Una patera que le planteó muchas preguntas
Estando de prácticas en la emisora local de la Cadena Ser en Las Palmas, a Nicolás Castellano (Las Palmas de Gran Canaria, 1977) le tocó cubrir el primer naufragio de una patera cerca de las islas. "Entré en la radio para dar esa información a nivel nacional", recuerda el periodista, licenciado en la Universidad Complutense de Madrid, al que le marcó sobremanera aquel episodio. "Me hacía muchas preguntas. ¿Cómo es posible que nueve personas se ahoguen a tres metros de la orilla? Era la primera vez que me enfrentaba a un suceso así profesionalmente y empecé a preguntarme los porqués y a ver mas allá de la foto de la patera", apunta.
Para Nicolás Castellano, desde su infancia, "ver a negros pasear por las calles era normal. Formaba parte de mi imaginario". Su abuelo, además, pescaba en las costas de Senegal y Guinea, algo que le despertaba "mucho interés" cuando era pequeño. Cuando empezó su carrera como periodista, tras el episodio de la patera, lo tuvo claro: era el campo al que quería dedicarse. "Me especialicé porque, desgraciadamente, este modelo migratorio está generando más muertes que nunca y necesita un periodismo que contextualice", dice.
Por eso, y por su dilatada trayectoria, durante la que ha trabajado cubriendo conflictos migratorios en más de 50 países de todo el mundo —una labor ampliamente premiada también—, Castellano participa en la jornada Migraciones: compromiso ético y periodístico, organizada en Cádiz por el Colegio Profesional de Periodistas de Andalucía (CPPA), junto a la Universidad de Cádiz y el Laboratorio de Inmigración, Interculturalidad e Inclusión Social (Lab3in).
Castellano está convencido de que la inmigración "siempre ha sido una oportunidad para los pueblos". Y aporta datos para contrarrestar el discurso racista que impera en la sociedad. "Tan solo el 1% de la población migrante que ha entrado a España lo ha hecho por vía marítima o saltando las vallas. Pero del resto no hablamos", critica. El colectivo Walking Borders (Caminando Fronteras) contabiliza que han fallecido 11.000 personas intentando llegar a España por vía marítima en los últimos once años. "Son más víctimas que los civiles muertos en la guerra de Ucrania", dice el periodista canario, quien está convencido de que "hay que cambiar desde el periodismo dejar de consolidar una idea falsa de que las migraciones son un problema".
Los periodistas no tenemos una preparación psicológica especial para enfrentarnos a esto, lo gestiono como puedo. Son unas situaciones de estrés brutales. Sabemos cual es nuestro oficio, ponernos a contar la historia que nos cuentan otros. En el momento no lo piensas. A posteriori, me quedo con lo que me aporta cada persona que he conocido. En ese sentido me considero muy afortunado. Todo el mundo, aún en contextos de sufrimiento, aporta algo. Hay que trasladar esas historias para que la sociedad las conozca y tenga empatía. Estamos obligados a ir sitios, a escuchar a la gente, acercar lo que les pasa a refugiados o migrantes. Lo vivo como un compromiso y como una parte muy pequeñita de una cadena que necesita estar engrasada, la cadena de los derechos humanos.
"Vivo mi trabajo como parte de una cadena que necesita estar engrasada, la cadena de los derechos humanos"
Tenemos mucho que mejorar. Aportando una visión optimista, diría que estamos ante la mejor generación de periodistas que informa sobre los derechos humanos en España. Hay más y mejores reportajes sobre la frontera sur, con una narrativa enfocada en los derechos humanos. Pero tenemos que pasar a una segunda fase, que consiste en narrar la vida de la gente que está entre nosotros, sin que sea necesario un suceso dramático, ni caricaturizar a colectivos. Tenemos que dejar de hablar de la realidad de personas que viven entre nosotros como un colectivo con etiquetas y hacerlo como miembros de nuestra sociedad. Aún no hemos encontrado la forma. Desgraciadamente, estamos ante una de las sociedades más porosas al racismo. Los creadores de odio están consiguiendo que buena parte de la sociedad siga tragándose la mentira del racismo.
Los medios somos corresponsables. El primer hándicap que nos encontramos es que buena parte de la sociedad no cree en los medios de comunicación convencionales. Por un lado, por méritos propios porque lo hemos hecho mal y hemos perdido credibilidad, por la cercanía a distintos intereses políticos y económicos. Y por otro lado, porque una de las claves de políticos radicales y populistas es desacreditar a los medios para imponer su relato de odio.
