Esta es la historia de una utopía que, como suele sucederles a todas, acabó en nada. Esta es la historia de un proyecto socialista que hace 175 años no llegó a fraguarse —como otros proyectos socialistas que sí fraguaron y fracasaron en el tiempo—. Pero esta es sobre todo una historia actual. De esas que luego hemos visto que, bajo diferentes versiones, no han dejado de reproducirse desde la revolución industrial hasta hoy. En 1844 nace la sociedad equitativa de los pioneros de Rochdale (Manchester), una cooperativa de consumo. Hace unas décadas era una comuna hippie cerca de Woodstock. En Andalucía está el ejemplo de Marinaleda, la utopía socialista de Sánchez Gordillo, a la que New York Times calificó de "oasis comunista".
Allí no existe el paro y la mayoría de vecinos trabajan en una cooperativa agrícola. Pero hay más fórmulas que parten de aquel pensamiento utópico de mediados del XIX. Actualmente lo llaman cohousing o vivienda colaborativa. Un fenómeno en boga en España tras implantarse en países como Suecia, Estados Unidos y Canadá. Una idea que surge como alternativa a las frías e impersonales residencias de ancianos. Ahora la moda es pensar en pasar el resto de tus días con amigos y personas allegadas en una combinación de espacios privados con zonas de uso compartido en un mismo complejo residencial. "Cohousing es un tipo de comunidad cohesionada por su forma de entender la vida en común y formada por viviendas privadas y generosos servicios comunes", según es definida en internet.
Un investigador, fotógrafo y docente sevillano, Pablo Martínez Cousinou, rastrea las huellas y la memoria de la malograda iniciativa en un proyecto multimedia que también reflexiona sobre sus repercusiones a lo largo de la historia
Tirando de ese hilo tan actual, Pablo Martínez Cousinou (Sevilla, 1977), licenciado en Comunicación, investigador, fotógrafo y docente en la EUSA, un centro adscrito a la Universidad de Sevilla, empezó a levantar Utopía Tempul. Una iniciativa multimedia en construcción —pretende ver la luz en la primavera de 2018—que reflexiona sobre la memoria, el lugar y el propio concepto tiempo-historia (heterocronía) en relación al Falansterio de Tempul. Fue la primera y la última iniciativa de esta índole que vio la luz en la Península Ibérica y estaba basada, claro está, en la idea de Charles Fourier, padre del socialismo utópico.
Iba a suceder en Jerez, en los Montes de Propios. Allá por 1841-1842. Su impulsor fue el político tarifeño Joaquín Abreu que, a la caída del régimen liberal en 1823 —llegó a ser diputado a Cortes—, fue condenado a muerte y se exilió durante una década entre Gibraltar, Londres, Bruselas y, finalmente, Marsella, desde donde tuvo oportunidad de dar el salto y pasar un mes en el proyecto de falansterio que Fourier, al que trató personalmente en aquellos días de verano, promovió en Conde-sur-Vesgue.
¿Qué eran esos falansterios? Según resume Wikipedia, se conformaban bajo la idea de asociación libre, como comunidades rurales autosuficientes —en pleno auge colonizador—, en las que cada individuo (no más de 1.600 por cada uno de ellos) podría elegir su trabajo y lo cambiaría cuando quisiera de acuerdo a sus pasiones. Tampoco existiría un concepto abstracto y artificial de propiedad, privada o común. Y todo ello, o eso pensaban Fourier y sus seguidores, daría lugar al inicio de una profunda transformación social. A la muerte de Fernando VII, el exaltado liberal gaditano logró permiso para regresar a su tierra y no solo empezó a propagar en la prensa (de Algeciras a Barcelona) las ideas que propugnaba el socialismo utópico fourierista, sino que reunió a un nutrido grupo de intelectuales dispuestos a poner en marcha el primer falansterio del país.
