Dentro del abanico de posibilidades que le fue abriendo su talento, labrado en muchos años de formación y vocación, Tony Carbonell decidió quedarse con el propio abanico.
Juan Antonio Carbonell Gómez (Matanzas, Cuba, 1952) tiene en ese formato icónico e histórico varias de sus obras más conocidas pero el abanico ha sido bendición y maldición en su carrera porque esas piezas tienen dos caras.
Esa parte de su trayectoria creativa es la que le ha dado más celebridad, incluso el salto a una considerable popularidad pero también puede opacar sus restantes facetas, del dibujo, las plumillas, a la cartelería y el diseño.
En este último apartado destacan históricos logros a nivel local y andaluz, como el del primer Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz y dos de los que anunciaron el Carnaval de Cádiz en 1998 y 2007.
Con esa autoridad, es imposible eludir la curiosidad por su opinión respecto a la vigente polémica que ha obligado a repetir el proceso de selección del último cartel de Carnaval en Cádiz. "Yo no me volví a presentar. Dos veces fueron suficientes, tampoco hay que ponerse pesado", ironiza.
Respecto a la reciente trifulca, con repetición del concurso y acusaciones de plagio, entiende que "hay que ceñirse a las bases artísticas sin denostar las nuevas tecnologías. El jurado debe tener buena formación profesional para valorar forma y contenido, sin descartar lo popular, que no tiene nada de malo".
Durante su larga y brillante carrera también creó el logotipo del Campeonato Mundial de Vela Olímpica de 2003 y el cartel de los Autos de Navidad de la Tía Norica en 1991. Tan aplaudido fue que aún hoy, 33 años después, es imagen pública de la histórica compañía, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes.
Licenciado en Historia del Arte en la Universidad de La Habana y graduado en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de Cubanacán en 1973, había dado el salto a España a través de la muy cubana ciudad de Cádiz en los años 80. En la década siguiente, tras varias visitas, se afincó definitivamente.
“Ya llevo más tiempo de mi vida a este lado del Atlántico que al otro”, admite con una sonrisa. Su vínculo con la cultura gaditana es indisoluble, “determinante” según la crítica especializada que aplaudió sus exposiciones desde entonces, una y otra vez.
Sevilla, Miami, Granada, Bilbao o Cádiz, mucho Cádiz, han sido escenario de sus muestras, que superan la veintena, con estancias anuales en distintos establecimientos gaditanos, incluso durante diez veranos consecutivos.
La que celebraba su obra con motivo del Bicentenario de la Constitución de 1812, en la Casa de Iberoamérica, o Airefactos, en el Palacio de Congresos de Cádiz, antes, en 2004, pueden ser las dos de mayor impacto internacional.
Ahora, en versión serena, doméstica, recupera parte de esa trayectoria, ya enorme con una muestra sencilla y antológica, vitalista y colorista como todo lo que sale de su mano y su ojo.
Tiene sede en el hotel Alquimia de la calle Santiago Terry de la ciudad de Cádiz. Hasta el 31 de agosto está disponible para los que quieran comprobar la vigencia de su mirada.
En esta nueva cita con el público no faltan los abanicos. Desde que los usó por primera vez como soporte, hace casi 30 años, han marcado su trayectoria por el impacto popular y social que tuvieron. Están en la memoria de muchos gaditanos.
Concha Velasco, Amparo Rivelles, María Dolores Pradera, Raphael, Antonio Gala o la emérita Reina Sofía, que tiene cuatro ejemplares, forman un pequeño grupo entre las muchas personalidades que los recibieron y los lucieron.
"Durante unos años, el Ayuntamiento de Cádiz lo eligió como regalo institucional a las personas que visitaban Cádiz por algún evento, por algún premio y eso marcó mucho", aclara con tono de agradecimiento.
Esa popularidad pudo tapar el resto de su obra pero no llega a la queja: "No voy a lamentar que el abanico haya sido el formato que más se ha reconocido de mi obra, sí puedo lamentar que, en general, no tenga suficiente reconocimiento como objeto artístico".
Carbonell explica su defensa del abanico: "Al ser una pieza suntuaria, un obsequio, corre el riesgo de caer en la vulgarización, como así ha sido en muchos casos por la producción industrial, de baja calidad, o los llegados de Asia, por ejemplo. Lo que lamento es que no se le reconozca el valor artístico a esta pieza".
Para pregonar con los hechos, en su vigente exposición en el hotel Alquimia de Cádiz aparecen varios, en versiones distintas que homenajean a las vidrieras de su Cuba natal, allí llamadas portezuelas, o a Las Meninas de Velázquez.
La muestra también es testimonio del resto de su creación en otros soportes, dibujos entre mitológicos y burlones, como las series Zodiaquillos, Mitiquillos y Atlantitis. Giros y guiños gaditanos hasta en el título.
A pesar de ser un artista que ha vendido mucho, que ha ganado decenas de concursos y premios, la maldición de la supervivencia de todo artista le tocó alguna vez. Vivir de su creación es el mayor reto para cualquier músico, escritor, escultor o pintor.
"Más que vivir, de mi obra he podido malvivir", ríe sonoramente. El complemento profesional fue siempre la docencia: "He sido desde profesor de diseño a jefe de cátedra. También he dirigido muchos talleres en asociaciones de vecinos, he dado cursos a personas mayores, a jóvenes, especializados en algún área como el diseño o generales, de dibujo, en toda la provincia".
Aunque ya retirado, de esa larga etapa saca conclusiones llamativas: "He tenido a cientos de alumnos, claro, y alguno muy descollante, pero lo que más recuerdo es el efecto terapéutico de la pintura y del arte en mucha gente. Es maravilloso ver cómo imaginar algo y tratar de dibujarlo alivia tanto al que lo intenta, lo haga mejor o peor".
Tan reconfortante fue la experiencia que, a efectos humanos, está convencido de que "en mi etapa de profesor aprendí más de lo que enseñé. Yo me llevé más de los alumnos que ellos de mí".
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