Eusebio Calonge, el dramaturgo de La Zaranda cuyas obras se representan en el fin del mundo

El autor andaluz, 30 años vinculado a la compañía jerezana, Premio Nacional de Teatro, publica 'Vanas repeticiones del olvido', una antología de los 21 textos dramáticos que ha construido en estas tres décadas. "Nunca pensé que acabaría escribiendo teatro", sostiene

Eusebio Calonge, en la primera 'oficina' que allá por principios de los 80 tuvo La Zaranda en Jerez.

Toda una vida de un hombre de teatro en 500 páginas

En un desvencijado cuarto de azotea de una casa de vecinos (espectrales ya, a estas alturas de la obra) del centro de Jerez se amontonan recuerdos de cartelería de otra época. La Zaranda. Teatro Inestable de Andalucía la Baja, se lee en todos ellos, resistiendo en pie el paso del tiempo.

“En realidad, esta fue la primera oficina de La Zaranda, aquí entraron los primeros contratos para Latinoamérica… no había ni cuarto de baño”. Eusebio Calonge (Jerez, 1963) posa ante parte del testamento gráfico de algunos montajes que sacudieron los escenarios nacionales e internacionales desde la fundación de la compañía teatral andaluza, al filo de los 45 años de inestabilidad y ya autodenominada como Teatro Inestable de Ninguna Parte.

De todo ese tiempo, tres décadas también le pertenecen a él. Desde 1992 hasta la actualidad, Calonge no solo se ha convertido en el dramaturgo de cabecera del grupo, Premio Nacional de Teatro en 2010, sino que se ha labrado un insospechado (nunca pensó que se ganaría la vida con esto) y sólido sendero personal (y en la comunidad del grupo) como uno de los autores teatrales —así lo asegura la crítica especializada— más brillantes y consecuentes de la escena española.

La editorial riojana Pepitas acaba de publicar Vanas repeticiones del olvido. Obra dramática reunida (1992-2022), una antología de todos los textos dramáticos del autor que él mismo ha editado en sus más de 500 páginas. En total, 21 textos teatrales que arrancan en Perdonen la tristeza (1992), un hito que le valió el premio de la crítica madrileña a La Zaranda, y culminan en Todos los ángeles alzaron el vuelo, una obra inédita.

Con La Zaranda ha representado sus obras en más de treinta países en cuatro continentes— y ha sido premiado por la crítica de Buenos Aires, Nueva York, El Cairo, Montevideo, La Habana, Madrid, Barcelona… Con sus obras también han montado espectáculos compañías de Nueva York, Dallas, Yucatán, Francia o, más recientemente, grupos teatrales del fin del mundo, como se conoce a Ushuaia, en la Tierra del Fuego, la ciudad más austral del planeta.

Calonge también ha impartido cursos, dictado conferencias, tanto en Europa como en América, y publicado teatro, ensayo, artículos periodísticos y narrativa. Su obra ha sido traducida al francés, inglés, italiano, alemán, portugués y japonés. En esta misma editorial logroñesa también ha publicado hace un par de años Aquí yacen (dramatis personae). Exhumación y reducción a restos literarios de personajes de La Zaranda.

Acaban de regresar de Buenos Aires con un rotundo triunfo y las entradas agotadas.

En Buenos Aires agotamos las localidades, pero también estamos agotados nosotros, vamos cumpliendo años. La Zaranda hace esfuerzos físicos que no se hacen habitualmente sobre un escenario, y eso agarra y eso lo valora mucho la gente, especialmente nuestro querido público argentino. Con la edad que tienen, los actores lo dan todo, no están contando en el sofá una batallita, sino que dan la batalla de verdad ahí arriba. La Zaranda somos nosotros y hasta que Dios quiera.

30 años de dramaturgia a sus espaldas reunida en un ejemplar. Las cifras redondas cada vez resuenan más.

Lo que pasa es que uno es consciente de que ya va preparando una ausencia; ya a uno le faltan las fuerzas y, aunque se suplen con experiencia, esa fuerza vivencial, que uno tiene cuando empieza a escribir y a escribir, sin saber que eso nunca se va a plasmar en un libro, sino en la propia fuerza del escenario, va mermando, va siendo otra cosa. Uno va confiando en que el teatro tiene que seguir en otros, siempre ha sido y será así.

"Uno va confiando en que el teatro tiene que seguir en otros, siempre ha sido y será así"

¿Cómo valora el paso del tiempo?

