En mitad del imponente anfiteatro del conjunto arqueológico de Itálica, en Sevilla, irrumpe el grito de un hombre. “Ave, Caesar, morituri te salutant” (Salve, César, los que van a morir te saludan) resuena en la antigua ciudad romana como si de un gladiador -o un combatiente naval- se tratara. Es la voz de Emilio Flor (El Puerto de Santa María, 1952) que, con una energía arrolladora capta la atención del grupo de estudiantes que le acompaña.
El portuense lleva 48 años sin parar haciendo teatro grecolatino. La interpretación corre por sus venas. No lo puede evitar. Fue él quien fundó el grupo independiente Balbo en 1974, una asociación cultural arraigada a El Puerto, su tierra natal, que impulsó el teatro del mundo romano y griego cuando apenas existían cinco grupos en toda España. “Balbo no soy yo, es la energía de muchos jóvenes que ayudaron a transmitir la cultura grecolatina desde el teatro”, dice Emilio que asegura que necesitaría 400 folios para escribir todos sus nombres.
Catedrático de Latín y profesor en la Universidad de Sevilla y de Cádiz, este humanista se cambió a los institutos y, siempre acompañado del teatro, dejó huella en Marchena, San Fernando y, finalmente, en El Puerto donde fue director del IES Santo Domingo. El talante risueño de Emilio no pasaba desapercibido por los pasillos, testigos de su incansable divulgación cultural.
Para él, aquellos viajes a Roma y las lecturas eran imprescindibles para no caer en las garras de la monotonía. Aún recuerda cuando buscaba en los periódicos reflexiones sobre conflictos o amor. “Cuando iba a desayunar, con la benevolencia del compañero del bar, me llevaba los recortes de periódico donde veía algo en latín o en griego, me servía para explicar el mundo latino”, comenta a lavozdelsur.es.
Ya jubilado, Emilio no se separa de Balbo. El grupo, que continúa sus ensayos en la sala de visitas de la Fundación Osborne, acaba de estrenar las obras Edipo rey, de Sófocles, y Aulularia, de Plauto en el XXV Festival de Teatro Grecolatino de Asturias.
Allí, ha quedado clara la importancia de mantener vivo el espíritu de las humanidades, esas que ahora están tan perseguidas. La alcaldesa de Gijón lamenta que sean “un lujo prescindible en una visión amputada, troceada, exclusivamente práctica y economicista de la cultura y de la educación".
¿De dónde le viene ese amor por el teatro grecolatino?
El primer año que fui docente, con 21 años en la Universidad de Sevilla, tuve que dar clases de Plauto, de Aulularia y de El Militar fanfarrón. Por pura casualidad inicié la aventura de hacer dicha comedia con el alumnado. Tuve la suerte de tener a un profesor de teatro que me enseñó, Ramón Resino, y desde entonces en todos los destinos que tuve siempre hice teatro.
¿En qué nos parecemos a los personajes de las obras que interpreta Balbo?
Realmente es la vida. Los grandes dramas de la tragedia griega simbolizan los conceptos básicos de la vida. La libertad, la esclavitud, la lucha contra el poder, contra el tirano, la justicia, la democracia. Y en la comedia -la misma palabra significa fiesta- estaría la diversión, liberarte un poco, transformar un poco la sociedad. Al final, la tragedia nos muestra la educación, el orden y la comedia nos transmite alegría, desenfado. Pura vida.
Entonces, ¿puede el público o los propios actores sentirse identificados con una tragedia griega escrita hace siglos?
Totalmente. En las tragedias, el problema de la mujer ya se planteaba. Las mujeres en Grecia no tenían sitio en la sociedad. La mayoría de las tragedias tienen nombre de heroínas, podemos ver a una troyana o a una Antígona. Los conceptos importantes de la vida están ahí. Precisamente en la tragedia griega se puede sufrir la catarsis y en la comedia no deja de ser diversión, parecido a nuestras fiestas. Aunque hay distintos tipos de comedia, la de Aristófanes sí tenía una crítica social importante, sin embargo, en la romana no hay ningún trasfondo, es solo pura diversión.
