P.— No, nadie.
C.— Lo raro sería si alguien no tuviera móvil…
P.— Aro, aro…
P.— Para los demás, sería el típico friki que dices: uf, este niño, qué rarito…
C.— En mi clase se lo llevan todos, aunque no todos lo usan. Pero si no es en la clase lo usan en el baño.
C. tiene 16 años, P. tiene 13 años. Ambas han nacido en la provincia de Cádiz. Ninguna quiere que se les reconozca en las fotos y, ni mucho menos, que aparezcan sus nombres en este reportaje. Las dos comparten pasados similares, las dos son un espejo en el que se miran sus padres y en el que también nos reflejamos cuando hablamos con ellas. Qué son ellas si no otra cosa que un reflejo.
El 70% de niños y adolescentes de entre 10 y 15 años tienen teléfono móvil en España, según los últimos datos del Instituto de Estadística español (INE). 6 de cada 10 de estos chicos y chicas no tienen normas en casa que impidan un abuso de las pantallas. Y el caso es que estos adolescentes son minoría entre millones de españoles adultos que sufren nomofobia, el miedo irracional a estar sin el smartphone o un trastorno asociado al uso excesivo del teléfono móvil.
C. y P., junto a sus familias, tocaron fondo y ahora han logrado escapar —o están en ello— de la wifi dependencia o de la espiral tóxica a la que les llevaba refugiarse de todo dentro de una pantalla y sus redes. Esta es su historia paralela de superación, de cómo no ser esclavas de la era digital, de cómo volver a ser lo que fuimos.
"El problema era el móvil, influía en la relación familiar, acabé sin amigos, un descontrol de vida…"
P. quiere ser criminóloga y C. no lo tiene claro todavía. La primera juega al fútbol y la segunda ha retomado el deporte después de abandonarlo todo, incluida familia y amistades, por culpa de su dependencia al móvil. La primera está en proceso avanzado de desenganche —lleva nueve meses de terapia— y la segunda tiene el alta terapéutica desde diciembre pasado tras un intenso año de montaña rusa de emociones. Una cosa parece ya evidente: ya no son adictas a lo digital desde que amanece hasta entrada la madrugada; y han aprendido, junto a sus padres —hay que insistir en esto—, en que lo mejor de la vida está en vivo y en directo.
La primera llegó al programa tras echarse un novio virtual de 17 años cuando ella tenía solo 11, e incluso llegó a mangar dinero para largarse a una tienda a comprarse un móvil —"fuimos a devolverlo y me pedían el ticket; quién vende un móvil a una niña...", recuerda indignada T., su madre, de 35 años—.
La segunda de nuestras adolescentes, que igualmente podría ser cualquier otra adolescente o incluso cualquiera de nosotros, se fue un trimestre a estudiar a Inglaterra, "para desconectar", y acabó sin salir, ahorrando todo lo que le daban, solo para comprarse un smartphone a escondidas de sus padres. Me llevaron a una psicóloga, "y a ella le decía una cosa y a mis padres otra". El caos. El descontrol. El punto de inflexión.
En su mundo burbuja, las noches eran cada vez más largas para C. y P. Bajo el edredón, chateos interminables, dependencia emocional enfermiza de relaciones al otro lado del cristal de vidrio templado y un atiborramiento por encima de sus posibilidades de un bombardeo de publicidad encubierta, vídeos absurdos en TikTok y falsa felicidad en el scroll infinito de fotos en Instagram. ¿Que había una discusión familiar? A la habitación a refugiarse en el móvil. ¿Que se sentía baja de autoestima? Directa al móvil a por la dopamina de los likes. ¿Estudiar? "El rendimiento bajó, ¿quién puede estar haciendo tarea o estudiando con las notificaciones todo el tiempo entrando en el teléfono?", admite ahora C.
"El problema era el móvil, influía en la relación familiar, acabé sin amigos, un descontrol de vida… yo estaba todo el día con el móvil, en el colegio, por la noche, dejé de hacer deporte, estaba todo el rato… con unos 11 o 12 años tuve mi primer móvil. Y si había algún problema con mis padres pues me ponía a ver el móvil, Instagram, TikTok, para evadirme, no afrontaba nada y con el móvil me olvidaba de mis problemas. Como una burbuja", relata sin mucho filtro C.
Señales: "Poca comunicación con la familia, cada vez mayor aislamiento, mucho tiempo de encierro o intento no hacer actividades con la familia..."
