Llega la hora de visitar a aquellos seres queridos que ya no están. Centenares de personas van al cementerio con cubos y fregonas para limpiar las lápidas de sus difuntos, portan flores para adornarlas y cargan escaleras para llegar hasta sus nichos. El cementerio de Jerez, que se abarrota estos días y paradójicamente se llena de vida, alberga miles de recuerdos desde que se construyera en los años 50 del pasado siglo para sustituir al antiguo de Santo Domingo. Aquí yacen jerezanos anónimos, pero también otros muchos que han pasado a la historia por una u otra causa. Igualmente, las iglesias de la ciudad albergan los restos mortales de otros tantos personajes más o menos ilustres, no sólo de Jerez, que merece la pena recordar o, en algunos casos, conocer.Nobles, artistas, alcaldes, santos, un dictador y hasta una reina fueron enterrados en Jerez. lavozdelsur.es hace un recorrido por algunas de las tumbas más celebres repartidas a lo largo y ancho de nuestra ciudad. No están todos los que son, pero he aquí una buena muestra. Doña Blanca fue la cuarta pretendienta que le buscaron a Pedro I, y que incluso días antes de solicitar su mano, la delegación castellana intentó en vano que otra Blanca, ésta de Navarra, fuera su prometida, algo a lo que se negó no una, sino dos veces.Sin embargo, la boda entre ambos tardaría un año debido, entre otras cosas, a problemas en el pago de la dote de doña Blanca. A todo esto, Pedro I ya se había buscado una amante, María de Padilla, a la que incluso le había dado una hija.Lo cierto es que don Pedro apenas llegó a convivir con Blanca de Borbón, abandonándola a los pocos días, lo que desembocaría en una guerra civil en el reino de Castilla.Desde entonces, doña Blanca pasaría por Medina Sidonia, Arévalo, Toledo, Sigüenza y El Puerto de Santa María -en lo que se cree es actualmente el castillo de Doña Blanca- para volver de nuevo a Medina Sidonia, donde se cree que moriría de muerte natural, ya que ella misma había solicitado a los monjes de la iglesia de San Francisco ser enterrada allí, si bien también circula la historia de que murió a manos del ballestero Juan Pérez de Rebolledo, mandado por el propio Pedro I, tal y como narra su lápida. A pesar de todo, parece que el cuerpo de Doña Blanca ya no estaría enterrada en San Francisco, desconociéndose hoy día donde se hallan sus huesos. En la histórica iglesia de San Juan de los Caballeros, una de las seis que ordenó levantar Alfonso X tras la reconquista de Jerez, en una recoleta capilla que en tiempos fue Sagrario, encontramos una menuda figura de madera y yeso, vestido con ropajes propios del siglo XVII en los que destaca el escudo de la orden de San Juan sobre su negra capa.De rodillas y de manera orante, a unos metros elevado sobre su propio sepulcro, se trata del caballero Diego López de Carrizosa y Perea, caballero de la orden de San Juan de Jerusalén y comendador de la Higuera, fallecido el 14 de julio de 1616. A uno lo canonizó la Iglesia y a otro no hace falta que lo haga nadie porque ya fue considerado un santo en vida. Sus restos reposan a escasos metros de distancia en el santuario de San Juan Grande, junto al hospital que la orden de San Juan de Dios tiene en Jerez al final de la calle Taxdirt. Hablamos de San Juan Grande y del hermano Adrián del Cerro.Juan Grande Román nació en el pueblo sevillano de Carmona en 1546 pero pronto, con sólo 19 años, llegaría a Jerez con el sobrenombre de Juan Pecador para vivir por y para los pobres y los enfermos, hasta el punto de fundar su propio hospital para cuidarlos, el de la Candelaria. Juan moriría de peste en el año 1600 y siglos después sería, primero, beatificado por Pío IX y luego canonizado por Juan Pablo II en 1996. Diez años antes sería proclamado patrón de la nueva diócesis de Asidonia-Jerez.De otro lado, Adrián del Cerro, más conocido como el hermano Adrián, nació en un pueblo de Toledo en 1923, pero desde 1962 ya se afincó en Jerez donde, al igual que Juan Grande, daría su vida por y para los más necesitados. De pequeño tamaño pero de gran corazón, el fraile fue considerado el último limosnero. Siempre se le recordará, maletín en mano y boina en la cabeza, recorrer todo Jerez para conseguir fondos para los pobres y marginados. En sus últimos años de vida, y después de varias caídas y fracturas de huesos, el hermano Adrián tuvo que recurrir a una silla de ruedas, si bien su labor continuó hasta el último día de su vida. Fallecido en agosto de 2015, el fraile, que siempre será recordado por su labor y por el economato social que lleva su nombre, descansa al pie de un altar en el santuario de San Juan Grande. Dicen que la muerte iguala a todos, sean ricos o pobres. Y bien es verdad, porque de las garras de la parca no se libra nadie. Pero a la hora del descanso eterno vuelven a notarse las diferencias entre unos y otros, algo que se aprecia nada más cruzar las puertas del cementerio de Jerez. Nombres y apellidos ilustres se reflejan en las grandes lápidas y panteones, más o menos artísticos, en el patio primero del camposanto.Aquí encontramos tumbas como la del primer marqués de Bertemati, José de Bertemati y Troncoso, bodeguero, alcalde de Jerez y uno de los fundadores de la Cámara de Comercio de Jerez, o la de Álvaro Domezq Díez, ganadero, rejoneador y alcalde entre 1952 y 1957, entre otros. A finales del siglo XIX la relación entre Jerez e Inglaterra era fluida gracias a la exportación de vino. Ciudadanos de uno y otro lado cruzaban el charco para trabajar y hacer negocios y uno de ellos fue el inglés Thomas Spencer Reimann, que se establecía en nuestra ciudad para trabajar en las oficinas de Williams & Humbert. Junto a otros compatriotas, Thomas fundaría el Jerez Football Club, primer equipo de fútbol de Jerez y germen de lo que años más tarde sería el Xerez Club Deportivo. Thomas, que llegó a ser jugador y presidente de aquel primigenio club, murió en Jerez. Sus restos reposan en el cementerio protestante del camposanto jerezano, bajo una gastada cruz de piedra. La Fundación Xerez Club Deportivo le dedicó dos azulejos conmemorativos, uno en el estadio municipal de Chapín y otro sobre su tumba. 25 coronas de flores se colocaron sobre la lápida de mármol negro de la tumba de Francisca Méndez Garrido, La Paquera de Jerez, un 28 de abril de 2004. Días antes, una trombosis había callado para siempre una de las voces más puras del flamenco. Aquel día el cementerio se quedó pequeño para despedirla. Entre esas personas que le dieron el último adiós se encontraba Manuel Moreno Junquera, Moraíto Chico. Desde el 12 de agosto de 2011, Paquera y Morao descansan juntos en el cementerio de Jerez. Sobre sus lápidas, los rostros del Cristo de la Expiración, en el caso de ella, y el Prendimiento, en el caso de él, las dos grandes devociones de ambos y símbolos de los barrios que los vieron nacer, San Miguel y Santiago.A unos metros de La Paquera, el compositor que más escribió para ella, Antonio Gallardo Molina, también descansa en el cementerio de la Merced desde abril de 2013, como lo hace Juan Moneo Lara, El Torta, desde hace casi dos años. “Si algún día me da por volver, iré con el alba, como la brisa fresca que trae la mañana”, reza como epitafio una de sus letras, en la esquina inferior izquierda de su lápida.