Suave, natural, exótico. Hace nueve siglos una planta procedente de la India se asentó en Europa. Es la misma que se observa desde las ventanas de los coches que van en dirección a El Torno, en Jerez. De las más de 40 especies que existen, solo cuatro se comercializan G. hirsutum, G. barbadense, G. arboreum y G. herbaceum. “Me he criado debajo de una mata de algodón”, comenta José Luis Ibáñez, de 47 años, natural de La Barca. Sus ojos han visto muchas recogidas de cosechas desde pequeño.
Por la carretera, señala desde su vehículo las parcelas en las que este año ha sembrado algodón. Acaba de empezar la campaña de recogida y ya se empiezan a ver las primeras cosechadoras en los terrenos, sobre todo en los pueblos de colonización jerezanos, donde se formaron cooperativas desde su creación hace unos 50 años. “Los agricultores lo hicieron para minimizar los costes y tienen la historia que tenga el pueblo”, dice el también responsable del cultivo de algodón de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) en Andalucía.
Asentados en torno a sus parcelas, comenzaron a producir este fruto que contiene en su interior la fibra natural más usada en el mundo hasta que llegó “el boom”. Según cuenta José Luis, su época de esplendor fue entre los años ochenta y noventa cuando este cultivo daba de comer en torno a 10.000 familias en toda la región. “En aquel momento se pagaba a un precio de euro y de euro y pico y se llamaba oro blanco porque daba mucha mano de obra. El algodón ha dado riqueza ha estos pueblos”, explica.
Ahora el número de familias productoras en la comunidad autónoma se reduce a 6.000 y de 120.000 hectáreas de cultivo registradas en épocas anteriores, solo quedan unas 51.000, la mayoría localizadas en la provincia de Sevilla.
Según datos de la consejería de Agricultura, Pesca, Agua y Desarrollo Rural de la Junta de Andalucía, en la campaña de 2022/2023 la producción de algodón rondará las 127.000 toneladas, un 27,5 por ciento menos que el año pasado y un 31,3 por ciento inferior que la media de las últimas tres campañas. Una disminución que se debe principalmente a la sequía que amenaza a la principal zona productora.
“Aquí en Cádiz no ha afectado, no ha habido cortes de agua ni nada”, comenta Esteban Galardón, de 66 años, propietario de una finca de 2,5 hectáreas en El Torno, su pedanía natal cuya cooperativa se llama La sembradora. Él es una de las no más de 1.000 familias que se dedican a este sector en la provincia gaditana. En su mayoría, asentadas en la vega del Guadalete, en Rota —”donde se divisa el único cultivo de secano”— en Sanlúcar, Chipiona, El Puerto, San José del Valle, Arcos, Bornos y hasta Villamartín.
"Es el único cultivo que no quiere que llueva"
Su cultivo forma parte de las 10.000 hectáreas aproximadamente que se han sembrado en Cádiz según el responsable de COAG. “Tenemos prevista una producción de 4.000 kilos por hectárea, pero en otra época hemos llegado a recoger 13.000 por hectárea”, señala Esteban que comenzó en este mundo cuando era un niño, con 12 años. En su cabeza lleva un sombrero para resguardarse del sol que acumula unas cuantas campañas.
La vena del campo le viene de familia. Su padre tenía una parcela y él continuó allí hasta que en 2001 adquirió el terreno que ahora pisa con sus pies. En cada fila se distingue una variedad “premium” llamada Intercoot que sembró en abril. “El algodón está buenecito, está muy acompañado, tiene muchos frutos y la mata tiene un cuerpo bastante grande”, dice con una de ellas en sus manos.
El dueño de la parcela conversa con lavozdelsur.es mientras no quita ojo a la máquina que recorre el cultivo, al mando de Julián Olid. Este agricultor de 37 años conoce al dedillo esta cosechadora de husillos que “va aspirando” el algodón. Un ruido ensordecedor irrumpe la quietud de la zona.
Desde que cumplió la mayoría de edad, Julián comenzó a trabajar en el sector, “pero con 14 y 15 me montaba con uno y con otro para aprender”, dice el jerezano, que lleva en marcha desde las 10.00 horas.
Han tenido suerte de que el cielo esté despejado. En caso contrario, no podrían haber iniciado la recogida. “El algodón es el único cultivo que ahora mismo no quiere que llueva porque cuando la tierra está mojada la máquina no puede entrar”, sostiene José Luis que prevé que en unos 15 o 20 días “estará todo ventilado”.
Hasta entonces, los agricultores seguirán mirando las nubes con la esperanza de que las gotas no caigan. “Hay veces en las que la gente no ha podido cosechar hasta enero”, comenta el barqueño. En el caso de la parcela de Esteban, en dos horas y media estará limpia gracias a las idas y venidas de Julián, que se ha detenido para descargar el algodón almacenado en la cosechadora, con una capacidad de 3.500 kilos.
Mientras tanto, una cuadrilla de pisadores ya están preparados para compactar el algodón en un camión con el fin de que se pueda rellenar el máximo posible. Los jóvenes, con agilidad, se mueven en el interior del vehículo esquivando los restos de ramas que golpean sus ojos debido al fuerte viento.
Después, la fibra vegetal recogida en El Torno viajará hasta la desmotadora Algosur, ubicada entre Trebujena y Lebrija. “En Cádiz no hay desmotadoras, están todas en Sevilla, esta variedad de Intercoot es de las más caras que pagan porque sus hilos son más largos”, dice José Luis mostrando una bola de algodón recién cogida del fruto.
De Sevilla, el algodón será transportado a su destino final que se sitúa fuera de España, ya que en este país no existe una potente industria textil, a nivel europeo supone entre un tres y un cinco por ciento. Según el responsable de COAG, “se vende para hacer tejidos a países del sudeste asiático, solo de forma puntual algún artesano español lo ha comprado”.
La diferencia de este algodón con otros países es que no hay transgénicos al estar prohibidos y cuentan con la garantía de que no ha sido cultivado con mano de obra infantil.
"Las semillas se quedan aquí"
Aunque no todo sale al exterior. En Andalucía permanecen las semillas que se han extraído en el proceso de desmotar. “Son las únicas que se quedan, y se venden como alimento para el ganado”, dice José Luis mientras Pepe, vecino de la zona, también agricultor de esta planta, ayuda a Esteban. Ambos se adentran entre las plantas, que pueden llegar hasta un metro de altura.
En el mundo del algodón todo ha cambiado. Ellos han vivido en sus carnes esa evolución experimentada con el paso del tiempo. Ya apenas hay plagas —las que hay se controlan de manera natural—, y ya no se cosecha manualmente. Los algodoneros ya no portan grandes sacas a sus espaldas desde finales de los años ochenta cuando aterrizó la mecanización.
“Hubo un choque social, antes no se quedaba nada de algodón en la tierra y ahora siempre queda algo, pero aún así, las producciones ahora son mayores que las de antes”, comenta José Luis. “Y el trabajo que nos quita”, reconoce Esteban.
En la cabeza de estos hombres brotan recuerdos de aquellos tiempos en los que se apuntaban en una libreta los kilos que había recogido cada jornalero. “Había gente fullera que le echaba agua al algodón para que pesase más”, ríen frente a la enorme máquina.
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