Fernando Díaz comenzó a cumplir su sueño cuando se jubiló. Este profesor de Educación Física y Deportes se tiró literalmente al río una vez retirado de la profesión para ser buscador de oro. Hoy es uno de los pocos que existen en la provincia granadina.
Por Granada pasan dos ríos: el Darro y el Genil. La zona que contiene oro se denomina conglomerado Alhambra, una escisión de Sierra Nevada de hace millones de años. Fernando lleva tres años y medio dedicado a esta afición, que practica una o dos veces en semana, aunque no siempre. "El oro fluvial está depositado allí de cuando llovía de verdad en la provincia y las fuertes tormentas arrastraban grava por los cauces y los barrancos. Así, después de miles de años, se ha ido depositando en el lecho del río", explica.
Su centro de operaciones se encuentra en el río Genil, ya que el Darro, entre 1870 y 1880, estuvo muy explotado, advierte este buscador. "Después de la Guerra Civil, con el hambre, muchos se tiraron a pico y pala a levantar el río para extraer el oro que había en la grava", añade Fernando, que tras cuatro prospecciones en diferentes zonas del Darro, comprobó que estaba limpio: "No salía ni un puntito de oro".
La particularidad de este aficionado es que trata de emular a los antiguos buscadores de oro del Oeste Americano. "No entro en la sociedad de consumo, en la que resulta muy fácil llamar a un distribuidor y que te mande una esclusa, un canalón de rifle o un equipo de bateas ya fabricados", indica.
Por el contrario, Fernando, crea su propio equipo: "A una bandeja de estantería le pongo una alfombrilla de coche con la goma en forma de rombo, luego le pongo una mantita atrapaoros, que las venden en ciertas tiendas por servir como felpudo. La batea sí la compré y tengo mi pico y mi pala", resume. "Para procesar la grava del río tengo una espuerta que me costó dos euros. Todos estos materiales que utilizo atrapan el oro igual que lo que viene de Estados Unidos, no se escapa nada", continúa. "Y todo por 20 euros", reconoce orgulloso. De esta manera, emula la técnica rudimentaria de los pioneros que se iban a la aventura al Oeste Americano.
Echa jornadas de entre cuatro y cinco horas. "Hago mis propias minas en sitios secretos del río donde prácticamente no me ve nadie", reconoce. Para él, no hay contexto mejor. "Estoy rodeado de naturaleza y más ahora con la primavera: el sol, el aire, los árboles, las plantas, los animales del río, ruiseñores cantando por encima de tu cabeza... Todo es bueno allí", reconoce este granadino, que a mediodía emprende el camino a casa. "Y si cojo medio gramo, bien, si son 30 micras, también".
Fernando dice que si fuera al río todos los días, durante cuatro o cinco horas, tendría al menos dos onzas de oro (unos 48-50 gramos), pero por ahora, y desde que comenzó su andadura como buscador, suma 11 gramos de oro en su particular tesoro. "El oro que sale del río Genil es de la máxima pureza, 24 kilates, pero la cantidad que hay aquí no es para hacerse rico, sino como entretenimiento", comenta. Este buscador no tiene un objetivo, aunque le faltan un par de gramos para llegar a la media onza de oro. "Mientras tenga salud, fuerza y ánimo seguiré viniendo al río", asegura.
El oro recogido no lo piensa vender –"es una satisfacción personal"– y si algún día su hija o su hijo lo quieren, dentro de un tiempo, se lo pasará como recuerdo. "El gramo de oro está ahora a 57 euros, pero vender 600 gramos de oro no me soluciona nada, diferente sería que estuviéramos en Australia donde salen pepitas de 20 gramos y hay oro en cantidad. Ahí sí tendría sentido tenerlo como negocio", argumenta.
La actividad no está perseguida ni penada, es simplemente una afición. "Incluso me permito hacer modificaciones en el río haciendo presas con piedras de hasta 40 kilos. Las voy poniendo como diques y desvío la corriente de una parte a otra para poder trabajar en mi mina, sacar la grava, cribarla, pasarla a la espuerta y a la exclusa, para así lavar la arena y que se vayan los granates y los cuarzos, y finalmente se quede el oro atrapado en la manta", revela.
Buscar oro no es algo que pueda hacer cualquiera, pues entraña su esfuerzo y riesgo. "Hay que estar en forma, porque tienes que coger piedras pesadas e ir moviéndolas en el agua, además de tener precaución para que no te pille un pie. Cada movimiento hay que hacerlo tranquilo y con calma, ya que vas en solitario y debes tomar tus precauciones", comenta este profesor de Educación Física jubilado. "Para mí es una actividad física muy gratificante, donde te encuentras mentalmente muy relajado en plena naturaleza y, además de ser saludable, te recompensa llevarte tu poquito de oro a casa".
Sus época favorita spara buscar oro son el otoño y el invierno –"cuando el sol está más suave"–, ya que viste un vadeador de goma hasta el pecho y camiseta de manga sisa, que dependiendo del clima, se recalienta y puede resultar incómodo. No obstante, sus minas están colocadas en zonas próximas a árboles frondosos que le dan sombra. "El cuerpo se adapta al frío del agua y al calor, aunque yo en verano no salgo a buscar oro", reconoce.
Fernando no ha tenido una mala experiencia en estos años como buscador de oro, solo destaca un pequeño enfrentamiento con un jabalí que iba subiendo por el río e hizo amago de atacar. "Lo miré a los ojos, di tres pasos hacia atrás y pasó de mí, siguió hociqueando las raíces de las cañas del río", recuerda este docente, convertido a buscador de oro tradicional.
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