Cádiz, 21:45 de un caluroso 18 de agosto de 1947. El vapor Plus Ultra había zarpado poco antes de esa hora desde el muelle gaditano. Cuando se encontraba a unos 1.500 metros de distancia de tierra, una fuerte explosión que iluminó el cielo, un hongo inmenso que cubrió la ciudad, y una onda expansiva como nunca antes habían visto causó daños en el buque. 200 toneladas de trinitrotolueno habían explotado, dejando arrasada gran parte del Cádiz de extramuros, provocando decenas de muertos, muchos de ellos eran niños que vivían en el Hogar Niño Jesús (Casa Cuna).
El centro histórico fue salvaguardado por las Puertas de Tierra que, por entonces, solo tenían un vano y amortiguó el empuje de la onda. La explosión pudo verse en Ceuta y escucharse en Huelva y Portugal. Cádiz quedaba sepultada entre escombros y cuerpos desmembrados. Ahora, cuando se cumplen 70 años de aquella tragedia, aún nadie ha podido explicar por qué explotaron aquellas minas en la base de Defensas Submarinas de la Armada. 70 años de un misterio que, tal vez, podamos ir desvelando en las páginas de un libro, que también pretende ser un homenaje a las víctimas de aquella fatídica noche.
José Antonio Aparicio es el autor de 1947 Cádiz, La gran explosión. Puede decirse que aquel luctuoso acontecimiento ha marcado su vida. Aparición explica que “mi relación con la explosión llega prácticamente de casualidad, un guiño del destino. Al principio solo sabía lo que todo el mundo, que el cielo se puso rojo y que un ruido ensordecedor recorrió la ciudad de Cádiz. Hasta ahí para de contar”. El escritor continúa relatando que “me tocó hacer el servicio militar en 1987 en San Fernando. Me insistieron para que hiciera el curso de cabo segundo y, una vez acabada mi formación, entro en la Capitanía General. Fue en ese momento cuando un capitán comenzó a enseñarme una serie de libros que contenían fichas de la investigación que hacían referencia a la investigación de cadáveres. Paralelamente al interés que percibí en la Armada por identificar cadáveres surgió el mío propio por ahondar en lo sucedido en aquella trágica noche”.
Sin duda, aquella experiencia marcó a Aparicio, que confiesa que “me quedé con una fotocopia y años después pedí poder escribir un libro. Fui siguiendo la historia y, curiosamente, en 1997 se escribieron dos libros —uno de José Antonio Hidalgo y otro de José Marchena— que versaban sobre la tragedia. Pese al buen trabajo realizado estaba convencido de que se podía hacer algo más y en 2001 publiqué mi primer artículo en internet sobre la historia”.
A juicio de Aparicio “la lista de fallecidos era errónea. Conforme iba escribiendo artículos la gente me llamaba para contarme historias de supervivientes y de muertos. Poco a poco me fui haciendo con entrevistas hasta que en 2007 me propuse escribir un libro con el material que iba recopilando. Mi primer objetivo era averiguar las causas de la explosión”. Uno de los momentos clave, rememora el propio Aparicio, fue “mi encuentro con el coronel de Infantería, Miguel Fontenla, que me consiguió una carpetilla que contenía unos legajos en los que estaba todo muy claro. Me llegó mucho material sobre minas submarinas relativo a los años 1942 y 1943 y que hablaba de la fabricación de torpedos”.
Este hallazgo ha permitido a este licenciado en Filosofía y Letras llegar a una conclusión fundamental: “El origen de la explosión no fue otro que cargar con pólvora las cargas de profundidad. La destrucción vino de afuera, salían mantas de pólvora hacia los alrededores. La base tenía un espesor de 30 centímetros de hormigón y se había provocado un socavón de dos metros de profundidad. Lo primero que explotaron fueron las cargas de profundidad, lo que no me explico es cómo se rellenaron con pólvora”. Asimismo, añade que “un teniente coronel ya había advertido años antes del riesgo de que se produjera una explosión de estas características e incluso Franco estaba ajeno a todos estos movimientos”.
