes de ayer, cuando en realidad han pasado casi 90 años. Es el momento de afrontar el futuro. Ese el mensaje que he querido transmitir en esta novela.

Yo lo he intentado. He dejado a un lado el pensamiento propio, y he intentado ser objetivo. Ser objetivo es fácil. Siempre que se busquen los datos. A mí me encanta Almudena Grandes, que es una magnífica escritora, pero era muy maniquea, en el sentido de que tenía el pensamiento de que solo había unos buenos, y todos los demás eran malos. En la guerra civil hubo buenos y malos por ambas partes. Hubo razones por ambas partes. Unos no supieron gobernar sin incurrir en el caos, otros no supieron cambiar el orden de las cosas sin recurrir a las bombas.
Claro. En la novela te vas a encontrar con cosas curiosísimas. Por ejemplo, y ya que hablamos de abogados, en el Colegio de Abogados se depura a muchísimos colegiados durante la guerra. Se les expulsa del Colegio. Uno de esos depurados fue Niceto Alcalá Zamora, quien, a su vez, también había sido depurado por los republicanos (ríe). Habían hecho lo mismo. Barbaridades hubo por los dos bandos. Desde las sacas de los milicianos, los "paseos" al cementerio que hicieron los nacionales. El terror existió. Primero fue el terror rojo y después el terror blanco. Aquello fue un baño de sangre por ambas partes. Yo intento con la novela no hacer banderías de la tragedia, sino decir, lo que pasó, pasó. Hay que mirar el futuro mirando desde la unidad de una sola España.
"Intento no hacer banderías de la tragedia"
Esa misma frase, sin conocer yo esa película, aparece de forma recurrente en la novela. No con esas palabras. De hecho, hay un capítulo que se llama: ¿Pero esto es la paz? El abogado se cuestiona todo eso. ¿La paz no es la reconciliación? ¿La paz no es la concordia, la clemencia? Esto no es la paz. "He sido víctima de la guerra, pero he sido más víctima de la paz", dice el protagonista de esta novela.

He intentado no abusar del tema legislativo. Pero si me he encontrado con cosas curiosísimas. ¿Cómo pueden estar pasando cosas ahora que ya pasaban en la República? Por ejemplo, el desahucio, que estaba prohibido. ¿Qué suponía eso? Que nadie alquilaba. Si tú dejabas de pagar, te condenaban a pagar lo que debías, pero no te echaban. Había muchísimas cosas que había antes y te las sigues encontrando ahora.
Lo que he intentado es que la novela no se me fuera de las manos.
He querido mantener la línea del equilibrio. Y es difícil si se habla de los consejos de guerra, de las barbaridades que se hicieron en esos consejos. Me ha costado mucho trabajo no traspasar la misma línea que me había marcado. Pero así y todo, creo que la he traspasado.
Creo que quien lea la novela con un mínimo de sensatez va a ver que el autor ha intentando ser muy objetivo. Eso no va a quitar críticas. Hay gente tan cerril que no sabe leer entre líneas. Se cuentan las burradas que se hicieron mientras Madrid fue republicana, pero también se cuentan las que se hicieron en los consejos de guerra posteriores al conflicto. Igual el lector se queda con el aroma de que... porque la novela se desarrolla en la posguerra, y por más referencias que se hagan al terror rojo, se van a quedar con el terror blanco. Yo elegí hacerlo en los juicios de la posguerra porque no hay nada escrito en novela sobre eso, al menos que yo sepa.

Una novela sobre la guerra civil para enterrar la Guerra Civil. Un canto a la esperanza de la reconciliación definitiva.
Eduardo Peña, abogado, aún joven, vive con su madre en un Madrid devastado que se prepara para el fin de la guerra. Su ánimo, acorde con el de los tiempos, oscila entre la incertidumbre y el deseo de recuperar algo parecido a la normalidad. Piensa que la paz pondrá fin a los que considera los años más terribles de su vida. No puede estar más equivocado.
Cuando Madrid cae, todo cambiará: Eduardo presenciará los desafueros de los vencedores y la humillación de los vencidos, el hambre, la miseria y todo el rosario de brutalidades que acompañan a la posguerra. Un día, ante la estupefacción de su madre, decide emprender el único acto de valentía de su vida: tratar de defender a un vecino al que se han llevado detenido.
Eduardo acabará en la cárcel por haber formado parte del ejército rojo. Parece el final de la partida y, sin embargo, allí recibirá la oferta más insólita para recuperar la libertad. ¿El precio? Formar parte de la maquinaria de venganza y represión en la que se ha convertido el sistema judicial.