Cuando, en 1931, el notario Blas Infante Pérez regresó de su autoexilio en Isla Cristina –tras la dictadura de Primo de Rivera— para construirse la casa de sus sueños en una pequeña colina de Coria, mirando al Guadalquivir, se trajo consigo un pequeño zorro de los pinares de aquella localidad onubense con el que más de una vez se dejó fotografiar en su empeño de domesticarlo, después de haber escrito una fábula sobre el animal (y tal vez sobre sí mismo) que tituló Don Dimas. Historia de zorros y hombres. Era el año en que triunfó aquí la II República sin que nadie sospechara su brevedad.
El librito, que habría de reposar en un cajón de su despacho hasta muchos años después del asesinato de su autor, tenía ese regusto metafórico que el futuro Padre de la Patria Andaluza encontraba en todo lo que lo rodeaba. Y aunque él mismo había creado una editorial, Avante, para poder publicar sus propias obras, la historia de aquel zorrito -bautizado con el nombre de El Buen Ladrón que crucificaron junto a Cristo y que habría de regresar a la libertad silvestre de la que procedía- se mantuvo en la penumbra de otras obras más señeras que habrían de constituir la base del pensamiento político de aquel andaluz nacido en Casares, un pueblo fronterizo entre Málaga y Cádiz, como Ideal Andaluz, una obra publicada el mismo año que Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, en 1914, y en la que puede leerse, con una cadencia de poesía doliente, párrafos como este: “Yo tengo clavada en mi conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo, confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales. Los he contemplado en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con la de las bestias; les he visto dormir hacinados en las sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos, esponjado en el gazpacho mal oliente, trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia en el invierno, caldeados en la siega por los ardores de la canícula”.


Casi nueve décadas después del asesinato de Infante, que ahora iría a cumplir 140 años pero al que los fascistas hicieron desaparecer de este mundo con 51, estos libros y otros, como el dedicado al último rey de la taifa de Sevilla, contemporáneo del Cid, en pleno siglo XI; o el que le brinda a la memoria del regeneracionista Joaquín Costa; o el titulado La dictadura pedagógica; o el que escribió sobre los Orígenes de lo flamenco y el secreto del cante jondo, pueden contemplarse –en primeras ediciones- en uno de los expositores de la biblioteca personal de la casa de aquel notario con libros en hasta nueve idiomas que en aquellos años de la II República mantenía su despacho de abogado en Sevilla y atendía con generosidad –-sin cobrarles un duro- en su casa de Coria a cuantos campesinos analfabetos iban al “Castillo de Don Blas”, como conocían los lugareños a la casa que se acababa de construir en lo más alto de aquellas cuatro hectáreas de campo y que él solo pudo disfrutar poco más de dos años pero que su familia siguió habitando, con una lección de dignidad histórica, hasta el primer año del siglo siguiente, es decir, hasta 2001, cuando los herederos vendieron el inmueble y las dos hectáreas que seguían rodeándola a la Junta de Andalucía, empeñada entonces en convertir el lugar en el primero de la memoria democrática de nuestra tierra. Ya para entonces, Blas Infante había sido nombrado oficialmente Padre de la Patria Andaluza por nuestro Parlamento, desde 1983…
Hoy en día, esta casa, este paraje y una sala con la exposición permanente de los principales símbolos andaluces –la bandera, el escudo y el himno- constituyen el Museo de la Autonomía de Andalucía, gestionado por el Centro de Estudios Andaluces y que ni siquiera todos los andaluces saben que existe, a pesar de que en una jornada tan señalada como la de hoy presenta una intensa actividad con visitas guiadas cada media hora de ciudadanos que las han reservado en la web, divertidas y didácticas visitas teatralizadas, talleres infantiles y de manualidades, un concierto de la banda municipal de música de La Puebla del Río en sus jardines con especies arbóreas de lo más variopintas, actuaciones de coros como el de Santa María de Coria del Río o el Coro Filarmonía de Sevilla y hasta un concierto flamenco, a las 19.00 horas, de Jeromo Segura con la guitarra de Álvaro Mora.