Siempre escribí, pero nunca pensé que acabaría escribiendo teatro. Era una disciplina que no había tocado hasta que entré en los ensayos de Zaranda. Allí con Juan (Sánchez, de La Zaranda), Paco (Sánchez) y Gaspar (López Campuzano) vi cómo la palabra tomaba cuerpo, como se hacía voz y sudor, esa fuerza tremenda de llevar los textos al escenario. Y eso causa fascinación. Los caminos son inescrutables y un buen día me encuentro con que yo soy el que tiene que hacer esos textos, que se harán obras y que no buscan grandes logros, sino próximas funciones para ir sobreviviendo.

Son historias de supervivencia.

Nuestro presente siempre ha sido muy fuerte como para tener en cuenta un porvenir, pero te vas dando cuenta de que sumas obras. Y que, de repente, alguien se interesa por montarlas. Fue una gran sorpresa para mí que con Obra póstuma, la segunda que escribí, hubiese un grupo del Bronx, en Nueva York, que la quisiera montar. El texto puede ser una semilla que muchas veces se puede trasladar a otros elencos, a otras circunstancias… Todo esto se va haciendo como pasa la vida. Entre estas páginas y estos personajes hay tantas memorias y vivencias que, aunque el lector no sepa muy bien qué hay ahí detrás, la fuerza que ha llevado a escribirlas sí que está patente… y toda la agitación de los estrenos y todas las vivencias por esos mundos de Dios.

"Te da vértigo ver que toda tu vida puede quedar resumida en 500 páginas"

¿Qué más hay en esos hipervínculos personales de cada obra?

Está la ilusión y la desilusión de muchos ensayos, hay agitaciones y tensiones en la compañía porque la obra no sale, porque no se logra expresar todo lo que uno tiene dentro, y todo esto lo contiene un libro que se ha escrito en esa barbaridad de tiempo que son 30 años. No es un resumen de 30 años, sino todo lo contrario, está para que esos textos sigan floreciendo en otras personas. El libro no es un testimonio de lo que fue sino para que otras compañías pueda seguir trabajando con esos texto.

Calonge, con 'Vanas repeticiones del olvido' bajo el brazo.   JUAN CARLOS TORO
¿Es duro hacer inventario, se atraviesan en la recopilación fantasmas y exorcismos, o pesa más la alegría?

Empiezo de modo muy accidental a escribir teatro, cuando Juan de La Zaranda se va. Juan es verdaderamente mi maestro en la escritura más básica de teatro, el que me enseña que el teatro se escribe con la imagen, que es una escritura para verse. Pero cuando él se va, la inseguridad y la incertidumbre, todo esto que siempre se tiene, deja una oscuridad absoluta; y poco a poco, detrás de ese gran derrumbe, levantamos con sus enseñanzas un sendero por el que poder seguir. Después de eso hay un cúmulo de ir entre todos, porque este es un arte que siempre es grupal, en compañía, colectivo, siempre se busca al otro; no se puede crear solo, es absurdo, por lo que al haber hecho vida en compañía te vas dando cuenta de que lo importante ha sido el camino y eso que te va pasando. La gente que se te acerca y todo lo que se agita en la memoria. Uno es lo que va recibiendo y eso también te hace escribir de un modo u otro. Tiene regalos de la vida y hay que escarbar para ver qué encuentras, pero el teatro acaba diciéndote lo que quiere, es el que marca el sendero. Uno a veces quiere hacer una obra y acaba siendo habitado por otros espectros, ya que hablabas de fantasmas. En todo caso, hay muchas ausencias, todos los que llevamos dentro, pero que de alguna manera siempre están en el horizonte de lo que escribes.

"No puedes defraudar a esa gente que me hizo hacerme hombre de teatro"

¿A quién no puede defraudar cuando escribe un texto dramático?

No puedes defraudar a esa gente que me hizo hacerme hombre de teatro. Tengo que mantener la dignidad que ellos tuvieron; y la bandera de ese dolor que ellos levantaron tiene que ser, humildemente, la que yo pueda seguir sosteniendo. Inevitablemente, todo eso está presente y las ausencias te ayudan a crear. Paco (de La Zaranda) siempre dice que hace teatro para los muertos y realmente ellos siguen siendo nuestra brújula para no perdernos. Ese es el camino del teatro que hay que mantener a toda costa, el de la búsqueda y la dignidad del propio oficio.

¿Qué le dice el teatro después de 21 textos ahora reunidos?