“Los clásicos nos enseñan a pensar y a vivir”
Hace casi medio siglo empezó a concebir el teatro como un recurso didáctico para sus clases de latín. ¿Por qué cree que es importante estudiar a los clásicos?
Los clásicos nos enseñaron a pensar, a vivir y todos los conceptos de justicia, el derecho, la arquitectura, el arte, el urbanismo. Como sociedad, nos enseñaron todo y, principalmente, las lenguas romances como el latín. Hoy hay tantas disputas por las lenguas y, por ejemplo, el catalán es un latín vulgar hablado, como el castellano, el italiano, el portugués. Lo que hablamos es un latín vulgar evolucionado.
¿Qué pasaría si las lenguas muertas como el latín o el griego clásico desaparecieran de los planes de estudio?
Sería una pena terrible. Nos haríamos cada vez menos pensadores. La vida seguiría, pero un pueblo que no conoce su pasado, tiende a no respetar nada. No estudiar latín, griego, arte o filosofía, nos convertiría en máquinas. Se está viendo, últimamente los jóvenes hablan con menos recursos, dominan menos el lenguaje. Yo creo que sería un disparate no defender en los planes de estudio estas lenguas.
“En la vida hay que pensar para levantar los conflictos”
Actualmente, se observa un declive de las humanidades en el sistema educativo. La filosofía se quiere eliminar como si ya no fuese útil. ¿Es peligroso?
Totalmente. Se está convirtiendo a la juventud en una parte de la sociedad de consumo que no aspira a nada más que a consumir y poco a pensar. Y en la vida hay que pensar para levantar los conflictos, para superar las situaciones difíciles, para buscar la solidaridad. Todo está en la historia, hay que aprender del pasado. Con los conflictos bélicos ahora, parece que se repite la historia porque no aprendemos de los errores. Por tanto, todos los estudios humanísticos tendrían que defenderse, en el fondo, para crear mejores ciudadanos.
¿A qué cree que puede deberse ese desinterés?
Los aspectos técnicos de una sociedad mucho más progresiva en ciertos temas están obligados a estar en los planes de estudio. Hay una lucha enorme por qué potenciar. ¿Asignaturas técnicas o de pensamiento? Y ese es el conflicto. Creo que primero hay que enseñar a pensar y a respetar un pasado. A partir de ahí, matemáticas, física, asignaturas claves. Hay asignaturas que en la vida diaria se podrían aprender. Por ejemplo, la hora lectiva que se usaba para aprender a poner un enchufe se puede usar para música, teatro, deporte. En la enseñanza falta también una mayor potenciación de la creatividad.
¿Usted la ha intentado potenciar durante sus años como profesor?
El latín consistía entonces en memorizar declinaciones, traducir de memoria, y se olvidaban los aspectos de la cultura. De una manera humilde, cuando empecé la enseñanza en las universidades, descubrí la importancia de leer a los clásicos, de viajar, de hablar en público. Entonces no me limitaba a dar clase de traducir a César, por ejemplo. No me llevaba todo el tiempo con la morfología y la sintaxis. En el último cuarto de hora disfrutaba leyendo con los alumnos La Eneida, a Catulo o La metamorfosis de Ovidio. El latín es una lengua que no solo tienen que estudiarse desde la morfología sino desde la vida y lo que nos ha enseñado.
¿Qué espera haber aportado a sus alumnos durante sus años de docencia?
En principio, lo que buscaba era que fuesen buenas personas, ciudadanos, solidarios, que respetaran un pasado para ser mejores en el presente. Que fueran felices a través de ser buenos cónyuges. Ser buen conyugue es ser capaz de ponerse un yugo de un arado. Araban la tierra en esas aldeas donde surge esta cultura y, con un mismo yugo, los mismos compañeros araban la tierra para recoger el mejor fruto. El que era feliz era el que recogía buena cosecha. Me da alegría que me saluden antiguos alumnos y alumnas y no solo recuerden las declinaciones sino también cuando daba un discurso en latín en los viajes a Roma.
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