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Pero ¿quién es Rancio?
¿Periodista? ¿Humorista? ¿Guionista? ¿Escritor? ¿Un guardián de las esencias sevillanas del siglo XXI? ¿Influencer? ¿Actor? Al final del día, Julio Muñoz Gijón (Sevilla, 1981) es un sevillano que hace muchas cosas. ¿Pregonero de la Semana Santa algún día? No, no, eso no. "O lo hago de manera que queden todos contentos y yo no lo estaría, o hago el que quiero y el resto no estaría a gusto. No me lo van a proponer. Pero si me lo propusieran, con todo el dolor de mi corazón, y aunque es lo más grande para un sevillano, no lo podría hacer.". El Rancio, sobrenombre que se puso hace más de una década en redes sociales -y que le acompañará siempre-, es pregonero de la 47 Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Sevilla que echa a andar este viernes. La noche antes, este jueves, ha celebrado un pregón donde al final "no será un homenaje al Canal 47, con eso de que son 47 ediciones", sino a la vivencia con sus libros de un escritor hoy de novela negra sevillana. Metido en el teatro con Manu Sánchez en La Giraldilla, la veleta de Sevilla, o como guionista en el documental oficial de LaLiga, sigue además de todo escribiendo. Su última novela, True Crime (el crimen real), es uno de la más de una docena de libros que ha sacado en una década incansable. Entre ellos, Hasta al que no le gusta, le gusta y no lo sabe: II pregón heterodoxo de la Semana Santa de Sevilla.
Soy lector de digital desde que me mudé por última vez, pero no dejo de comprar libros físicos. No tanto por las historias en sus páginas, sino por el ejemplar. Por ejemplo, una primera edición. O un libro con una dedicatoria a Lopera. En este tiempo donde todo es producción serial, pocas cosas nos salvan del discurso masivo. Y en el pregón cuento que la primera es el arte, porque Las Meninas solo hay una; el vino, porque cuando te compras un vino bueno, quizás quedan 212 botellas de ese año, y al terminártela, quedarán 211; y por último, los libros. Uno puede tener El Quijote, pero si es dedicado por Cervantes, que los hay, eso nos salva de lo prefabricado.
Aprendo bastante más en la calle, pero para aprender de la calle, debes pasar antes por los libros, porque si no, no sabes mirar, no sabes lo que extraordinario. Aprendo más de las personas, en bares, en conversaciones, pero por tener una preparación previa, por mucha lectura tengo la capacidad de saber escuchar. Eso me lo da la lectura, incluso la periodística. Cuando haces fotos, ves contenedores de fotografía, nuevos ángulos. Incluso cuando son calles por las que pasas cada día. Tienes una mirada distinta. Con las historias pasa lo mismo. A más catálogo previo, más se te abren los ojos. En mi último libro, True Crime, cuento una cosa que me dijo una chavala muy fiestera, y es que cuanto más tiempo pasas en la oscuridad al irte a dormir, al cabo de los minutos distingues la persiana o la pared. Cuando sales por la noche, la primera vez no sabes quién es malo, quién está ligando, quién vende pastillas. Cuanto más sales, más información tienes y capacidad para procesarla, y sabes a quién no te debes arrimar. Esa experiencia es la que te dan los libros.
En los libros hay, más que mentiras, algo peor, lugares comunes. Claro, como yo no mienta con mis libros, tendría que matar a la gente para que fuera real. Lo que me duelen son los lugares comunes, los clichés que se repiten y aceptamos, sin vínculo con la realidad. Es como los chicles de fresa. Sabemos cuál es el sabor de los chicles de fresa. Pero luego muerdes una fresa, y no tiene nada que ver. Entendemos, por convencionalismo, que el sabor del chicle de fresa es ese, pero luego lo echas a pelar con la realidad, la fresa, y no sabe al chicle. Pasa con los libros, que lees el mismo 40 veces, con otro orden, pero con las mismas situaciones, o los mismos roles. Eso es peor que la mentira, el convencionalismo de los lugares comunes. En la calle también hay tela de mentiras, algo que me fascina. Si me entrevistas y me dices que va a venir al pregón el presidente del Gobierno, que es tu colega, y que va a aparecer en batmóvil, pues bueno, cuando al final no venga, sabré que me has mentido. Mentiras que tienen las patas cortas, pero por cuatro horas me has mentido y ganas tiempo. He estado en organizaciones que son así, y me agredía mucho, las mentiras implican tu tiempo vital. Sitios donde estaban acostumbrados a decir mentiras, y que encima no te puedes enfadar si les pillas mintiendo, porque era moneda de cambio habitual. Sobre todo, en lo vinculado a la política, tengo que decirlo porque es así.