“Esta semana ha sido de una actividad intensa, porque no solo han venido centenares de familias a hacer su visita, sino que por la mañana se han unido los colegios, cuyas visitas concertadas reservaron al inicio del curso”, explica Marta Parrado, una de las tres guías que trabajan en el Museo, que tiene además un escaso y eficiente personal: una recepcionista, un vigilante de seguridad, un jardinero, dos profesionales de la comunicación y una coordinadora, además del director, Tristán Pertínez, que lo es también de la fundación pública Centro de Estudios Andaluces, adscrita a la Consejería de Presidencia de la Junta de Andalucía. “En los meses que van de enero a abril se concentran la mayoría de las visitas, pero se producen a lo largo de todo el año; solo hay que concertarla en nuestra página web y es una actividad totalmente gratuita”, insiste Parrado, que estos días previos al 28-F no ha dado abasto con los grupos.
La casa –que ya era una casa de puertas abiertas aunque fuera oficiosamente en la larga época en que vivió aquí la familia de Infante, siempre dispuesta a mantener el latido de su memoria- estuvo cerrada al público entre 2008 y 2010 para restaurarse y para construirle una cimentación que no tenía. Se limpiaron las yeserías y algunas pinturas y volvió a abrirse al público como una joya identitaria de la que podía presumir el Gobierno andaluz, su nuevo dueño.
El consejero de la Presidencia, Interior, Diálogo Social y Simplificación Administrativa, Antonio Sanz, inauguró precisamente ayer la nueva musealización del dormitorio de la casa natal de Blas Infante, que aunque nació en Casares, ha sido en Coria donde se ha apostado por la renovación de esa recreación que incluye la disposición de muebles históricos como su cama, un armario, una cómoda, dos mesillas de noche y un tocador, junto a enseres personales y fotos familiares que permite a los visitantes hacerse una idea de la atmósfera de la casa en la niñez de Infante. En el acto de la víspera del 28-F han estado también el delegado del Gobierno de la Junta en Sevilla, Ricardo Sánchez; el director del Centra, Tristán Pertíñez; y el presidente de la Fundación Blas Infante, Javier Delmás, a la sazón patrono de la Fundación Centra./p>
Salió para no volver
De la casa que corona todo este espacio situado entre Coria y La Puebla, que el propio Blas Infante había bautizado como Dar al-farah o Casa de la Alegría, se lo llevaron los fascistas que se habían levantado contra la II República en julio de 1936 la mañana del 2 de agosto de aquel fatídico año. Rodeado de hombres con fusiles al hombro, Infante salió por una puertecita lateral de la parte más humilde de esta vivienda de 900 metros cuadrados cuya construcción había dirigido él mismo con tanto primor.


Su mujer, Angustias García, fue la última vez que lo vio. Le llevó, eso sí, el almuerzo cada una de las jornadas siguientes al Cine Rialto de la sevillana calle Jáuregui, donde lo mantuvieron preso e incomunicado. Angustias trató de hablar con su tío Pedro Parias, gobernador civil, pero fue inútil porque en tiempos de guerra nadie conoce a nadie… A su marido, desde luego, tampoco consiguió verlo, hasta que a don Blas se lo llevaron al kilómetro 4 de la Carretera de Carmona y lo fusilaron sin dejar rastro de su cuerpo en la madrugada del 11 de agosto, nueve días después. Alguien debió de decirle a Angustias que no fuera más al cine Rialto, y ella regresó a su casa de Coria con la dignidad intacta de las viudas dispuestas a resistir. Y lo hizo.
Cuando terminó definitivamente la guerra, a pesar de que Angustias y sus cuatro hijos no se habían creído jamás aquella excusa peregrina de que a don Blas lo habían fusilado porque mantenía contactos radiofónicos con los comunistas rusos, la sentencia a posterior, de 1940, vino a afirmar otro motivo más absurdo aún: “haberse significado como propagandista para la constitución de un partido andalucista o regionalista andaluz”. Era cierto lo del partido, encabezado por el hermano de Franco, Ramón, que no tuvo demasiado éxito y que al menos dio para un proyecto de reforma agraria que fue paralizado en las Cortes. Pero resultaba torticero todo aquel runrún de que la actividad política de Don Blas perseguía que el pueblo se levantar en armas. El campesinado no tuvo nunca armas, sino humildes herramientas. Para poco antes de una guerra que nadie sabía que iba a estallar, aún en un clima convulso a nivel político y social, se había preparado el referéndum para aprobar el Estatuto de Autonomía de Andalucía. Pero ya fue tarde para todo.
Él mismo habría de defenderse de tanto infundio al publicar aquel libro titulado La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía, quizá su gran obra de madurez y en la que se recoge su programa para Andalucía desarrollando su concepto de la autonomía política como herramienta para su transformación. Es su verdadero testamento político.
Multa contra la alegría
La sentencia contra Infante cuatro años después de ser asesinado conllevaba, para colmo, el pago de una multa de 2.000 pesetas a las que debía hacer frente su familia. La viuda, con cuatro hijos, el menor de los cuales fue la niña Alegría –como la casa en la que se mantuvieron toda la vida y que ahora es la corona del Museo de la Autonomía-, tuvo que vender parte del terreno y buscó ayuda, pero se negó en redondo a retirar el Escudo de Andalucía de cerámica que presidía la puerta de aquella Casa de la Alegría y allí se quedó, por voluntad eterna de su marido.
La pequeña Alegría Infante García es ahora, con 90 años, la única superviviente, desde Lora del Río, de aquella historia de resistencia que hoy –y cualquier día- escuchan los visitantes a una casa que ya no tiene muebles, pero sí el espíritu que le imprimió aquel notario –hoy en forma de holograma- que ejerció de arquitecto, decorador y maestro de obras de una cuadrilla de albañiles islámicos que se trajo de su viaje a Marruecos de 1924 y que, junto a los albañiles de Coria, se llevaron casi dos años a las órdenes de quien se empeñó en decorar su propia casa con yeserías policromadas propias del arte mudéjar, con artesonados del mismo estilo y con pinturas murales en las que, como se ve en el salón de la chimenea, pudieran convivir motivos históricos andalusíes con la leyenda de los amantes de la Peña de los Enamorados de Antequera y las playas de Isla Cristina… Su vida con perspectiva de siglos…, su propia existencia de lucha con el gran angular de quien entendía la configuración de una patria como el crisol de las antiguas civilizaciones judía, islámica y cristiana.

