Una de las torres de alta tensión más grandes del mundo se ha convertido en el emblema de un barrio gaditano que se asocia a esa estructura de unos 154 metros, fuente de electricidad para todo Cádiz. Desde 1954 los ojos de los vecinos de Puntales observan un símbolo al que en los años noventa un patinador quiso subir provisto de patines. Un reto disparatado del mítico programa ¿Qué apostamos? que quedó como anécdota.
José Acuña, nacido en Sanlúcar, también desafió a los escalones de uno de los pilones de la Bahía —el otro está en Puerto Real—. Cuando tenía 20 años llegó a pie al punto más alto. Pero eso pasó en otros tiempos en los que este vecino de 81 años trabajaba como suboficial de la Armada en la base naval de Puntales, donde se ubica la torre. Ya lleva 25 años residiendo en un barrio histórico en el que prácticamente ha crecido. “Ese fue el único fuerte que defendió a Cádiz de los franceses”, comenta el ex militar que disfrutó de su último destino en el Instituto hidrográfico de la Marina.
Después, se sumergió en el movimiento vecinal y desde entonces participa con mucho gusto en todas las protestas y actividades. Él es uno de los socios fundadores de la asociación de vecinos Fuerte San Lorenzo del Barrio de Puntales, la más antigua de Andalucía y la segunda de toda España —la primera se sitúa en Vallecas—. Empezó a velar por las necesidades de los gaditanos el 3 de mayo de 1969. “El Ayuntamiento nos facilitaba materiales”, recuerda José que todos los días se acerca a la sede y “ayudo en lo que puedo hasta que Dios me deje”.
"El Ayuntamiento nos facilitaba materiales"
El sanluqueño ha visto el desarrollo del primer barrio de extramuros que se pobló de Puertas de Tierra para afuera. “Siempre decimos, vamos a Cádiz” como si de otra ciudad se tratase. La zona se encuentra a unos cuatro kilómetros del casco histórico y acoge a unos 2.000 vecinos. “Se están haciendo bloques nuevos y la población se ha multiplicado, el barrio ha crecido bastante”, comenta José.
La asociación, por la que han pasado once presidentes, la actual Pilar García Gutiérrez —primera mujer en 53 años— cuenta con unos 200 socios. “Algunos ya han fallecido y los chavales ya no se apuntan”, dice Juan Jesús Márquez, encargado de coordinar las distintas actividades que ofrecen para todos los públicos. Desde ajedrez y baile flamenco hasta manualidades y zumba.
Su misión no es otra que seguir llenando de vida al barrio desde un espacio neurálgico donde también se reparten alimentos para un centenar de personas y comparsas como We can do… Carnaval ensayan sus letras. Aquí emerge todo lo que concierne a Puntales. “Se vive muy tranquilo, la mayoría son personas mayores”, comenta Juan Jesús, de 54 años. Este transportista que nació en la casa de sus padres, a unos metros de la sede, comparte las reivindicaciones por las que la asociación alza la voz.
“La calle Dársena es la única calle de Cádiz que no está asfaltada”, dice rodeado de fotografías de los años 20 en las que todavía no se divisa la torre. Los vecinos pagan el IBI como si fuera zona residencial y lleva más de quince años sin urbanizar.
"Aquí se vive muy tranquilo"
Además, reclaman un cambio en la parada del autobús. “Ahora pasa a muy pocos metros de las casas y los vecinos están que no veas”, añade. Recientemente se ha estimado incorporar la parada término del autobús de Puntales en la Avenida de la Ilustración frente a Mercadona, mientras que estudian otras mejoras en el trayecto.
José pasea por las calles de este barrio industrial y obrero que conoce como la palma de su mano. En cada esquina se detiene para contar algún dato que le viene a la mente. Su historia, su gente y su idiosincrasia las lleva grabada en su corazón sanluqueño. Al pasar por la calle Real se acuerda de la industria que daba de comer a las familias en otra época. “Aquí había dos astilleros, reparaciones de pesqueros y los depósitos de tabaco. También había una central térmica de carbón. Todo lo quitaron. Había diez veces más trabajo que hoy y ya no queda nada”, lamenta el vecino que sigue su camino.
Juan Jesús jugaba de pequeño entre los vagones que transportaban el carbón “y me ponía negro”. En los ochenta, la industria se esfumó y, en los próximos años, Puntales fue el foco de distintos proyectos que venían a mejorar la zona. Iniciativas que “se quedaron en el tintero” y se resumen en solares abandonados y edificios sin terminar.
"Antes había diez veces más trabajo"
En esta explanada iban a hacer una residencia de estudiantes. José Manuel Hesle, antiguo presidente, luchó una barbaridad para que se hiciera. Después de 20 años, iba a empezar la obra, vino la crisis y adiós muy buenas”, dice José. Lo mismo ocurrió con el nuevo hospital que se iba a edificar en la parcela de la antigua sede de Construcciones Aeronáuticas. Una propuesta ambiciosa que tampoco vio la luz. “Cuando estaba todo programado, la Junta dijo que ya no lo hacía”.
El vecino repasa los proyectos paralizados con la imponente torre a sus espaldas. “Aquí iban a hacer un hotel de tres estrellas, pero por lo visto ha salido a concurso y nadie lo quiere”, comenta frente a un bloque tapiado en pésimas condiciones. También menciona las parcelas ubicadas frente al paseo marítimo. “Han quitado esos aparcamientos y el barrio está que trina, y allí iban a poner un huerto ecológico”.
La voz de José apenas se escucha entre el silbido del fuerte viento de levante que acecha en la tacita de plata. Él continua su recorrido mostrando los secretos de su barrio, compuesto por calles cuyos nombres homenajean a elementos de la Armada y a personas que han contribuido al progreso de Puntales.
“Eloísa Malcampo dio clases a los chiquillos gratis, venía todos los días desde Cádiz”, explica señalando la leyenda de la calle donde acaba de detenerse. Perpendiculares o paralelas se encuentran Brújula, Trocadero, Batalla del Salado -la más importante en el período de la Reconquista- o Coronel Macías -que impidió la toma de la ciudad. Todas con placas que hablan de otros tiempos.
El callejero rebosa de historias que José no olvida. Tras atravesar la plaza de Sor Adoración, en honor a una enfermera que tuvo un consultorio durante más de 40 años, pasa por delante del bloque de “los enanitos”, conocido así porque fue construido por los propios vecinos. Por el camino se encuentra a familias a las que saluda con amabilidad.
Su rostro, aunque tapado por la mascarilla, no es extraño en este barrio que también sufrió un golpe al comercio local tras la apertura de Mercadona. Apenas quedan una peluquería, una carnicería y un pequeño supermercado. “Lo hundió, ahora solo quedan para un desavío”, comentan.
Para movilizar la economía, organizan cada agosto su mítica fiesta de los cañonazos con atracciones y mercadillos que conmemoran la resistencia de los gaditanos frente a los soldados franceses. Mientras tanto, los promotores privados son atraídos por la zona, donde los vecinos esperan la ansiada transformación.
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