Una brisa acaricia las hileras de cepas plantadas en el viñedo. Un paisaje singular testigo del nacimiento del vino arropa a una gran casa de viña construida a mediados del siglo XIX en el kilómetro 2 del Camino del Tejar, acceso por la carretera Jerez-Rota. El inmueble se hallaba abandonado después de haber sido habitado por una familia sanluqueña hasta que dos emprendedoras decidieron rescatarlo del olvido. Hace cuatro años, la sevillana Ana Luque y la mallorquina Ángela Adrover adquirieron la casa, datada de 1852, y la rehabilitaron hasta transformarla en una estancia acogedora con encanto donde se rinde culto al enoturismo y al descanso. “Es la única visitable con estas características en El Puerto”, comentan rodeadas de 15 hectáreas de viñedo y un silencio abrumador.
Se respira tranquilidad y sosiego en este enclave que revive gracias al afán de estas asesoras fiscales con ganas de hacer, como ellas reconocen, “una locura”. Según explican, “vendimos todo lo que teníamos y apostamos todos nuestros ahorros aquí, esto más que un negocio es un proyecto de vida”. Las compañeras vivían en Jerez sin complicaciones, pero deseaban cambiar su ritmo vital, marcado por eternas horas en el despacho. Así, salieron de su zona de confort y tomaron el camino arriesgado adentrándose en una aventura de la que, aunque “tenemos un hipotecón del quince”, no quieren salir “ni locas”.
Al proyecto le llamaron La Bendita Locura, precisamente por ese cambio radical que experimentaron. “Cuando llegas aquí se te olvida todo”, comenta Ángela mientras recorre los recovecos de la casa cuya reforma se ha realizado a lo largo de tres años. Primero acomodaron su hogar en la primera planta, y una vez que se mudaron, se implicaron en las obras. “En toda esa pared había colgados cuernos de animales y toda esta escalera estaba llena de escopetas”, dice la mallorquina, que asegura que tuvieron que “hacer de todo”, desde cambiar la instalación eléctrica hasta reforzar los techos en peligro de derrumbe.
“Queremos que la gente se sienta como en casa”
Esta idea llevaba rondando por sus cabezas “bastantes años”, pero la casa elegida debía estar cerca para poder compaginar sus trabajos con la preparación. “Gracias a Dios el despacho va muy bien y permite pagarla, pero cuando empiece a arrancar la idea es vivir de esto”, dice Ángela sentada en una mesa, que esconde un billar, colocada en medio de un amplio salón comedor.
La Bendita Locura abrió al público a mediados de 2019 tras el esfuerzo de sus creadoras que han cuidado cada detalle de este alojamiento catalogado como Patrimonio Histórico de Andalucía. “La estructura no se podía tocar, hemos adaptado tres habitaciones, no queremos que la gente tenga la sensación de estar en un hotel, por eso están decoradas de manera distinta cada una”, explica Ana mientras abre la ventana de una de ellas. Un remanso de paz donde el sol y el viñedo regalan unas vistas únicas. “Queremos que la gente se sienta como en casa”, añaden.
Syrah, Petit Verdot y tintilla de Rota. Cada habitación lleva el nombre de las tres variedades de uva tinta que Ana y Ángela cultivan en su hectárea de viña. De las 15, optaron por quedarse con una para elaborar su propio vino. Según cuentan a lavozdelsur.es, “tenemos el certificado de vino ecológico, hacemos todo a mano, vendimiamos, embotellamos, encorchamos, esta será la tercera añada”. Han probado a criar tanto vino blanco llamado Cára B – “mira qué color ámbar tiene” – como tinto, bautizado Currito Núñez, “como se llama en Jerez a las lagartijas pequeñas”. Su producción alcanza las 350 botellas y la ofrecen a toda aquella persona que se acerca a comer o cenar en el lugar. Además, tienen 35 olivos plantados con el fin de generar su propio aceite y un pequeño huerto con hortalizas frescas.
Las empresarias salen de la bodega para dirigirse a la piscina, para la que preparan unos toldos, pasando por un pequeño gimnasio y haciendo una parada en una capilla consagrada a la Virgen del Carmen apta para ceremonias religiosas como bautizos o bodas. “Aquí se daba la misa de los domingos a la gente que no podía ir a los pueblos”, señala Ángela reviviendo la historia del que ahora es su hogar.
De nuevo, Ana y Ángela se detienen en el salón que han decorado con mucho esmero entre las dos. Todo cobra sentido. La estantería está llena de embudos de distintos materiales. “Queríamos algo que nos representase, en pintura siempre se representa al loco con un embudo en la cabeza, y de ahí que nos haya dado por coleccionarlos”. Su intención es incluir más embudos ocultos por la sala, aparte del que compone la lámpara, para dar juego a los huéspedes. Además, unas figuras de Don Quijote y Sancho les dan la bienvenida. “Quién mejor que ellos representan la locura y la cordura en la literatura”, añade Ángela.
A ellas les encanta recibir visitas de todas partes del mundo y tratar con las personas que confían en su proyecto para disfrutar en compañía. “Es una experiencia muy bonita, hemos conocido a mucha gente, cuando empezó la pandemia, algunos nos llamaron desde Miami y de Viena para preguntar cómo estábamos”, comenta Ana.
Esta casa de viña no solo ofrece alojamiento y escapadas románticas sino también actividades relacionadas con el mundo del vino. Catas especializadas, visitas guiadas con degustaciones, celebración de eventos, vendimia familiar y nocturna y restauración, de la que se encarga Ángela. “La parte de cocina se llama La maldita cordura”, dice. Tampoco faltan experiencias como las cenas con observación astronómica y el espacio está abierto a todo tipo de propuestas. El objetivo de las compañeras es poner su granito de arena en dar a conocer los entresijos del lugar “donde comienza la alquimia que después beberán en la copa”.
“Hay que aprender a saborear los vinos de jerez y a maridarlos”
Una frase grabada en una habitación que recuerda que es el viñedo el origen del palo cortado, el amontillado o el tinto. “Se le presta más atención a la bodega”, dice Ana mientras sirve una copa directamente de las botas de la entrada. Bebe un sorbo. “Hay que aprender a saborear los vinos de jerez y a maridarlos. Observo que esa cultura no la tenemos teniendo un producto que es único en el mundo”, reivindica. Cada día contribuyen a divulgar las señas de identidad de esta tierra. “La forma de crianza de los vinos no existe en otra parte del mundo. Esa riqueza la tenemos que potenciar, es una pena no disfrutar de esta joya”.
Con la pandemia, los grandes eventos se paralizaron y ahora, las reuniones y cumpleaños son lo más demandado. “Ya solo quedan dos fines de semana libres hasta septiembre”, expone Ángela que solo apunta a un grupo por día “así damos la tranquilidad de que no hay nadie más que no sea de su núcleo”. La crisis no es excusa para no seguir trabajando en esta iniciativa enoturística que, como dice Ana, “esperemos que sea más bendita que locura”.