Esta playa de arena fina y dorada con ocho kilómetros de longitud fue testigo hace 210 años de la conocida como batalla de Chiclana —batalla de La Barrosa, para ingleses y franceses—, uno de los episodios más trascendentes de la Guerra de la Independencia española. Más de dos siglos después, un cañón en el acceso a una de las tres pistas de La Barrosa, año tras año entre las mejores playas de España según guías de viajes, revistas y portales turísticos, recuerda tímidamente aquella cruenta contienda en una privilegiada porción de litoral gaditano donde regresa el goteo constante de bañistas propio de estas fechas, a las puertas de la temporada alta.
Con marea baja y los primeros veraneantes salpicados, esta playa de la Costa de la Luz se vuelve enorme desde Torre Bermeja hasta la Torre del Puerco —en toda la extensión conocida desde hace treinta años como Novo Sancti Petri—. La bandera verde ondea en todo lo alto en son de paz y, a mediodía laborable, hay un trasiego en la zona que se entremezcla entre quienes ya disfrutan del placer de un día de sol, mar y playa, y quienes se ganan la peonada. Diferentes batallas cotidianas en la salida (esperemos) de la peor pandemia en un siglo.
En su kiosquito de madera lleva más de 20 años resistiendo Carmen, que ya empieza a vender patatas fritas y refrescos a clientes con acentos de Despeñaperros para arriba. “Quienes llevaban esto lo dejaron porque no ganaban un duro, me lo ofrecieron y lo cogí, pero es verdad que son muchos gastos, no es solo el canon por estar aquí, esto está más controlado que un hotel”, cuenta tras el mostrador y una mampara instalada para aumentar la seguridad frente al enemigo pandémico. Ahora que la vacuna permite ver el corto y medio plazo con otra perspectiva, Carmen no termina de mostrarse optimista: “El verano pasado fue fatal la cosa, a ver éste… porque parece que habrá vacuna pero también habrá crisis. Está notándose la crisis, a ver si los de fuera vienen y traen dinero”.
Menos en cristal, Carmen vende en su puesto “casi de todo”: snacks, bebidas, helados, artículos típicos de playa… y también asegura que hace las veces de punto de información turística. “Me encanta la historia y la cultura, y cuando me preguntan extranjeros o gente de fuera sobre el castillo (de Sancti Petri) o por cosas de aquí, les doy la explicación”, afirma, mientras despacha a los clientes que van llegando a cuentagotas.
Estreno como socorrista
A diferencia de ella, Pablo, con 28 años, vivirá su primer verano de curro y pelea entre la arena y el agua de La Barrosa. Después de hacer un curso de socorrismo en abril pasado, al que llegó gracias a su voluntariado en Cruz Roja, el joven se estrena este año en uno de los diez puestos de socorro de esta playa esencialmente familiar. “El martes hizo Levante (uno de los grandes hándicaps, cuando salta, de esta playa) y no hubo nadie, pero ya hoy se nota también que en Chiclana es festivo por la feria —que no se ha celebrado por la pandemia por segundo año consecutivo—”, argumenta.
En temporada media han sido veinte compañeras y compañeros quienes han estado a pie de Barrosa para atender cualquier urgencia, pero el próximo martes 15 de junio arranca la temporada alta y el escuadrón de socorristas se duplicará. Ya está funcionando el servicio (bajo cita previa) que acerca a mayores con movilidad reducida y personas con discapacidad al agua, o que presta muletas y andadores especiales para la arena, lo que ya empiezan a agradecer dos señoras apostadas bajo la sombra del puesto de Cruz Roja en esta pista de la gran playa chiclanera.
Expectante, Pablo augura “un buen verano” y confía en que “no pase nada; y si pasara, hay un gran grupo aquí que lo solventamos todo”. Minutos después, una moto acuática y uno de los pickups del servicio de emergencia cruzan por arena y mar el frente de la playa para atender lo que finalmente queda en una lesión leve en una pierna. Un susto sin más trascedencia. Todo parece pretemporada en este día de playa a las puertas del segundo verano con covid, con luz al final del túnel gracias a las vacunas y muchas ganas de empezar de una vez eso que creen que serán los nuevos felices años 20, la liberación tras la batalla que poco a poco se va ganando a la enfermedad.
En su lucha, un africano empieza a vociferar: “Mari, Mari…”. Llega con pies pesados, con el nombre de Stephen Curry serigrafiado a la espalda de su camiseta de la NBA, hasta a un grupo de mujeres. Comienza a desenvolver sus telas, mandalas y abalorios. “Barato, barato”. “Si me buscas un marío te compro algo”, bromea una de sus potenciales clientas. Puede que haya suerte y cierre sus primeras ventas de pretemporada, sin necesidad de ejercer de casamentero. También comparece el que vende camarones y el que vende refrescos por la arena. Ambos empiezan a dejarse ver en este nuevo verano que ya mismo arranca, avisando de que las altísimas temperaturas de la provincia, como el recibo de la luz, apenas darán tregua. Unas chicas se preparan para irse al agua, otro grupo de jóvenes se asientan con sus bártulos en la arena, otra familia se instala por derecho como si de un domingo de veraneo se tratara, llegando incluso a pelearse con el pincho de plástico que ancla la sombrilla en la arena.
De obras a pie de playa
Junto al paseo marítimo, en casa Zurga —cumple su temporada número 54 desde que abrió en 1967 en La Barrosa, están ya todas las mesas puestas. Uno de sus camareros, contratado “hace solo ocho días”, revisa que todo esté impecable por si se dejan caer los primeros clientes del día. Una madre, ya en una mesa, pugna con su bebé para que coma el potito. Unos pasos más adelante en el paseo marítimo, hay un local que ya no será el de Malvado Burger. En su interior hay movimiento de albañilería y pintura. Cables regados por el suelo. Adrián es el responsable de estos trabajos que se suceden día tras día para que todo esté a punto el próximo fin de semana. Entonces abrirá sus puertas un nuevo establecimiento hostelero cuyo nombre “no puedo desvelar todavía”.
Es la cuenta atrás y ahora es momento de abrir tomas de agua, apuntalar desagües, rematar la barra, la pintura… “abajo habrá autoservicio tipo 100 montaditos y arriba, zona de copas. A ver sin estado de alarma qué restricciones hay al final”, dice un joven gaditano que tiene su propia empresa de construcción y que “ando por aquí echándole una mano a mi tío”. La demanda en el ladrillo, casi nadie sabe muy bien por qué, vuelve a ser altísima. “Me hacen falta horas del día, no paramos, y lo peor es que no se encuentra gente para trabajar, la gente parece que no quiere trabajar, solo sofá y paguita”, expresa sin contemplaciones, asegurando que “nosotros aseguramos ocho horas, pagamos un grupo alto de cotización y tenemos todo en regla, las peonadas a partir de 50 euros y un oficial unos 70 euros al día. Vamos por derecho y queremos profesionales, pero no hay, cada vez faltan más. Es lo que tenemos”, se lamenta tras liquidar su pitillo y prepararse para volver al tajo.
Es otra guerra más en La Barrosa. El calor del turismo incipiente que regresa, la expectación de los que se buscan la vida y la frustración de quienes ya no pelean. “Si en Cádiz también hubiera trabajo sería el paraíso en la tierra”, remacha Alberto, jefe de cocina de uno de los incontables hosteleros que pueblan una de las zonas turísticas de sol y playa más valoradas de España. La Barrosa, preparada un año más desde el final de la primavera para que suenen las fanfarrias para dar la bienvenida al comienzo de su eterna batalla de cada verano.