Los guías no pasan de los 16 a 18 años. Mientras miles y miles de chavales de su generación suman a esa misma hora visualizaciones al millonario beef de Bizarrap y Shakira, ellos se dedican a contar la historia más negra de su pueblo. Esa que todos en un momento dado quisieron enterrar y luego tirar la llave. Van totalmente de negro y a sus explicaciones a viva voz suman una colección de fotografías en blanco y negro que, en algunos casos, sobrecogen.
Allí está el horror, pero también la memoria de su pueblo, de sus progenitores, de abuelos y bisabuelas. Ese pueblo que en muchos momentos repudió su nombre por vergüenza o desmemoria y que en esta última semana se ha esforzado con multitud de actos y eventos a conmemorar una efemérides decisiva en su historia reciente: las nueve décadas que han transcurrido desde los tres días de masacre en Casas Viejas. Unos hechos ocurridos en una pequeña aldea de Cádiz y que fueron decisivos para el devenir de la II República y para la historia de España.
72 horas de disparos cruzados. La choza del anciano Curro Cruz, el carbonero de 72 años más conocido como Seisdedos, envuelta en llamas por orden del capitán Manuel Rojas, llegado desde Madrid hasta Jerez para frenar la insurrección campesina. María Silva, la Libertaria, huyendo entre las llamas con Manolo, el pequeño nieto de Seisdedos.
Una comisión parlamentaria que quiso investigar lo ocurrido pero que lo único que logró fue desgastar aún más al Gobierno de Azaña, envuelto en feroces críticas por la crueldad a la hora de reprimir el levantamiento. Una matanza que bien pudo ser el principio del fin del gobierno republicano-socialista en España.
Unas autoridades que depuraron exclusivamente responsabilidades penales en el capitán Rojas, que a su vez quiso derivar la sangrienta factura de su paso por Cádiz al Gobierno de la Nación. Finalmente, fue condenado a 98 años de prisión —de los que debía cumplir 21 por límite legal— por el asesinato de 14 personas, “diez de ellas esposadas, cuatro inermes y todas ellas impotentes ante un pelotón de hombres armados”. Apenas dos años después ya estaba libre.
"En Andalucía, las autoridades republicanas burguesas están al servicio de los viejos señores y son sus fieles esclavos. Antes de venir a Casas Viejas me parecía absurda esa leyenda de los salteadores humanitarios. Hoy lo considero un fenómeno obligado. El levantamiento anarquista es una necesidad. La República lo ha hecho inevitable con su inacción”, escribe Ramón J. Sender.
Han pasado 90 años y aquella aldea del crimen que describiera el periodista en su archiconocida crónica urgente (publicada por primera vez en 1934 y reeditada hace unos años por Libros del Asteroide) es ahora uno de los 45 municipios de Cádiz, cuenta con más de 7.000 habitantes, y ha desterrado poco a poco miedos y tabúes sobre sus históricos sucesos. El pueblo ha ido superando el trauma colectivo de aquellos tres días de enero de 1933. Años en los que ha ido reconstruyendo su propia historia, incluyendo su propia identidad, y cambiando silencio por conocimiento y reconocimiento.
“Unos asesinatos, porque eso es lo que fueron, que cambiaron la historia de España”
Casas Viejas, en la comarca de La Janda gaditana, antiguos dominios del Duque de Medinaceli, escenario de unos asesinatos que “cambiaron la historia de España”, fue el caldo de cultivo ideal para aquel estallido de violencia que demostró que la administración de la II República no manejaba la intensidad de las fuerzas represivas del Estado —que actuaban igual que con la monarquía: con toda violencia—, que aprovecharon los antirrepublicanos y que encendió la mecha del posterior relato golpista del 36.
Apenas 2.500 habitantes viven allí en aquel enero del 33. La mayoría de sus jornaleros están parados y militan en la CNT, el movimiento obrero mayoritario en la España de entonces —un millón de militantes en un país de 24 millones de habitantes—. Un movimiento anarquista que convoca una insurrección a nivel nacional el 8 de enero, pero esta ya había fracasado cuando un par de días después toca tierra en la pequeña población subdesarrollada y dominada por el latifundismo. Nada extraño en el contexto socioeconómico andaluz.