Entre las peticiones de Sagrario de Beloy, también se enuncia que "la nueva población podrá adoptar aquellos principios del socialismo que aconseje la prudencia por su alta moralidad y conveniencia pública"; y además se insta, para llevar a cabo "los inmensos plantíos de arbolado, construcciones civiles, caminos, etcétera", que se solicite al Gobierno "el número de presidiarios que se designe, escogidos entre los diferentes presidios, en el concepto de que serán tratados con una humanidad sin ejemplo". El capital para esta empresa se estimaba en 20 millones de reales, "dividido en 20.000 acciones de 1.000 reales cada una". No tardaría en llegar el visto bueno de la Diputación.
“El terreno que se solicita es adecuado para recibir las mejoras que le quiere dar la mano del hombre cuanto que en él puede muy bien aclimatarse el azafrán, el arroz, la caña dulce, el lino, el trigo y demás cereales. Tiene aguas puras y muy en abundancia para abastecer a la población, para levantar molinos de pan, batanes de paños y papel y otros artefactos movidos por esa potencia. (...) En fin, si el edén de los habitantes fuera posible, sólo se encontraría en el sitio que se pretende formar esa población”. Es el dictamen de la comisión remitido por la Diputación Provincial al Ayuntamiento de Jerez como respuesta al proyecto de falansterio presentado por Manuel Sagrario de Beloy. Mientras los panegíricos de Abreu recibían fuertes contestaciones, especialmente desde sectores conservadores y la Iglesia, parecía que las administraciones civiles estaban dispuesta a facilitar la construcción del proyecto. Pero eso finalmente no sucedió.
Cousinou, 175 años después, ha tomado fotografías y ha empezado a dar forma a un audiovisual que también recogerá la memoria de aquella iniciativa. “El trabajo de Fourier es apasionante y muy avanzado en muchos aspectos, con una imaginación desbordante, toca temas como la igualdad de género, la defensa del rol de la mujer, el ecologismo, es uno de los padres del cooperativismo… Y al final esta lógica de cooperación se impone”, explica el fotógrafo sevillano. Aquellas propuestas en pos de un urbanismo más racional o un desarrollo industrial que recuperara un desertizado medio rural cobran todo el sentido hoy en día. “En crisis —apunta Cousinou— regresan estas cuestiones. Los valores de colectividad siempre aportan, la defensa de lo colectivo, del sentido común”. Por eso, añade, en este proyecto su objetivo no solo pasa por el contexto histórico y la iniciativa en sí, sino que quiere ahondar en cómo la historia, de alguna manera, “no solo se puede leer de manera lineal, sino que hay una simultaneidad temporal”. “Resuena en el presente el pasado y el futuro, hay ideas que mantienen la vigencia, quiero hacer una lectura más compleja de la historia. Y también es una reflexión sobre el propio concepto de utopía”.
Utopía Tempul, dice la web donde puede verse el teaser del proyecto, "camina tras las huellas de esta iniciativa, explora el lugar elegido: un manantial del mismo nombre, y descubre la memoria compartida del agua como bien común". Su responsable, que ha realizado cursos y talleres con Lewis Baltz, Alberto García-Alix, Cristina García Rodero o Joan Foncuberta, entre otros maestros de la fotografía y el fotoperiodismo, no atina a concluir por qué finalmente aquel falansterio no salió adelante. "Hay un enorme interrogante abierto porque el dinero estaba, eran industriales con intereses que luego emprendieron otros negocios; Ayuntamiento y Diputación aceptaron las condiciones... e incluso en las Cortes no hay un rechazo expreso, al menos documentado". Hay historiadores que aluden a que la negativa de Espartero, pese a que el gobierno no tumbó la iniciativa, hizo que aquel edén no terminara de germinar. Y aquí Cousinou, lejos de lamentarlo, cita a Lefebvre, padre de la sociología urbana y del derecho a lo público: "La utopía es una condición para la existencia del pensamiento (...) Hay que pensar en lo imposible para abarcar todos los ámbitos de lo posible". Y ese imposible debe ser algo así como el horizonte, inalcanzable aunque a veces creamos que está más cerca.