Sobre terreno ganado al mar -ese eufemismo que los humanos utilizan como si fueran capaces de tal triunfo- yace el esqueleto dentro de una quirúrgica carpa blanca.
Los restos tumbados y extendidos, al primer vistazo, parecen formar parte del esqueleto de un animal prehistórico con los huesos negros en vez de marfil, a la espera del análisis de los expertos.
"Sí que lo parecen, con las gavelas y cabillas como si fueran las costillas", admite Milagros Alzaga, la primera de ellos, la directora del Centro de Arqueología Subacuática de Cadiz (CAS).
Los restos del barco de nombre por descubrir, llamado Delta I por el momento, como experimento, tienen la misma misión que un dinosaurio. También ha sido sacado del subsuelo pero, en este caso, marino.
Hay una capa de entre 8 y 10 metros entre el fondo de la Bahía de Cádiz, de casi todas, y la roca ostionera que ya no atraviesa nada. Encima del agua trabajan dragas gigantes que instalan enormes piezas rectangulares de hormigón que formarán los futuros muelles nuevos.
Debajo, en ese lodo se almacenan recuerdos como el que ahora es analizado en Cádiz. En vez de 4 millones tiene 400 años pero encierra los mismos secretos por desvelar: cómo era la vida dentro y a su alrededor. El misterio eterno que consiste en descubrir cómo era todo para tratar de acercanos a cómo somos.
Las dos principales expertas, Nuria Rodríguez es la directora de esta misión en particular, admiten que trabajan en un caso "único". Hay precedentes de restos de embarcaciones mayores y más antiguas pero nunca se ha podido sacar del mar un conjunto tan grande y bien conservado.
Lo encontrado en el fondo de la dársena gaditana en el año 2012 remite, inicialmente, a un navío muy viejo, con alrededor de 400 años. Las primeras estimaciones lo sitúan alrededor de 1610 ó 1620 pero todo ha de confirmarse.
El material de trabajo es delicado. Más allá de la fragilidad de las piezas encontradas hace 14 años y subidas del fondo hace apenas tres meses, Nuria y Milagros trabajan con mitología.
Cualquier neófito elucubra con monedas de oro, cofres de plata, piratas, tempestades, bucaneros, batallas, loros, especias, riquezas y hundimientos. Todos son elementos cruciales en la literatura universal. Despojarse de tantas leyendas y acercarlas a la ciencia cuesta trabajo.
"Para empezar, los barcos no atracaban en esa época en el puerto como lo hacen ahora. Fondeaban en mitad de la Bahía de Cádiz y acercaban pasajeros, tripulantes o mercancías en lanchas, en barcas", detalla Nuria Rodríguez.
Tampoco estaban claras las diferencias entre marina mercante y militar: "Los barcos estaban diseñados igualmente para poder llevar cañones o mercancía. Los armadores de barcos comerciales querían que tuvieran más capacidad de carga y los militares pensaban más en los cañones".
"Desde la construcción, ambas partes tenían que pelear por lo suyo", afirma Milagros Alzaga. Pero luego llegaban las circunstancias y las improvisaciones. Según el cambiante tablero bélico mundial, las naves podían ser confiscadas en cualquier momento para una misión. "Las diferencias no estaban tan claras como ahora".
Todos esos detalles deben ser establecidos en la investigación que ahora está en marcha en el puerto de Cádiz. Cómo se llamaba el barco, para qué fue utilizado, qué mares cruzó, con cuánta tripulación a bordo. Pero sobre todo, la vida. Igual que si fuera un dinosaurio. Cómo vivía y cómo se vivía alrededor.
Procesos arqueológicos de vanguardia, de escáneres a miles de fotografías en tres dimensiones, tratan de establecerlo. Mientras se hace este reportaje, queda comprobada la vitalidad del proceso. Dani aparece con un balín disparado por algún mosquetón del tiempo y una técnica se afana en quitar barro de la estructura.
Lo hallado y subido mide más de 20 metros pero los indicios hacen pensar que había otros tantos hacia popa y unos siete hacia proa. En total, casi 50 metros de barco. Por lo tanto, estaba construido para navegar largas distancias.
Las piezas son analizadas una a una y cada detalle es crucial, desde los moluscos incrustados hasta el corte de las maderas. Las marcas en las tablas pueden establecer su origen temporal y geográfico.
También, a qué jugaban los obreros constructores, y los marinos, en sus ratos de ocio. Hay huellas de tres en raya y de eso tan peligroso de clavar el cuchillo a toda velocidad entre los dedos. Parecen ser los más populares.
Cualquier resto, la espina de un pescado, puede aclarar qué comían los tripulantes, su dieta común, o en qué mares anduvo la embarcación, sus travesías. El puzzle gigantesco da pistas a cada paso.
Ya se han localizado diez fragmentos de piezas de artillería, casi un centenar de balas de cañón de hierro, fragmentos de madera de guayacán. Hasta los tornillos orientan.
"Si tienen cabeza rectangular es que había bastante dinero para construir el barco, porque eran más caros, pero también hemos encontrado madera reciclada, reutilizada, que puede ubicar la fecha del barco en un momento de escasez de madera".
Marcas realizadas por los carpinteros del galeón, "mira estos números romanos", o pequeñas señales que sugieren calendarios de la época. Cada pequeño paso propone algunas respuestas y nuevas preguntas: ¿qué hacía este barco en Cádiz? ¿partía o llegaba? ¿dónde fue construido? ¿cómo era su día a día? ¿qué tipo de navío fue? ¿por qué se hundió?
El misterio es tan grande que las universidades de Gales (Trinity Saint David) y Lisboa, además del Instituto de Patrimonio Histórico de Sevilla, realizan tareas añadidas al insólito trabajo del Centro de Arqueología Subacuática. Toda esta fase de inspección profunda durará más de año y medio.
Cuando todos los pasos milimétricos, digitales y manuales se hayan dado, será posible establecer algunas realidades. De nuevo vuelta al inicio: qué tipo de navío era, qué hacía y por dónde navegaba, qué le pasó y cómo era su alrededor.
En definitiva, descubrir cómo se construían navíos entre los siglos XVI y XVII en Cádiz, en España, en el Atlántico Norte, en Europa. Esta gran oportunidad científica tiene un epílogo poético.
El mejor de los supuestos contempla poder reproducir integramente el barco que fue, entero, pero no se sabe en qué tamaño, a qué escala. "A tamaño real sería imposible, el coste sería enorme, ojalá pero esa opción no existe". Es posible hacerlo a escalas más pequeñas en distintos formatos, a efectos documentales.
Cuando todo esté escrito y la historia esté cerrada, lo más lírico: los restos volverán al mar como un pez vivo vuelve al agua. Fuera del mar, bajo el sol, sometido el viento y los elementos, las piezas del rompecabezas se descompondrían.
Esos 400 años las han moldeado para sobrevivir sólo en el fondo. Fuera se convertirían en polvo como un vampiro al que le pega la luz del día. Su perímetro en el mar, junto al lugar en el que aparecieron, será reservado y ninguna embarcación pasará por encima.
Para entonces, ojalá, la mayoría de los misterios y las respuestas que ahora busca el Centro de Arqueología Subacuática estarán resueltos.
La declaración de estas maderas, su testimonio y la información quedarán en tierra, publicada y archivada, conocida y expuesta, mientras el esqueleto de madera vuelve al fondo para descansar otro trozo de eternidad.
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