Con los cables telefónicos cortados por los campesinos sublevados, y las entradas al pueblo con fosas para impedir el tránsito de vehículos —sin mail, sin TikTok… parecen justificar los chavales de hoy—, todos los campesinos de la aldea se sublevan. Una de las paradas, la casa-cuartel de la Guardia Civil. Comienza la masacre.
Dependiente políticamente de Medina Sidonia, pero marginada y aislada de esa población, el Duque de Medinaceli mantiene 33.000 hectáreas ociosas mientras los campesinos apenas tienen sustento que llevar a sus casas. En ese caldo de cultivo estallan unos sucesos que se saldan con 28 muertes, muchas de ellas de vecinos y vecinas que ni siquiera tuvieron que ver con el levantamiento. Una derrota colectiva cuyo trágico balance fluctúa en función de cómo se ha ido reconstruyendo la matanza. En total, 26 muertos —de ellos, tres guardias— y otras dos víctimas mortales por infarto a raíz de la tragedia a la que asistieron.
25 años de una restauración
Si de los sucesos han pasado nueve décadas, solo ha transcurrido un cuarto de siglo desde que el ex alcalde de la localidad Francisco González Cabaña fuera el artífice de la recuperación de su histórico topónimo, del que hay noticias desde 1555. “Casas Viejas no sólo fue un paso atrás en el Gobierno de Azaña, fue el preludio de la guerra civil, durante la que se produjo un segundo ajuste de cuentas con la gente que se levantó por una causa justa", declaró al diario El País en marzo de 1998 el entonces alcalde de Benalup, cuando los vecinos recuperaban la denominación oficial de su pueblo.
Ya retirado de la política, González Cabaña celebra ahora que su pueblo natal se haya ganado un futuro de dignidad sin olvidar su cruento pasado reciente. “Es momento de recordar, 90 años después, esas muertes trágicas, pero también de rememorar la repercusión en la historia de España que tuvieron los acontecimientos que aquí se sucedieron en esos tres días de enero del 33, y que fueron decisivos en el desgaste del Gobierno republicano-socialista por la derecha”, asegura el veterano político socialista, en conversación con lavozdelsur.es.
Ese recuerdo, y esa conmemoración, comienza una fría mañana de enero a las puertas del IES Casas Viejas. Juan Luis es el profesor y jefe del departamento que coordina que los chavales de Bachillerato dirijan las explicaciones de la Ruta por los Lugares de los Sucesos de Casas Viejas 1933. Desde la entrada del pueblo y la plaza de abastos hasta el caserón de Seisdedos y el antiguo cementerio, pasando por la casa-cuartel de la Guardia Civil y el sindicato de los invencibles. La historia ahora la narran y explican ellas y ellos. Adolescentes con sus propios sueños, con sus anhelos y aspiraciones, con los peinados de moda, con sus Vans, con su futuro incierto, pero preocupados y ocupados por saber de dónde vienen.
Un americano y un granadino empezaron la reconstrucción de un relato que hoy narran los adolescentes de Benalup-Casas Viejas
Lugares de memoria, territorios grabados en la retina de un pueblo que ha pasado de enterrar su pasado, de mirar a otro lado, a que sean sus nuevas generaciones las que lo expliquen sin tapujos. Al otro lado de los guías de esta ruta, compañeros, chicos y chicas de otros cursos de la ESO. “La idea es que puedan venir alumnos y alumnas de otros centros de la provincia”, defienden, mientras explican los puntos clave de un relato que curiosamente empezaron a reconstruir dos vecinos casaviejeños que llegaron de fuera: un historiador norteamericano, Jerome R. Mintz, El Americano, y un profesor de Historia granadino al que un concurso de traslados le llevó hace 25 años al instituto del pueblo, Salustiano Gutiérrez Baena.
Salus, como le conocían todos, falleció en octubre de 2020 pero ya entonces se había convertido con todo derecho en la memoria de Casas Viejas. Catedrático Emérito de Antropología Social, dejó publicado la imponente obra Los Sucesos de Casas Viejas - Crónica de una derrota (Editorial Beceuve), 872 páginas, un cuadernillo fotográfico con 104 imágenes, una cronología local-nacional, y sobre todo, 110 semblanzas de los protagonistas directos o indirectos que tuvieron algo que ver con los sucesos. Todos los nombres, todos los rostros. ”Aún hay miedo y tabú, pero poquito a poco, y gracias a la cultura, a la educación en el instituto, se han conseguido muchas cosas”, aseguraba Gutiérrez Baena en una entrevista con lavozdelsur.es hace cinco años, cuando se cumplieron 85 años de los sucesos.