Lo que me dice es que se trabajó mucho, que se cruzaron por muchos paisajes humanos… te da vértigo ver que toda tu vida puede quedar resumida en 500 páginas. También me da el afán de devolverle la belleza que dio a mi vida, aunque sea algo efímero. Ahí también está su grandeza. Hay una escucha siempre, aunque mucha gente entienda el proceso teatral como escribir para exponer tus pensamientos.

¿Usted qué expone?

Yo busco en soledad para tener más escucha hacia el otro, con los actores con los que te encierras, con la gente con las que trabajas…, tienes que estar permeable a sus hallazgos y a los personajes que traes y que ellos tienen que encarnar. Este es un oficio de estar atento y de escuchar. El teatro te va marcando todo eso. Es tonto querer imponerse; el teatro no tiene hueco sin espacio vacío. Si solo quieres que tu texto se imponga, solo aparece tu pensamiento, pero el teatro es un fluido, una energía, y tiene que tener espacio para la transmisión de los personajes. El teatro está lleno de instantes en un presente vivo, y cuando eso se va, debe ser material para la memoria.

Sus textos también han sido puestos en pie por compañías de medio mundo. Pese al acento del sur que mantienen y a un lenguaje muy identitario, ¿el secreto está en las raíces?

Siempre hay un contexto histórico, unas raíces del tiempo que pasa, y eso está lógicamente patente en la obra. Uno está en el tiempo de las cosas que te pueden doler y eso también le toca a otro ser humano por muy lejos que esté. Yo he escrito desde la memoria que uno arranca, en el sonido de mi propia familia. El pegar el oído a esos grandes analfabetos de campo que llegué a conocer, con un léxico de una riqueza impresionante que se ha perdido, era un gozo de conocimiento del lenguaje. Eso permea por todo mi idioma teatral. Eso deja vivo algo que, aunque un grupo lo quiera traducir, como obras que se hayan hecho en francés, caso de Homenaje a los malditos, llama la atención. Hay batallones de gente que escribe para el éxito inmediato o para una cierta resonancia en el momento, pero yo siempre he buscado que la obra se diera y se diera en el contexto cultural del que salíamos, pues eso a la larga hace que permee. En el fin del mundo, en Ushuaia, se montó Perdonen la tristeza, y en Dallas, Los que ríen los últimos. Cómo ha podido interesar allí nuestros textos. Cuando hay un lenguaje de fondo, son las raíces que tocan a otras raíces: la identidad del otro cala. Esas compañías tendrán otras formas de hacer pero se arriesgan con un texto, y eso es un asombro y un modo de saber que la semilla que se creó realmente en los ensayos, donde se zarandeó el texto, está ahí. Lo cierto es que ya no nos hace falta ir a Ushuaia porque ya van nuestros personajes. Esos viajes ya no nos lo podemos permitir, estamos cansados.

"El texto es la brújula, tener situaciones y reglas para ese juego, pero el actor tiene que ser un creador"

Siempre hablar en plural de su obra.

Detrás de un autor siempre hay un trabajo en compañía, no un escritor solitario que da textos. La gran riqueza del teatro es trabajar para una comunidad humana, esa humilde semilla de la Zaranda está en el aire y la pequeña ceremonia que hicimos sigue teniendo eco más allá de nosotros.

De alguna manera la construcción de sus personajes tiene tanto o más que ver con los intérpretes, casi siempre los mismos actores de La Zaranda, que con la tinta.
El texto teatral es materia de juego, así lo entendían Esquilo y Shakespeare. El teatro se hace para la modificación de un hecho de acciones dramáticas de los actores. El texto teatral se escribe para que se desarrollen esas acciones. Luego hay una época donde el teatro se entiende como un libreto cerrado y el autor como algo que se impone en la historia del teatro, caso de Goethe, que escriben para lectores, y ahí el proceso de juego, el play en inglés, se pierde, pero verdaderamente eso es el teatro, la palabra al servicio del juego.
 
El texto como unas reglas del juego.

El texto es la brújula, tener situaciones y reglas para ese juego, pero el actor tiene que ser un creador, no un auto parlante. Los autores que quieren que se les respete hasta la última coma no sospechan la grandeza de un personaje que puede construir Gaspar Campuzano, Quique Bustos o ese mundo tan complejo de creación de Paco, o el de tantos actores que han pasado por Zaranda y a los que tanto le debemos. La grandeza del actor está en integrarse en esa fuerza del teatro. Puedo escribir un poema y nadie lo tiene por qué entender o ni siquiera lo tengo que publicar, pero el teatro no pertenece a la intimidad. Das tus vivencias y el lenguaje que heredas, pero escribes sobre el dolor del otro. ¿Qué pasa cuando a alguien le despiden, qué pasa en una epidemia, o cuando tres excombatientes se dan cuenta de que ya no le interesan a nadie? Escribir siempre en compañía, con el otro.

