De cerámica y aceitunas
Muchas historias corren peligro de acabar en el olvido si no tienen quienes las recuerden, quienes las cuenten. La literatura, como herramienta vehicular para que esto no ocurra, ha demostrado siempre su objetivo, de manera que la desmemoria no se apodera de personas, lugares y hechos que merecen la pena recordarse.
El hueso de aceituna, de Manuel Luis Vergel Egusquiza (Jerez, 1968) es buen ejemplo de ello. En ella, Lucía Jaramillo, la niña protagonista de la última novela del jerezano, ahonda en la infancia en el tejar de su padre, alfarero de Montoro, en Córdoba.
Habla la narración de Vergel de la campiña, del vareo en la recogida de la aceituna por los cerros de Sierra Morena, y del oficio de la cerámica en los pueblos, hoy casi desaparecido. Pero el autor va más allá y mete en la trama un palacio siniestro a la que los lugareños le tienen pánico, y un personaje oscuro que da a la novela una ración extra de interés y de tensión.
Manuel Luis Vergel es Licenciado en Geografía e Historia por la UNED, está especializado en Historia de España, y ha realizado estudios de Antropología Social, profundizando en la Sociología Rural.
El costumbrismo tiene dos caras, el que habla del paisaje y del paisanaje, digamos, pero también hay otro perfil que es aquel que te va a hablar de la problemática social. Se trata también de reflejar, de alguna manera, una sociedad concreta. Esa es mi intención.
Sí. Hablo del campesinado andaluz, a mediados del siglo pasado, donde se contextualiza la novela.
Sí, claro. Hay un peso antropológico también en los usos y costumbres del campo, y en los viejos oficios que se desarrollaban en él. En este caso, en concreto, me he basado en dos de forma muy marcada. Creo que están muy poco estudiados desde el punto de vista historiográfico. Me costó mucho trabajo encontrar cómo se trabajaba tradicionalmente la alfarería, antes de la Revolución Industrial, cuando todo se hacía manual.
"Me costó mucho encontrar cómo se trabajaba la alfarería antes de la Revolución Industrial"
En la época de la recogida de la aceituna, la gente se trasladaba al interior de Andalucía, en las grandes haciendas, aunque el nudo gordiano de la historia ocurre durante una campaña concreta de la recogida de aceituna del vareo.
El motivo más especial es que es la tierra de mi familia, de mis abuelos. También es la tierra de mis tíos, los que aún nos quedan y los que se fueron. Y en Montoro, que es la tierra de mi madre.
Hay, desde luego, un sub estilo literario que está cobrando pujanza. Precisamente la novela sobre el mundo rural, la novela que se ambienta en ese mundo. Recuerdo mi anterior novela, en la que se hablaba mucho del mundo de los seminarios, había mucho latinajo. Lógicamente, ahí te tienes que documentar de otra manera. Hay que buscar en otras fuentes, pero el mecanismo que empleas en un lugar u otro varía, claro.
"El mecanismo para escribir depende de los lugares que describas"
A base de recuerdos. Lucía se nos va a aparecer a base de flashbacks, pero ya como una persona mayor. Esto está narrado así, con los personajes recordando cosas, dentro también de la misma trama. Digamos que el ritmo temporal de la novela va a ir de delante a atrás. Luego van cuadrando las cosas para que todo se vaya resolviendo.
Tenía muchas ganas de escribir una novela así, que rompiese un poco el ritmo narrativo lineal en el que las cosas pasan una detrás de la otra. La he escrito de forma que el lector, para saber por qué pasan ciertas cosas, tenga que seguir leyendo. Todo esto lo he intentado conseguir a través de los recuerdos de los personajes
"Quería una novela que rompiera el ritmo narrativo"
Me meto mucho en esos miedos colectivos. Es bueno. Hablo de aquellas cosas que realmente atemorizan a la gente; esas leyendas que cuenta el pueblo, que crecen con el paso del tiempo. Hay fenómenos más o menos escabrosos que se cuentan también en los pueblos de la sierra, y creo que ha quedado bien reflejado en la novela.