Partiendo de la autocrítica, recalcando las muchas cosas que hemos hecho mal, hay que destacar que los oyentes, televidentes y lectores tienen parte de responsabilidad. Cualquiera puede acceder a través del móvil a una información contrastada y con diferentes puntos de vista. No tratemos a la gente que recibe los mensajes como seres infantiles. Es cierto que los medios formamos parte de un juego perverso, redactando textos cortos, titulares de 120 caracteres... contribuimos a la efervescencia de la sociedad, que así es más débil y está más aborregada. Los creadores de odio usan perfectamente las redes para seguir vertiendo mentiras. Es un escenario nuevo, pero la única manera de recuperar credibilidad y de contribuir a tener una sociedad menos inflamada, es que la gente esté bien informada. Y muchas veces no está mal informada porque los medios sean peores, sino porque hay quien prefiere autoconvencerse de sus ideas antes que primar la información periodística y la verdad. Todo esto requiere quizás de un análisis sociológico, más que de un reportero como soy yo.
"Mucha gente está mal informada porque prefiere autoconvencerse de sus ideas antes que primar la verdad"
Evidentemente, resulta interesante la ola de solidaridad que se creó con Ucrania para analizarnos como sociedad. De Ucrania han llegado 156.000 personas a España, que es el quinto país del mundo en el que más ucranianos han buscado asilo o refugio. Esa cifra es mucho más de todo lo que ha llegado en patera a Andalucía en últimos cinco años. En estos casos, la narrativa política y mediática es muy diferente. Nunca leímos que venía una avalancha, ni que se estaba produciendo una llegada masiva de ucranianos, que colapsaban el sistema sanitario o educativo... Ese es el primer aprendizaje que saco como periodista de la crisis de Ucrania. Cuando la narrativa sobre el desplazamiento forzoso de un pueblo se basa en los derechos humanos la sociedad recibe de una manera más natural a esa población. Hemos demostrado como sociedad que cuando se quiere se puede. Apliquemos el modelo ucraniano para recibir a la gente con dignidad. Curiosamente, pocos meses después tuvo lugar la tragedia del 24J en Melilla, con centenares de chicos de Sudán, huyendo de una de las guerras más famosas del mundo, y la respuesta de medios y políticos en España fue racista y militarista. Ucrania nos debería servir de ejemplo sobre lo que se tiene que hacer en estos casos.
La narrativa racista institucional, de vulneración de derechos, de política conservadora, ha dominado a toda la esfera política y mediática europea. En el Gobierno parece que hay dos cabezas. Por un lado está (José Luis) Escrivá —ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones—, que ha hecho reformas para que 15.000 chicos tengan permiso de residencia y trabajo, pero ese mismo Gobierno ha protagonizado el episodio más grave que ha ocurrido en la frontera sur europea —la tragedia de Melilla—. Esto va más allá de las siglas. El pensamiento de aceptar la desigualdad está arraigado en nuestras raíces. Cuando esa desigualdad genera muertes, el mecanismo de empatía que existía con los ucranianos se diluye en la frontera sur.
Es un fracaso del sistema migratorio que hemos levantado que haya personas que no tengan los mismos derechos que otras. Seguir categorizando por inmigrantes a las personas es un fracaso. Nuestras leyes son injustas, generan muertes y sufrimiento. En este sentido, el paternalismo, la piedad judeomasónica, no sirve para nada. Durante la pandemia descubrimos que mientras estábamos en casa comiendo y viendo Netflix, había gente en el campo, sin papeles, esclavos de nuestras ensaladas. Esto engancha con una iniciativa popular que es maravillosa, pero que evidencia que las leyes actuales fracasan. No quiero que los regularicen porque beneficia a la Seguridad Social, sino porque no quiero que nadie tenga menos derechos que yo, sea mi vecino desde hace 25 años o mi vecino que acaba de llegar. Ojalá los dirigentes cambien de rumbo. Me duele mucho que después de tantos años no haya una narrativa que se enfoque en el avance de derechos.
"Durante la pandemia descubrimos que mientras estábamos en casa, había gente en el campo, sin papeles, esclavos de nuestras ensaladas"
La clase dirigente no tiene músculo ni atrevimiento para afrontar un debate como este. Hay integrantes de este Gobierno que tienen el discurso, pero no penetra cuando se sientan en el Consejo de Ministros. Me quedo con la reforma del reglamento de menores de Escrivá, pero hace falta más valentía política para poner fin al debate racista y excluyente sobre personas que se mueren intentando llegar.
A mí no me gusta esa visión utilitarista de las personas. No podemos usar a las personas en base a nuestros intereses. La pirámide poblacional hace que nuestro sistema laboral evidencie que, o vienen otros trabajadores, o nuestro sistema económico corre un serio riesgo. Eso es una realidad. Que sirva como excusa para convencer a los racistas de que la llegada de la inmigración es una oportunidad... lo puedo comprar en parte. Pero yo voy más allá. No quiero que se tenga una visión tan utilitarista de personas migrantes, porque migrar siempre fue, es y será un derecho. Y siempre ha sido una oportunidad para los pueblos. No hay país donde la inmigración haya supuesto un retroceso.