“Siempre me gusta hacer presente la tarea de Salustiano Gutiérrez, que ha sido fundamental con sus libros, con su blog y con su labor para que esté más viva que nunca la memoria de Casas Viejas, y ese es el camino que nos debe importar: generar y vertebrar tejido social crítico y ofrecer instrumentos y herramientas para que, a través del conocimiento, el ciudadano formado pueda sacar conclusiones”, explica al otro lado del teléfono el historiador José Luis Gutiérrez Molina, uno de los más destacados investigadores del anarquismo y de la historia social contemporánea de Andalucía.
Al hilo de lo anterior, añade, los sucesos de Casas Viejas “han dejado de ser tema tabú como antes, junto a la propia ignorancia que se tenía sobre ellos, para convertirse en un tema sobre el cual se puede hablar, comentar e incluso poner en situación en justo lugar: quiénes fueron los protagonistas y sacarlos de esa imagen poco más o menos de bárbaros analfabetos con la que se les caracterizó en el pasado”.
Esas iniciativas sociales han cuajado y el mejor ejemplo son estas rutas de jóvenes para otros jóvenes, o la creación de ese espacio, Casas Viejas 1933, “que es todo un modelo de centro interpretativo sobre una cuestión social que tampoco es habitual que se recuerde con un espacio propio en ningún territorio español”, remarca el historiador.
Aparte de un gran eco en la prensa nacional, incluyendo documentales radiofónicos en RNE y Onda Cero, el 90 aniversario de los sucesos de Casas Viejas también deja la puesta de largo de una novela monumental, Tres días del 33 (Libros de la Herida, 2023), empeño del escritor Ramón Pérez Montero, que en próximas semanas la presentará en su pueblo, Medina Sidonia, acompañado de Antonio Muñoz Molina.
Publicada en la colección Narrar Contracorriente de la editorial sevillana, con 672 páginas e ilustraciones de Rebombo Estudio, Pérez Montero muestra los fundamentos y engranajes de estos acontecimientos revolucionarios y su represión, sus circunstancias y contexto, sus precedentes y consecuencias, a través de las voces y hechos de una amplia y heterogénea galería de personajes históricos. Sin visiones maniqueas, dejando que el lector saque sus propias conclusiones, acerca unos hechos donde todos sus personajes “tienen su verdad, pero una verdad absoluta para ellos”, sostiene el autor en declaraciones a este periódico.
“La experiencia de escribir esta novela ha sido gratificante en el sentido de enfrentarme a un reto importante, por lo que conlleva la escritura de la historia y por el añadido de que Ramón J. Sender hubiera escrito otra novela sobre el mismo tema, pero también muy angustiante, al meterme en la piel de los sacrificados por la barbarie y la injusticia. Ponerte en la piel de esa gente que sufrió una represión tan terrible, de sus familiares que aún llevan la herida abierta, ha sido angustioso”. Sin embargo, la monumental narración es ágil, fluida y Pérez Montero ha sido capaz hasta de arriesgar en sus páginas con el andaluz de la época, "un dialecto que no puede escribirse, pero que era necesario para que el relato ganase en credibilidad".
El acento de la chavalería benalupense (o casaviejeña) está intacto en todo el recorrido. El itinerario por los lugares exactos protagonistas de los hechos estremece por momentos al oír los nombres de las víctimas, al escuchar crujir los cuerpos en las zanjas, al imaginar la choza carbonizada con las familias dentro, al escuchar los gritos en mitad de la noche de aquellos tres días de enero del 33…
“Nuestro pueblo —resume González Cabaña— tiene desde hace años ese centro de la Memoria, Casas Viejas 1933, para que se conozca realmente qué ocurrió aquí —el relato estuvo durante décadas silenciado, cuando no plagado de versiones alucinadas o interpretaciones sesgadas— para no olvidarlo nunca, ni para olvidar a las víctimas esa matanza”. Educación y juicio crítico contra la amnesia colectiva. Luz donde antes había oscuridad. La ruta bien puede acabar en la Calera, donde hubo zanjas por la insurrección campesina. Los coches cruzan la rotonda junto a Las Grullas, algunos vecinos ríen en las terrazas. Una joven divisa el municipio. Aire frío y sol de invierno. Benalup-Casas Viejas, 90 años después.
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