Carmen estuvo ocho meses durmiendo en las calles de Cádiz. “Por circunstancias de la vida”, aclara, “nada que ver con alcohol ni drogas”. Es el estigma con el que tuvo luchar durante todo ese tiempo. “Todo el mundo piensa que quiénes están en la calle son drogadictos o alcohólicos. Y no es así. También hay personas enfermas y quienes llegan por muchas causas”, añade.
Carmen estuvo durmiendo en la playa de la Caleta, pero también al raso, o en el albergue municipal de Cádiz. Después de estar años sin tener ingresos, ni ayudas, cayó al pozo más hondo de la exclusión social. Cuando consiguió empadronarse en el albergue, requisito indispensable para tramitar ayudas, pudo solicitar el Ingreso Mínimo Vital (IMV), que ahora le permite costearse una habitación.
“El 24 de septiembre a las 7.30 horas cobré el IMV y a las 10.30 horas ya tenía la habitación y la ropa dentro”, dice con una sonrisa en la cara. Pero no sonrió demasiado durante esos meses que no tuvo un techo bajo el que resguardarse. “La calle es para quien la vive. Por mucho que quieras contarlo es difícil de explicar”, señala Carmen, a la que nunca le “faltó de nada” hasta entonces, pero se vio sin hogar de un día para otro.
"He pasado miedo, de verte que nunca te falte de nada a estar en la calle… no sabes cómo moverte para buscar ayuda”, incide Carmen sobre su experiencia de sinhogarismo, unos meses durante los que parecía invisible a los ojos de muchos paseantes. “Hay personas que pasan por tu lado que parece que tienes la lepra, que retiran a los niños… eso duele mucho”, cuenta.
“La calle es muy dura, siempre tienes miedo, estás a la defensiva porque no sabes qué te puede pasar”, cuenta. Carmen, que trabajó durante más de 21 años en Lanzarote, solo cotizó unos diez, “porque mucho fue en negro”, por lo que llegó un momento en el que sin trabajo, y sin derecho a ayudas, se vio sin ingresos. En esos meses estuvo acudiendo al comedor de Calor en la Noche, que cada mañana ofrece desayunos a personas con pocos recursos.
Ahora Carmen es una de las voluntarias que elabora los desayunos que toman personas que, como ella hasta hace unos meses, no tienen posibilidad de costeárselo. “Como me ayudaron, yo quiero ayudar”, dice. Y eso hace cuando le toca. “Si puedo ayudar aquí estoy”, expresa quien cada semana se enfunda el delantal para atender a quienes van a desayunar al local, reabierto esta semana después de dos años cerrado al público por la pandemia.
En la calle Puerto Chico de Cádiz, en un pequeño salón, hay unas cuantas mesas y sillas en las que personas con pocos recursos vuelven a sentarse para desayunar cada día. Café o Colacao, con magdalenas o tostada, a la que pueden untarle mantequilla, aceite, mermelada o paté, como se encarga de recordar un cartel colgado en la pared. Al lado hay otro con las normas de comportamiento. “Habla con amabilidad y sin gritar; respeta el mobiliario; no asistir en estado de embriaguez…”, recuerda.
“Estaba todo abierto menos esto, ya era hora de que estas personas tuvieran este recurso”, señala José María Escudier, trabajador social de Calor en la Noche. “Hay quien llevaba dos años sin tomarse una tostada con un café, eso te da un golpe de realidad brutal”, expresa Escudier, al que todos llaman Chema, quien recuerda que el día de la reapertura los usuarios “estaban en estado de shock, creían que era una broma”.
Calor en la Noche tiene grupos de voluntarios de ocho personas por día que se encargan de preparar los desayunos. Antes, cuando se empaquetaban para que lo consumieran fuera, antes de reabrir el local, había menos voluntarios diarios, por lo que hicieron un llamamiento que desbordó sus expectativas. “Hasta tenemos lista de espera”, recalca Chema, quien asegura que en Cádiz y la provincia “somos muy comprensivos, porque sabemos que por desgracia por esta situación puede pasar cualquiera”.
“El café es la excusa, nuestro objetivo es que se sientan acompañados, que sientan calor humano y no estén solos”, dice el trabajador social. Desde que el comedor abrió sus puertas, hace seis años, un total de 2.024 personas —hasta el día que lo visitó lavozdelsur.es— habían pasado por él. “Tenemos nuestro propio censo”, dice Escudier, que espera que el número de usuarios diarios aumente con la reapertura del comedor. “Aquí no pedimos la renta ni la situación personal de cada uno, tenemos las puertas abiertas”, incide.
Jose lleva “un montón de años” acudiendo a desayunar, cada mañana, al comedor de Calor en la Noche. Ni se acuerda desde cuando lleva en paro, sin ingresos, ni ayudas, más que las que le pueden aportar familiares cercanos. “Mis hermanos de vez en cuando me dan cinco o diez euritos para comprarme algo de comer”, relata, “el resto de días voy a comedores, no hay más remedio”.
Este gaditano, que reside en un edificio con otros okupas en el centro de Cádiz, agradece la reapertura del comedor, “porque no es lo mismo que comer en la calle, en la ventana donde nos podíamos”. Jose, que está sin trabajo —“seco, seco, seco”— está esperando que le concedan el Ingreso Mínimo Vital (IMV) para poder levantar algo la cabeza. “Cada vez hay más gente en la calle”, agrega a modo de reflexión, “pero yo dentro de lo que cabe estoy bien, porque ellos me ayudan”, señala, en referencia a Calor en la Noche.
Chano, que vive cerca del local, va cada mañana a desayunar, y luego se queda para ayudar a tirar la basura que se origina. de 9.00 a 10.30 horas, el tramo en el que está abierto cada día. A sus 78 años, vive solo, y con su pensión no le alcanza para satisfacer sus necesidades vitales. "Desde que abrió estoy viniendo", recuerda Chano, que luego se va a ayudar a un matrimonio que tiene un puesto en el mercado, que le "paga" con algo de fruta. Y así se va bandeando.
Con el estallido de la pandemia, el número de personas que acude a estos recursos ha aumentado, según han detectado en Calor en la Noche. El sexto censo de personas sin hogar elaborado por el Ayuntamiento —a finales de 2021— recogía que ese año había 105 personas viviendo en las calles de Cádiz, dos más que en 2019, año del anterior censo. Chema Escudier, trabajador social de la ONG, asegura que cada poco se encuentran con "nuevas caras" y que el perfil es el de un hombre de 40 a 60 años. Unas personas que agradecen que el comedor para desayunar, por fin, haya reabierto.
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