Aullidos negros, tituló su obituario en El País el llorado poeta Félix Grande. "Al nacer, nadie sabe cómo, (Camarón) recordó esas palabras de Federico (García Lorca), las hizo suyas y se echó a vivir en la desgracia, en el desamparo, es decir, en la autenticidad". O como decía el poeta, "en las últimas habitaciones de la sangre". Esos soníos negros de Manuel Torre se transformaron en llanto por José Monje Cruz, Camarón de La Isla. 30 años se cumplen este 2 de julio de la fatídica hora. Pasaban las 7 y 10 minutos de la mañana de aquel jueves 2 de julio de 1992 en el Hospital Universitario Germans Trias i Pujol de Badalona. Allí fallecía el cantaor a los 41 años, aquejado de un cáncer de pulmón.
Rehabilitado tras una tortuosa relación con las drogas, fue víctima de los excesos en una vida en la que, según dijo, quería pasar desapercibido, pero en la que acabó convirtiéndose en una especie de megaestrella del rock. Con su muerte, José dejó un cráter en la música española y dejó huérfanos a una legión de fieles por todo el mundo que se adentraron en las procelosas aguas de lo flamenco o se atrevieron a cruzar el charco entre la ortodoxia y aquel antes y después que él y Paco de Lucía significaron para la música y lo jondo. "Pienso que al que no le guste el disco (por La leyenda del tiempo) lo que tiene que hacer es escucharlo más", manifestaba Camarón tras haber roto todos los moldes.
En la noche del día siguiente a su fallecimiento, el 3 de julio de hace tres décadas, el féretro con los restos morales de Camarón cruzó el puente Zuazo, a la entrada de su ciudad natal. Definitivamente, aquel coche fúnebre ya traía el alma de una leyenda a la que recibían legión de multitudes. Sus familiares, sus paisanos, los aficionados, sus devotos..., tan solo encontraron consuelo proclamando: “¡Camarón vive!”.
Muere el hombre, nace el símbolo
Con la muerte del hombre nacía el símbolo. Y eso que Camarón ya había estampado su foto en banderolas que cubrían toda la carrera de los Campos Elíseos de París. Y eso que Camarón ya había alcanzado una dimensión internacional en vida más propia de una rockstar que del hijo de un fragüero que cantiñeaba desde niño por martinetes y alegrías. Ese gitanito blanquito que cantaba por las tabernas tras morir su padre.
En San Fernando el icono está por todas partes. En el mercado, en tatuajes, en pines, en postales, en póster... En conmemoración por el trigésimo aniversario de su muerte, el Ayuntamiento isleño ha encargado al fotoperiodista Juan Carlos Toro un enorme mural de 100 metros cuadrados que decora una medianera próxima al Centro de Interpretación de Camarón de la Isla, inaugurado el pasado año tras una inversión de unos 5 millones de euros, y por el que a pesar de la pandemia y sus restricciones ya han desfilado más de 50.000 visitantes venidos de todas partes.
A metros del monumento dedicado a José a la entrada de su localidad natal y cercano a la mítica Venta de Vargas, propiedad de la familia Picardo y donde el cantaor echó los dientes en los escenarios, la efigie inconfundible de Camarón se alza imponente, con esa mirada de rabia y miel. Como toda la obra callejera de Toro, a partir de su proyecto Presencias, este mural también será efímero, aunque quede la huella del enorme retrato con el rostro gitano de Camarón, inmortalizado con sus ojos brillantes y su pelazo negro por el objetivo de Joaquín Hernández Kiki.
“¿Que cuánto va a durar el mural...? Pues supongo que lo que la leyenda y el tiempo quieran”, sostiene el artista, jugueteando con el título de ese disco, La leyenda del tiempo (1979), que definitivamente catapultó a Camarón (y a Paco) al Olimpo. “Fue como si se encontraran Lennon y McCartney”, cuenta a lavozdelsur.es el escritor, biógrafo del genial guitarrista algecireño Paco de Lucía, Juan José Téllez, feliz por el hecho de que San Fernando se haya convertido por fin en la Memphis de Elvis.
Téllez conoció a Camarón en 1981 y se despidió de él en persona un año antes de su muerte, antes de su último concierto en Madrid. “Chamizo —José, ex defensor del Pueblo Andaluz y gran activista contra la lacra de la droga— me pidió que a ver si Camarón me podía firmar un póster para un gitano que estaba tratando de rehabilitarse y para el que Camarón era Dios. El final feliz es que, sin querer santificar a Camarón, lo cierto es que aquel gitano se acabó quitando a tiempo de la droga”.
Podría decirse que la apertura del museo camaronero a la entrada de la población, financiado por la Junta de Andalucía con fondos europeos de la ITI y gestionado por el Consistorio de La Isla, ha disparado la fiebre por peregrinar hasta los orígenes que forjaron la Leyenda. Aun siendo un espacio expositivo de primerísimo nivel, con última tecnología audiovisual y unas vitrinas que atesoran y exhiben representativas muestras de la memoria sentimental y objetual del artista, no sería justo afirmar que esa fiebre es nueva, ni exclusivamente motivada por el nuevo museo.
Como ejemplo de lo anterior, el Ayuntamiento ha vuelto a colocar un cartel ante el mausoleo de Camarón, en el camposanto de la localidad, en el que prohíbe taxativamente arrojar cenizas de restos incinerados sobre la tumba del idolatrado artista. Como si de la tumba de Jim Morrison en Père Lachaise se tratase, puede que haya quien deposite su ofrenda final ante el mausoleo de tamaña estrella inmortal, pero tratan de evitar que, incluso, algunos padres froten a sus hijos contra la tumba. Como si fuese una especie de promesa o superstición para que les alcance el genio que tuvo aquel gitano.