P. la escucha atenta, como siguiendo ese destello que desprende la narración de sus últimos años de vida y que le resulta tan familiar: "Yo estaba igual. Tuve mi primer iPad con 8 años. Y cuando me quitaron mi móvil por primera vez, yo buscaba soluciones por todos lados, si no era un portátil pedía el móvil a otra amiga. Cuando ya vine aquí me empecé a dar cuenta de que por culpa de eso me estaba aislando de todo. La situación familiar cada vez era peor, los estudios iban a peor, no estudiaba, en el fútbol, igual… hubo un momento en que terminé por odiar el móvil, pero no lo podía soltar".
El objetivo no es prohibir es usar las tecnologías con cabeza
Tras el descenso a los infiernos, la luz al final del túnel. Eloísa Rosales, educadora social, dirige el programa Proyecto Joven, la iniciativa de la ONG Proyecto Hombre Jerez para la prevención y tratamiento para jóvenes de 12 a 21 años con conductas disruptivas y patrones de uso, abuso y/o dependencia de sustancias psicoactivas y adiciones sin sustancia, como son las herramientas tecnológicas. "Se prohíbe el móvil, o los dispositivos, cuando la situación está muy descontrolada, cuando nos llegan las familias rotas, desestructuradas, bloqueadas cuando la cosa se ha ido de las manos. Empezamos prohibiendo, pero el objetivo es ir retomando el uso de las tecnologías porque no es algo que podamos decir que nunca más lo van a volver a usar. Al contrario, hay que enseñarles a hacer un uso responsable de ellas", cuenta.
Con un grupo de 35 chavales y chavalas de toda la provincia de Cádiz, y una intensa labor de prevención con actividades en institutos —los programas de prevención que más demandan son las Tric (tecnologías de la relación, la información y la comunicación); sexting, envío de mensajes y contenido de índole sexual por dispositivos electrónicos; y pornografía— el equipo técnico de Proyecto Joven se mueve con sus usuarios por fases y en todo momento involucra al máxima a las familias.
"Somos nosotros también los que tenemos que cambiar, y de eso te das cuenta poco a poco, involucrándote en el programa; no es simplemente decir: dejo aquí a mi hijo adolescente y que me lo cambien", reconoce A., de 49 años, padre de C. A su lado, G., de 53 años, su mujer: "Aquí no se viene solo por el móvil. Porque le estás diciendo que no lo coja y la primera en hacerlo eres tú. Y el móvil desemboca en otros problemas en la familia: comportamiento, relaciones, dependencia emocional, arrastran muchas cosas… y nosotros es verdad que también. Ves que igual como nos portamos con ellos tampoco está bien… El éxito de este programa creo que es que trabaja para que cambie la familia al completo".
Y la familia cambia cuando coge un camino distinto al que siempre tomaba. "Tengo un hijo más mayor que ella y ella (por P.) le dice que es carne de Proyecto Joven. Al principio, era guay tener una madre joven —"y sigue siendo guay", apostilla su hija— y aquí te enseñan a que seas la voz cantante de manera respetuosa. Llegué aquí y venía de tratar de implantar la autoridad en mi casa a voces o de mala manera, y al final te das cuenta de que eso es lo último que funciona. Ahora estoy más en paz".
Cuándo saltan las alarmas
La educadora social que dirige Proyecto Joven da unas pautas claras para saber cuándo actuar en serio: "Poca comunicación con la familia, cada vez mayor aislamiento, mucho tiempo de encierro o intento no hacer actividades con la familia... hay casos de dejadez de higiene, de incumplir los hábitos diarios… Es lo primero en lo que trabajamos, recuperar los buenos hábitos. Y luego hay señales también en una mayor irritabilidad, el descontrol de la impulsividad, pasan de 0 a 100, las notas que antes eran buenas ahora son malas… y las noches, que se cambian por el día. Se mantienen mucho tiempo despiertos por la noche y al día siguiente no dan pie con bola".
Con menos chicas que chicos entre los usuarios, el programa pasa por diferentes fases hasta la última, "cuando les soltamos la mano, que hay siempre suele haber cierto miedo", asegura Eloísa. "Cuando acaba el programa hay que darle continuidad. La última fase tienes que valerte de las herramientas y es fácil recaer", apostilla A., cuya hija recibió hace menos de dos meses el alta terapéutica. Y abunda: "También tenemos nuestro carácter y usábamos formas de hablarles a nuestros hijos que no han funcionado; ahora ves que sí era posible hacer las cosas de otra manera. Pusimos una franja horaria para utilizar el móvil y luego aquí también nos enseñaron en talleres los riesgos del móvil, lo que hay fuera en las redes sociales… Te dan muchas herramientas". A su lado, asiente la madre de C.: "Aquí te enseñan, por ejemplo, a que pase lo que pase, en el coche no se debe discutir nunca. Te dan muchas pautas. No es controlar solo el uso del móvil, es controlar las emociones, eso se trabaja cuando se ha consolidado la responsabilidad de los actos".