"Mis hijos me dicen que si soy famoso o no. No lo soy, no a su nivel de famoso como Gavi o Grealish"
Me preocupa que los periodistas hayamos dejado de darnos cuenta de lo importante que somos. Lo hemos hecho al alejarnos de lo que la gente quiere leer, escuchar o ver. Somos un muestrario de contenido para la publicidad institucional; o le damos caña o hacemos seguidismo. Eso provoca que la gente se aleje. Y al tener necesidad de información, entran otros actores, que son más potentes porque no tienen el límite de la verdad. Sus mensajes llegan más lejos. Eso hace que en los medios se cuenten trolas por el clickbait, o las historias que no se contrastan por la prisa. Si había alejamiento, pero ves que te intentan tangar cuando te acercas, la pérdida de relevancia es brutal. Es trabajar de manera sorda para ser creíbles, tirando del periodismo de siempre, y que cuando tengan dudas, se informen en tu medio. No podemos competir con otros actores porque no ganamos nunca.
Intento no sentirme ahí. No voy a justificarme con falsa modestia, porque tengo influencia y lo sé. Tengo un vídeo de la Cruz de los Juramentos, y a los diez días vi 60 fotos de personas que habían decidido pedir casarse ahí. Tengo una influencia con pocos seguidores, pero muy concentrada, influencia objetiva. Intento no sentirme nada, aunque suene arrogante. Para seguir comportándome como siempre, para no tener la presión de ser viral y que me condicione ni influya de la manera que no quiero. Sí siento que prescribo, y es bonito que se oiga lo que digo, pero por mi salud mental, para seguir divirtiéndome, intento ignorarlo. Mis hijos me dicen que si soy famoso o no. No lo soy, no a su nivel de famoso como Gavi o Grealish. Pero que te hagan la pregunta es ya porque sus compañeros, o los padres de los compañeros, lo dicen.
Intento en mis vídeos contar cosas positivas. Pero yo veo cosas espantosas, mal hechas, que son un desastre. Solo que hay gente que ya lo cuenta y lo denuncia. Salvo cosas como enfermedades raras, o personas que han perdido algo, cuando alguien busca a Rancio en las redes, quiero que conozca el retrato amable de Sevilla. En mi foro interno, veo que hay cosas que no se hacen bien, y me muerdo la lengua, porque no quiero añadir contaminación, prefiero ser más balsámico. En el tema del turismo, tenemos que entenderlo, que dentro de cinco años será como Madrid o Barcelona. Lo mejor es entenderlo, y nos lo tienen que explicar bien. Sobre la limpieza, veo Sevilla igual de sucia o limpia que antes, pero entiendo los condicionantes. Hay mucha vida en la calle, no llueve, y no es lo mismo la limpieza aquí que en Santiago de Compostela, que llueve, pueden baldear tres veces al día y nadie sale a la calle a tirar un papel. Pero soy bastante optimista y progresista, porque creo que estamos mejor que ayer. Yo también veo el adoquín roto, pero no utilizo mis redes para denunciarlo.
El pregón de Rancio
El Círculo Mercantil acogía este jueves el pregón de Julio Muñoz Gijón. En él, lamenta, por ejemplo que "hay pocas cosas peores que no tener pasión". Ya sea "la pesca en los bajos de Torneo, coleccionar bonobuses, chupar pilas de petaca o los juegos de rol". La pasión es lo que nos hace humanos. Y entre sus pasiones, entrar en el buscador de libros antiguos de la Asociación de Amigos del Libro Antiguo de Sevilla. Ahí encuentra "libros que han sido importantes para mí". Libros únicos. Con la nostalgia como envidia de uno mismo, "me encantaría volver a tenerlos". Esencia de esta feria, a fin de cuentas.
Como el libro de su abuela Emilia, que vívía en calle Bami, y donde recuerda Los hermanos Karamazov "cubierto de un papel blanco para proteger la portada en el que alguien había escrito el título con boli". Libros que cuentan historias de otros, hechas por otros, pero también de uno mismo. "El libro de mi abuela Emilia habla de cuando ella me mandaba a la tienda de Carmelo a comprar chorizo blanco, no del rojo que no le gustaba. Habla de cuando me daba de merendar pan con miel. Habla de cómo me tomaba yo el Eno de naranja a escondidas mientras ella veía el programa de María Teresa Campos, o de la alegría que me daba cuando sonaba la puerta y era mi madre que volvía ya de noche de estudiar para las oposiciones que luego aprobó".
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