Todo es exagerado entre los devotos camaroneros. Dentro del museo que le ha dedicado San Fernando —cuya entrada es gratuita, pues su explotación comercial aún está en negociaciones con la familia de este artista eterno—, andan de visita este primer viernes de julio una pareja con niño que proviene de Galicia y una familia, también con hijos, que ha llegado desde Pamplona. Son gitanos y vienen a la Meca donde honrar a Camarón. “Como si vinieran a ver su profeta”, explica Pepa Pacheco, periodista, jefa de prensa del Ayuntamiento de San Fernando y cicerone de la visita al centro que interpreta a alguien tan difícilmente interpretable como Camarón.
“¿Que si nos gusta el museo...? Es el rey”, dice un joven gallego ultrafan de José. Otro camarónlover no duda en mostrar en su móvil una foto en la que, más joven, lucía el mismo corte de pelo y la misma melena azabache de José Monje Cruz. "Es lo más grande", proclama. Hay quien hasta se casó con el mismo look que lució en su enlace con Dolores Montoya La Chispa, la mujer que gestiona el legado y la guapa gitana que preside la vitrina más personal del espacio museístico de Camarón.
Esa vitrina donde están sus bastones de patriarca y donde se conectan sus orígenes cantaores en Venta de Vargas y, ya en Madrid, en el tablao de Torres Bermejas. Ese origen donde se arma la fulgurante carrera de 17 discos y dos antologías; recuerdos y contratos de recitales por todo el mundo; un Grammy Latino por su álbum grabado con Tomatito en París, en 1987; infinidad de discos y, ojo, cassettes de oro; y reconocimientos de todas partes, fundamentalmente póstumos. Una carrera en la que llegó a (r)evolucionar el flamenco y en la que convirtió su rostro en un símbolo.
"No me gusta hablar de economía y Camarón, pero quizás no supimos medir lo que Camarón hizo para que todo el mundo se interesase por esta Isla que él llevaba en el apellido; eso no se ha valorado", decía hace cinco años en una entrevista, antes de inaugurarse el museo, Enrique Montiel, escritor y biógrafo de Camarón de la Isla. Hoy el museo ya es feliz realidad. "San Fernando —explica la alcaldesa isleña, la socialista Patricia Cavada— ha cumplido la deuda con su hijo más reconocido, abriendo las puertas de un espacio que, además, ya se ha confirmado este primer año como uno de los principales reclamos turísticos de la ciudad".
Una ruta sobre la vida del artista en su cuna
En La Isla, abunda Cavada, "la figura y el legado de Camarón son ya uno de los principales atractivos, como lo demuestra el respaldo de miles de aficionados a la ruta que aglutina los lugares emblemáticos de la vida del artista, como La Fragua, la Casa Natal, la Venta Vargas, la Peña Camarón y el mausoleo en el cementerio donde descansan sus restos".
El museo es una instalación "innovadora, revolucionaria y transgresora como merece una leyenda del flamenco como la de José Monje Cruz. Es un espacio expositivo moderno, rompedor, muy interactivo, con un nuevo concepto visual y gráfico acorde con nuevos públicos que demandan estos contenidos, y que ofrece un recorrido emocional y en primera persona por la vida y la trayectoria del cantaor".
El espacio museístico está dividido en tres plantas. Cuenta con un piso bajo que tiene la posibilidad de abrirse a la calle y, aparte del Mercedes donde el artista recorría España de bolo en bolo y de una zona donde se narra el Origen, dispone de una ludoteca para escolares y pequeños camaroneros. Antes de subir a una enorme terraza con vistas a La Isla de León, donde se ofrecen recitales y está previsto un bar, en la segunda planta está todo el universo Camarón ya convertido en Leyenda y Revolución.
Desde parte de su colección de instrumentos de cuerda —a falta de completarla con algunas de sus guitarras— hasta notas manuscritas con curiosidades sobre cómo aprendió qué podía desgravarse en la declaración de Hacienda; una agenda telefónica con dos números clave: Ricardo Pachón o Pulpón —sus mánagers en diferentes momentos—; felicitaciones de la Casa Real; muchas de las camisas que ya lucía hace más de 60 años y que hoy son rabiosamente modernas; y hasta sus últimos libros, entre ellos, una Biblia del Culto, Leyendas de Bécquer, y Cartas en la prisión, de Marcelino Camacho.
Van resonando por los recovecos del museo 5 horas de grabaciones en las que él mismo narra en primera persona su vida y obra, y donde investigadores y musicólogos calibran a viva voz la dimensión de su legado, su personalidad, su estética, su forma de entender el género, su rupturismo instintivo, su afición por acercarse a los instrumentos, a la autoedición…
“Cuando estuve en su casa en La Línea tenía un pequeño estudio de grabación. Era muy inquieto en ese sentido, le gustaban las nuevas tecnologías, creo que si hubiera conocido el Pro Tools —un software para crear música— habría hecho virguerías”, asegura Téllez, quien recuerda que "30 años después de su muerte, creo que su figura ha trascendido al ámbito del flamenco". "Camarón ha llegado a gente que, sin conocer el género, ni interesarle, lo han oído. Forma parte del mainstream de la cultura, de la estética de una época que ha ido más allá de la propia época". Rumbo a la eternidad desde aquella Isla que le vio nacer y que hoy es tierra de veneración desde lo más profundo de sus aullidos negros.