No en vano, a Blas Infante lo inspiró tremendamente aquel viaje que emprendió en 1924 a Marruecos en busca de la tumba de Al-Mutamid. El notario dio con los descendientes del último rey de Sevilla de la dinastía abadí, poeta para más señas, convivió con ellos durante meses y el contacto con aquella otra cultura tan lejos y en la mano lo cambió para siempre. A la vuelta, compró en un zoco un trozo de tela blanca y verde con el que su propia mujer confeccionó la bandera original de nuestra tierra que ahora puede contemplarse en la sala de exposición permanente del Museo de la Autonomía. También aquí puede contemplarse el primer Escudo de Andalucía que Blas Infante había propuesto en la Asamblea de Ronda de 1918… Y, en la casa, el piano con el que compuso la letra de un Himno para el que partió de unos cantos cristianos, el de Santo Dios, que entonaba el campesinado…
“Es curioso que los tres símbolos procedan de tres culturas distintas que confluyen en la nuestra”, sostiene Marta Parrado, en referencia a la bandera blanca y verde, de la cultura de Al-Andalus, pues esos colores ya se encontraban en la bandera de la Alcazaba de Almería hacia el año 1100; o al escudo, tan parecido al de la fenicia Cádiz de bastantes siglos antes de Cristo; y por supuesto a ese himno que hunde sus raíces melódicas en aquel canto cristiano del campesinado…
Por la Casa de la Alegría, declarada Bien de Interés Cultural por la Junta de Andalucía en 2006, también pueden verse pinturas de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús o de la Virgen de Guadalupe, hasta 737 coloridos azulejos con motivos de El Quijote, pues fue así como don Blas les enseñó a sus niños la historia de aquel tierno loco de los libros de caballerías, y aquí se guardan hasta 46 discos de pizarra de doble cara, y una coqueta Virgen de las Batallas (que está en la Catedral de Sevilla) que en casa de Infante funcionó siempre como una muñeca articulada con la que jugaban sus hijas y que ahora preside muy solemnemente la biblioteca…


El visitante tiene que esperar a que se le dilaten las pupilas para empezar a atisbar, en el penumbroso pasillo inicial, que Infante no dejó nada al caos o a la casualidad y que a todo cuanto lo rodeaba le buscó un sentido por la profunda razón de que “amó profundamente a esta tierra”… desde que nació en Casares; desde que estudió con los Escolapios en Archidona; desde que estudió por libre en Granada y se enamoró de Al-Ándalus; desde que sacó su primera plaza de notario con solo 24 años, uno antes de poder ejercer legalmente, en Cantillana; desde que abre definitivamente sus ojos a la realidad de una Andalucía que parecía estar esperando a alguien que dijera en voz alta lo de que el rey iba desnudo…
En las habitaciones que van surgiendo a un lado y otro del pasillo, minuciosamente decoradas en la profusa yesería con las cruces de David o del Corán, con las inscripciones en árabe dedicadas a su propia madre, doña Ginesa, que acabó viviendo allí mismo, el visitante va descubriendo su despacho y un holograma evoca la figura de don Blas trabajando incansablemente desde la mesa que fuera del último presidente de la República primera, Emilio Castelar, que fue el pago de uno de sus clientes, y otros muchos espacios nobles de la casa que lo conducen a la parte posterior, donde solían hacer más vida, y a esa puerta minúscula por la que el fascismo intentó arrancar la alegría promotora de aquel sueño sin conseguirlo, porque hasta 45 años después del 28 de febrero en que los andaluces tuvieron que decantarse por un modelo de autogobierno, allá por 1980, está más claro que nunca que la muerte de Don Blas no fue en balde y que la Alegría con que bautizó su casa fue también una poderosa profecía que disimuló su propia desaparición entre tantos otros cadáveres como se cobró la historia de esta tierra hasta su amanecer…