Con una asombrosa madurez, C. resume su experiencia en el programa: "Hay mucho prejuicio con venir aquí. La gente habla de Proyecto Hombre como si aquí estuviéramos lo peor de la sociedad, la gente marginal. Yo les decía a mis padres que no podía estar aquí con gente drogadicta, pero luego te das cuenta de que todo el mundo es igual, lo que pasa que unas personas se tiran al alcohol, a las drogas o a un teléfono para refugiarse de sus problemas, que suelen ser los mismos. No es nada negativo estar aquí, ni hay que tenerle miedo o prejuicios porque sales mejor de lo que entras. He aprendido cosas de mí y también de mi entorno".
Un 'reseteo' común y un nuevo camino
Tras la entrevista inicial, con la familia sumida en el naufragio, empieza el trabajo individual y en familiar. Comienzan las terapias grupales, los talleres, el reseteo. El teléfono móvil es útil si sabes controlar su uso, al igual que internet o las redes sociales. Lo que estaba perdido, de repente empieza a reencontrarse. "Se trata el origen: qué hace que yo me refugie en un teléfono móvil y me comporte de otra forma, cuando yo antes no me comportaba así. Y eso es lo que hacemos durante todo el proceso, en distintos niveles, y de la misma forma con la familia", desgrana la educadora social, que insiste en que el fin último no es prohibir.
Aun cuando educar parece más razonable que incrementar el atractivo que rodea siempre a lo prohibido, hay en España iniciativas como Adolescencia sin móviles, que trabaja para reunir a miles de padres y madres en torno a una idea y un objetivo: un "pacto social entre familias" para retrasar la entrega de un móvil a sus hijos.
Sin embargo, se tenga acceso antes o después, el problema de la adicción a las pantallas no desaparece. Maria de las Mercedes Martín Perpiñá, especialista del Ámbito de la Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico en la Universitat Oberta de Catalunya, expone en un artículo muy esclarecedor en The Conversation que "en internet también somos padres y madres, y por ello es importante acordar con nuestros hijos un acompañamiento en el que decidamos qué tipo de supervisión haremos. Es importante evitar el acceso ilimitado sin olvidar que es necesario también respetar su intimidad".
C. y P., a sus 16 y 13 años, tratando de dejar atrás la espiral nociva del uso y abuso de lo tecnológico, son un espejo, junto a sus familias —y aquí hay que volver a subrayarlo— de que la mejor vía para escapar del laberinto tóxico de la wifi dependencia es asumir responsabilidades, el acompañamiento y la supervisión con pautas y controles.
C.— No lo he mirado (ríe). Pero antes de entrar en el programa recuerdo que lo primero que hacía nada más levantarme era mirar el móvil. Me acostaba con el móvil, hacía las tareas y ni estudiaba ni nada porque me saltaban todo el tiempo las notificaciones… Ahora me levanto y solo levantarme y que no sea el móvil lo primero que ves es que te cambia un montón el día. No estás ya dependiente de eso y solo contestas cuando tienes un rato de tiempo libre.
C.— Sí, sí…
P.— Estoy perfecta (ríen a carcajadas). Antes, si me daban tres horas para coger el móvil, las gastaba del tirón. Ahora mi tiempo lo uso más en otras cosas, aunque tengo el móvil encima por si me llaman o algo. Cuando estoy con mi familia o con mis amigas noto que ahora no lo cojo. Aprovechas más el tiempo y estás mejor con la familia.
P.— Cada vez que estoy con mis amigos ahora noto que me molesta que ellos estén todo el tiempo pendientes del móvil... Cuando ya estás aquí dentro ves a las compañeras todo el día con el móvil y eres muchísimo más consciente de la situación. Te das cuenta que a tu alrededor hay muchísima gente que no lo sabe pero tiene muchísima dependencia al móvil.
C.— Yo ahora no es que esté encima de la gente, pero si estoy hablando con una amiga y no suelta el móvil le digo que deje el móvil y atienda a la conversación.
Comentarios