Las piezas para reparar el timón del Pichirichi lll acaban de llegar a Puerto Sherry. Son las 12 del mediodía de este lunes de noviembre y en el embarcadero de El Puerto de Santa María recibe a lavozdelsur.es Rafael Alonso, dueño de este velero accidentado —uno entre decenas— y testigo directo de las extrañas interacciones que se han vivido este pasado verano en la costa de Cádiz y, especialmente, en el Estrecho de Gibraltar entre grupos orcas y embarcaciones. Un fenómeno extraordinario que tiene descolocados a biólogos, marinos y navegantes.
“Mi barco se llama Pichirichi por un pequeño cabo del norte de Almería. Allí, hace más de 30 años, mientras navegaba en una barquita, conocí a mi mujer”, relata nostálgico Rafael. “Yo he tenido siempre gusto por la navegación, desde chico, y conozco bien las aguas del sur de la Península, pero lo que me pasó aquél día de abril no me había pasado nunca antes”, explica en referencia al episodio que vivió con los cetáceos.
Según el Grupo de Investigación Orca Atlántica, solo este pasado verano se han detectado 150 interacciones entre orcas y veleros en el Estrecho, cuando hace cuatro o cinco años apenas se había registrado ningún caso de este tipo. En la mayoría de ellos, los animales han acabado dañando la parte inferior del timón de las embarcaciones, con el consiguiente peligro que esto supone. El Pichirichi fue uno de esos barcos y hoy, mientras toma tierra para ser arreglado definitivamente, Rafael Alonso relata los momentos de miedo e incertidumbre que vivió como consecuencia de esa interacción.
“El día 1 de abril de este año, Jueves Santo, iba con mi hijo y mi mujer desde El Puerto hacia Sotogrande, cuando nos vimos sorprendidos por las orcas”, recuerda aún conmocionado este navegante. “El día estaba precioso. Por la mañana había un poquito de Levante, pero luego se calmó. Habíamos pasado Barbate y estábamos cerca de Bolonia, 4 millas mar adentro, lejos de la costa. Como el día estaba bueno, cuando terminamos de comer, nos tumbamos en la cubierta a tomar el sol, con un poquito de música. Entonces, de un momento a otro, sentimos un ruido tremendo, y el barco, que iba navegando para el sur, se giró por completo y quedó navegando hacia el norte”, relata.
“En ese momento sentimos una incertidumbre tremenda. Mi hijo, al sentir el golpe, echó la toldilla hacia adelante, y yo, que en ese instante no le ví, ya no sabía si es que se estaba cayendo el mástil. Segundos más tarde, comprendí que el problema venía de abajo. Primero pensé que podíamos haber enganchado con el cable de una almadraba, hasta que unos veinte segundos más tarde, las vimos por ahí saltando: eran cuatro orcas enormes, podrían medir seis o siete metros cada una”, asegura el propietario del Pichirichi.
“En esos instantes, nosotros no sabíamos qué estaban haciendo las orcas, solo veíamos la rueda del timón moverse, loco perdido. Afortunadamente, la noche anterior, por recomendación de un amigo, mi hijo y yo nos habíamos leído un protocolo que habían elaborado los biólogos para saber cómo actuar en casos de este tipo, ya que ya se habían registrado algunos por aquella época, aunque nunca pensamos que nos fuera a hacer falta”, confiesa Rafael.
Ezequiel Adreu, oceanógrafo e investigador del grupo Orca Atlántica, recuerda lo importante que es que los navegantes conozcan el protocolo de actuación en estos casos para evitar riesgos mayores. “Estas interacciones son muy peligrosas porque, no solo una embarcación puede perder el timón y quedarse a la deriva, que ya es algo extremadamente grave, sino que además es posible que, sin querer, los animales produzcan una rotura de la fibra del barco y una vía de agua, que puede provocar el hundimiento del barco, como estuvo a punto de pasar ya con un barco de Barbate. Por eso es tan importante seguir el protocolo”.
Rafael Alonso coincide en eso con Ezequiel: “El protocolo es fundamental y nosotros lo seguimos al pie de la letra: apagamos el motor, bajamos las velas y soltamos el timón, porque no te puedes poner a pelear contra un orca de siete toneladas, llevándole la contraria en ese juego que hacen con el timón, porque te arrastra”, asegura Rafael, que también afirma que los segundos posteriores a la primera embestida se le hicieron eternos porque no sabía que estaba ocurriendo.
“Nosotros sólo oíamos los golpetazos, pero el barco seguía navegando gracias a los empujones de las orcas. Estábamos totalmente en sus manos, a su merced. No sabíamos lo que nos iba a pasar, ni cuánto tiempo iba a durar aquello. Mi mujer estaba muy asustada, porque pensaba que las orcas podían saltar por encima del barco o darle un golpe y volcarlo. Mi mayor miedo era que le hicieran un agujero al casco, porque, en tal caso, en diez minutos estás en el fondo. Realmente había un peligro importante. Los biólogos dicen que son ‘interacciones’, pero, desde aquí arriba, lo que sientes es mucho miedo: sientes que te están atacando”, admite Rafael.
Sin embargo, el oceanógrafo Ezequiel Adreu defiende que “es muy importante hablar de interacciones, no de ataques, porque las orcas no quieren comerse a nadie y si a este comportamiento lo llamamos ‘ataque’, podemos provocar un conflicto social que juegue en contra de la protección de la especie”, argumenta. “No sabemos a que se deben estas interacciones, pero sabemos que no son ataques. Creemos que es un patrón comportamental reproducido en un momento determinado y reiterado en el tiempo. ¿Cuál es el interés? Eso es lo que realmente desconocemos: puede ser un contraste de fuerzas que a ellas les sirve para ganar coordinación o fuerza, o que simplemente les sirva como reto o juego, y por eso lo repiten”, explica.
“Lo importante de la investigación que estamos llevando a cabo es llegar a una conclusión que nos permita conservar y proteger a la especie animal, y también evitar que los navegantes sufran cualquier peligro, ya que, como hemos visto, estas interacciones, aunque carecen de toda mala intención por parte de los animales, pueden tener consecuencias muy graves. Afortunadamente, hasta ahora los daños han sido solo materiales”, subraya este investigador.
Así sucedió también en el caso del Pichirichi, cuyos propietarios solo tienen que lamentar los daños provocados en el timón. “Ni siquiera hizo falta que viniera Salvamento Marítimo, porque, después de media hora, las orcas se cansaron de ‘jugar’ con el barco y, aunque rompieron 30 o 40 centímetro de la parte más baja del timón, no perdimos el control del barco; ni tampoco hicieron ningún boquete en la sentina, por lo que pudimos proseguir con nuestro rumbo hasta la costa” concluye Rafael, feliz de que la historia solo se quedara en una mera anécdota.
Este lunes, a las 12.30 de la mañana, con su dueño orgulloso en la popa, el Pichirichi ha tomado tierra por fin para completar el arreglo de su timón, que hasta el día de hoy había sido provisional. Rafael Alonso se aleja, tras de su barco, por el ajetreo alegre de Puerto Sherry. "Menos mal que solo fue el susto", recuerda a modo de despedida.
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