El autor dramático, en un momento antes de la entrevista.   JUAN CARLOS TORO
Abre la puerta a que esos textos resuciten en el escenario en manos de otros que quieran ponerlos en pie. Las nuevas generaciones teatrales, por decirlo así, parecen más propensas a buscar el aplauso o el pelotazo vía serie de Netflix que en incomodar a los estamentos teatrales, como usted demanda. ¿Hay futuro?

Por supuesto, claro que hay esperanza. En los cursos que damos hay una gran demanda de chavales que buscan el teatro, el texto poético desde otra parte. La esperanza nace con cada niño, por mucho que el sistema quieran cercenar la voluntad del hombre.

"La Zaranda se irá cuando le toque y detrás vendrá otra gente que llevará la antorcha de un teatro de compromiso"

No creo que en otras épocas no haya habido gente que haya buscado las artes como un trampolín o para acomodarse, pero siempre ha habido gente, y siempre la habrá, que entenderá el arte como su propia vida, como respirar; eso se da ya, pero no se deja escuchar, los medios son desproporcionadamente monstruosos para dejar que se escuchen voces tan necesariamente frágiles como son las que parten de la belleza. Pero siempre estarán ahí y creo ciegamente en ello. La Zaranda se irá cuando le toque y detrás vendrá otra gente que llevará la antorcha de un teatro de compromiso, de creación y de rigor poético. No será lo mayoritario, sin duda, pero también hay que tener abierto el pico al espíritu, como dice San Juan de la Cruz. En cada niño que nace, nace ese don de poder lo que él sintió.

¿Cómo ha visto esa evolución de sus textos? Muchos ahora hablan de las obras de La Zaranda como más “políticas”, pero realmente ese compromiso y esa denuncia social, al menos de forma alegórica, siempre ha estado ahí, ¿no?

Yo creo que sí. Hay un polo que es la historia que te cruza, perteneces a ese tiempo y es inevitable. Cuando eres joven hay una carga de rebeldía y, quizás ahora, de desengaño y de esa amargura que te da el tiempo. La batalla de los ausentes, por hablar del último título, se ha dado desde el principio. En Perdonen… la obra acaba con una frase: Lo único que me hace falta es que me suban el telón. ¡Que me suban el telón! Esa rebeldía contra el mundo, quien no la tiene, pues podrá hacer incluso teatro con tintes políticos, pero se verá apagado y panfletario. Lo político y social es un componente que en Zaranda siempre ha estado dentro de esa búsqueda de lo trascendente, de ese existencialismo del hombre perdido, de la religión… Son muchas corrientes perdidas que han pasado por ese tamiz mágico que ha tenido La Zaranda.

Y siempre en lo precario, nadando en la ambulancia, como diría Miguel Mora.

El teatro sin precariedad es como el arte en general, se engorda mucho y ya no te deja moverte. No hemos sido avariciosos, todos hemos vivido del mismo modo, es decir, sin nada. Esa suerte la hemos tenido.

¿Prepara otro texto para 2023, año del 45 aniversario de la compañía?

No puedo adelantar nada. Uno siempre está haciendo bocetos y cosas, y el estreno está en pie como modus vivendi; si no, no podemos seguir viviendo, eso es como es. Pero vamos cumpliendo años y el cansancio se nota; las giras ya son de otro modo… Y luego también tenemos La Extinta Poética —otra compañía de teatro a la que presta sus textos y que dirige Paco Sánchez, Paco de La Zaranda—, que es un modo para que el impulso de La Zaranda siga en otros trabajadores. Por ahí seguiremos Paco y yo investigando, nos gusta.

¿Cómo es la relación con Jerez, donde se fundó la compañía en 1978?

Practicamente inexistente. Se limita a una función con cada trabajo y a una nave de ensayos que queda en una calle que se llama Apeadero; ni siquiera un nombre tan impersonal lo han cambiado por el de Juan de la Zaranda, que puso el nombre de Jerez en los teatros del mundo. El año que viene se cumplen diez años de la muerte de Juan y, si alguien que ha dejado tantas semillas de su tierra por el mundo, no encuentra ni un breve reconocimiento de su tierra, realmente a ese pueblo no le interesa este teatro.

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