El mítico establecimiento de calle Larga no necesita presentación. Lugar de paso y tertulia de todo jerezano que se precie, tiene casi 80 años pero está más joven que nunca. Una charla con los hermanos Pacheco, tercera generación de propietarios, basta para comprobar el secreto de su éxito.
No necesita presentación. La Moderna más que un bar, es una institución. Roza los 78 años de vida pero está tan jovial como siempre. No hay jerezano –y casi turista– que no haya parado alguna vez en el número 67 de calle Larga, un negocio que sobrevive ya a la tercera generación de propietarios. Fue el abuelo de Atilano, Alfonso y Fernando –de mayor a menor, por ese orden– quien, primero en alquiler, desembarcó en este mítico enclave y empezó a servir café y tostadas en 1938, en plena Guerra Civil. El mayor de los hermanos Pacheco recuerda que venía en pañales a ver a su abuela Mercedes. Alfonso casi nació en el bar. “A los dos días de dar a luz se vino mi madre con éste para acá”, dice Atilano señalando a su hermano.
Su singular construcción, que ha cambiado poco con el paso de los años, el característico tono rojizo de su fachada, su singular barra y la muralla almohade del siglo XI que ejerce de pared al fondo del establecimiento hacen de La Moderna un lugar singular. También por sus dueños, que no dejan indiferente a nadie. Si por algo se caracterizan es por llevar el humor por bandera. “La vida está mucho mejor con una carcajada”, dice Alfonso, el mediano de los hermanos Pacheco. “Tengo unos pocos de años de almanaque encima y me gusta más reírme que comer”, dice. Él, que piensa que “con una sonrisa y con una carcajada se conquista mucho más”.
Alfonso: "Tengo unos pocos de años de almanaque encima y me gusta más reírme que comer; con una sonrisa y con una carcajada se conquista mucho más"
Antes los momentos divertidos –se cuentan por miles– que se sucedían delante o detrás de la barra de La Moderna se quedaban ahí, en la memoria de los que tenían la suerte de presenciarlos. Ahora se graban y se comparten en redes sociales, para deleite de los seguidores de los hermanos Pacheco, o del cómico Luis Lara y compañía, que tantas risas provocan. Hasta a las obras de calle Larga, la última vez que cambiaron los adoquines para que pasara el pelotón de la Vuelta a España, le cantaron en clave de humor: “Cantábamos: qué de adoquines, jolines –se ríe Alfonso–, o qué obra más larga, pues claro que es larga, si es de la calle Larga…”
En La Moderna no echan horas, “echamos la vida”, dice Alfonso, que señala: “Sé a qué hora tengo que entrar, lo que no sé es a qué hora me voy a ir a mi casa”. Como sus hermanos, ha pasado toda su vida en el bar. Excepto un pequeño periodo: “Una vez fui marinero y estuve 18 meses haciendo la mili. Fui mano de obra regalada para la Armada Española”, cuenta entre risas. ¿Cuál es el secreto del éxito del negocio? “El trato al prójimo”, señala Alfonso, que apuesta por “tratar a los demás como te gustaría que te trataran a ti”. La idea es que los clientes “sientan que están en la extensión del salón de su casa”.
Desde detrás de la barra, como es de suponer, han visto de todo. Y han aguantado mucho. “Los borrachos son seres divinos, la mala intención es lo peor. El borracho nada más es borracho. Lo peor es la guasa. Y el que camufla la guasa con la excusa de que se ha tomado unas copas... Lo peor de este trabajo es cuando se emborrachan en otros sitios y vienen a dar por culo aquí. Si está aquí lo vas toreando, pero cuando viene de otro lado que no sabes ni como viene, pues a ver como toreas, el capote a qué altura lo pones…”, reflexiona en voz alta Alfonso.
¿El secreto de La Moderna? "El trato al prójimo, tratar a los demás como te gustaría que te trataran a ti, que los clientes sientan que están en la extensión del salón de su casa"
Por La Moderna han pasado clientes de cuatro generaciones distintas. De padres a hijos, pasando por abuelos y tíos. “La gente sigue siendo la misma, lo que sí ha cambiado es la pelleja”, dice Alfonso, que continúa: “Dime tú qué casa no tiene un hermano, un sobrino, un allegado, que no haya que echarle una mano o que esté fuera buscándose la vida… si no tienen para poner un plato de macarrones en su casa, pues no están en el bar tomándose una caña o echando un rato de palique”. E insiste: “Se nota que un porcentaje de la población está pasando las ducas y las manducas”. Aquí se pone serio: “Este pueblo ha matado a la gallina de los huevos de oro, es un pueblo con afanes de ansiedad lleno de caciques; me duele tanto mi pueblo, tantas familias de Jerez sin un futuro cojones, eso me enerva, me disparata, me lanza al espacio y explota como explota un cañón, como un triqui traque. No lo puedo evitar”.
Por La Moderna han pasado todo tipo de famosos. Desde Ángel Nieto, al que le decían “el niño”, recuerda Alfonso, hasta Johan Cruyff, Loquillo, Elvis Costello, Tete Montoliu, Kiko Veneno y, por supuesto, los artistas locales: Carlos González Ragel –padre de la esqueletomaquia–, Manuel Morao, Terremoto, Agujetas, Tomasito, los exdelinqüentes El Ratón y El Canijo… Alfonso recuerda con cariño el rodaje de La Lola se va a los puertos (1993), cuando pasaron por el bar casi todos los actores, excepto Rocío Jurado –la protagonista–: “Era curioso porque venían vestidos con el atrezzo”.
Tal es la influencia del bar que en 2009 hasta ganó el Premio Ciudad de Jerez a la Promoción, entonces con Pilar Sánchez en la Alcaldía, que para el mediano de los Pacheco, “se ha comido toda la mierda a cucharás que le dejaron los demás. No creo que lo hiciera tan mal, pero lo han dicho los jueces y esto es lo que hay”. Y hasta tiene una canción, de Navajita Plateá.
Pero no se puede hablar de La Moderna e ignorar a San Bernabé, que luce en varios cuadros dentro del local. ¿A qué llaman bernabé? A ellos mismos les cuesta describirlo: “Los Bernabé somos todos, aquí no se salva ni el gato –se ríe Alfonso–. No sé cómo explicarte. Lo del Bernabé es tan sutil… Es autorreconocerse. Un Bernabé es un tío especial. Todos tenemos nuestra especialidad, todos somos especiales. En dos palabras: iluminado magnético”. Ahí queda eso.