Otro dato revelador para Aparicio resultó ser “el hallazgo de una orden del Estado Mayor en la que se instaba a todos los buques, que llevaban cargas de profundidad cuyo explosivo no fuera trilita o se desconozca, a que se produjera al desembarco del material. La orden es del 21 de agosto de 1947, por tanto al tercer día ya había una sospecha de la posible causa real del accidente”. En relación al origen, el autor del libro revela que “el proyecto no contemplaba en un principio la instalación de cargas de profundidad que llegaron a través de la vía italiana. Por tanto a estas alturas la hipótesis de la negligencia cobra fuerza frente a la de un posible accidente”.
Pero detrás de toda esta historia de esfuerzo por conocer las causas se encuentra también la vertiente más humana, la que afectó de lleno a las 151 víctimas cifradas de la terrible explosión. Aparicio confiesa que “he tenido que corregir sobre la marcha porque había cadáveres que no estaban bien identificados, de hecho hay causas pendientes porque se han producido errores en la identificación en el Registro Civil”. Las historias humanas darían para muchos reportajes, pero algunas son sobrecogedoras. Una de las más impactantes es la de José Gómez Alcañiz, un joven trabajador de Astilleros que se iba a casar. La necesidad económica le obligaba a echar horas extraordinarias. Aquella noche no le tocaba trabajar pero fue para conseguir ingresos extras y acabó muriendo en la tragedia.
Las muestras de solidaridad se sucedieron a lo largo de toda España. Significativo resultó también el caso del marinero, Manuel Martí, que ejercía como trompetista en la banda de música de Moncófar en Valencia. Como cuenta el autor de la novela “venían de grabar una película y estaban reventados. Un alférez les advirtió que necesitaban voluntarios porque en Cádiz había ocurrido una catástrofe y que iban a ver la muerte en masa. Llenaron 60 camiones con efectivos humanos y se vinieron hasta aquí. En la Casa Cuna encontraron un niño destrozado por el impacto, mientras se lo pasaban de mano en mano en aquella escalera de caracol no podían parar de llorar. Martí no pudo reprimir la emoción e inquirió a los suyos para que no lloraran y se remangaran los machos porque habían venido a ayudar, pero no a llorar”.
Este 70 aniversario va a tener una significación muy especial en Cádiz. El día 17 de agosto, a las nueve de la noche, está previsto que se inaugure en el Castillo de Santa Catalina el denominado Museo de la Explosión. Se trata de una exposición permanente. Va a contener verdaderas reliquias como la funda de las gafas de un trabajador de Astilleros aplastada por los escombros o un Sagrado Corazón, con tres dedos menos, y que fue lo único que se conservó en una casa devastada.
Ya el día 18, día que se recuerda el terrible suceso, a las 19:00 horas, se ha programado una ruta guiada de la explosión en el interior del Instituto Hidrográfico, concretamente en el lugar donde se encontraba el polvorín. Posteriormente está previsto que los asistentes se acerquen hasta el lugar de la calle Tolosa Latour, donde hubo más fallecidos. A las 21:45 horas tendrá lugar el homenaje a las víctimas de la explosión y a las brigadas de auxilio. Está previsto que se lea un relato poético que contendrá los nombres y apellidos de las 151 víctimas, se depositarán flores en el monumento y en recuerdo a las referidas brigadas de auxilio. A las 22:30 horas, en el Colegio Argantonio, se ha previsto la actuación de Daniel Borrego. Entre composición y composición se irán relatando sucesos que ocurrieron aquella noche. Está prevista la asistencia de testigos y descendientes de las víctimas. El sonido y la imagen tendrán una presencia fundamental y dotarán de una enorme emoción y sentimentalismo al momento.
El próximo martes día 18 de julio, a las 20:00 horas, se presentará el libro '1947 Cádiz, La gran explosión' en el Musicafé El Pelícano situado en el Paseo del Vendaval. El libro viene avalado por el sello editorial local Cazador de ratas.
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