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Habían pasado tantas décadas de aquellos últimos estertores del Cinema España en Las Cabezas de San Juan que los proyectores, las carteleras, millares de entradas, permisos, cartas comerciales y kilómetros de diapositivas dormían el empolvado sueño de esa melancolía que solo pueden entender hoy quienes han vivido a caballo entre la generación del blanco y negro y la inmediatez del Netflix y vuelven sobre sus pasos perdidos al soberao de sus abuelos. Exactamente eso es lo que le ocurrió al pintor cabeceño Antonio Boza de la Calle cuando recorrió, palmo a palmo, la memoria de carbones apagados y momificadas sacas de aquellos enrolladores de películas que él mismo, casi medio siglo atrás, había visto llegar en el autobús de Los Amarillos al desaparecido bar El Café de su pueblo, en aquella época en que su padre, José Boza, había heredado el negocio de fantasías proyectadas que su abuelo, Antonio Boza Sánchez Noriega, había emprendido mucho antes, en aquellos difíciles años de la posguerra civil española en que todo el Bajo Guadalquivir soportaba el hambre cerril que ya no entendía de bandos y solamente aquel paredón encalado en que se proyectaban las películas del Oeste y los romances de Carmen Sevilla y Lola Flores compensaba el duro trabajo de sol a sol en unas marismas que todavía andaban asilvestradas.
“En la exposición he jugado con las fechas 1944-2024 por los 80 años que han pasado y porque de 1944 era el carné de operador de cine que he encontrado de mi abuelo, pero me consta que ya en 1940 andaba mi abuelo echando cine en Las Cabezas”, explica ahora Antonio, profesional de la impresión digital, fotógrafo impenitente y pintor de vocación –suyo es el cartel del 400º aniversario del Cristo de la Vera Cruz, de Juan de Mesa, que procesiona extraordinariamente el próximo 19 de octubre. Su hermano Iván, tercera generación de operadores de cine en el pueblo, hacía mucho que había visto languidecer, a mediados de los 80 del pasado siglo, el Cine España inaugurado por el abuelo de ambos, cuando a él se le ocurrió la idea de recopilar tanta memoria dispersa en la ruinosa casa de sus abuelos y hacer “algo que rindiese homenaje a quienes trajeron aquí el séptimo arte y que al mismo tiempo fuera una cosa didáctica para las nuevas generaciones”. Pero su padre, generación intermedia y testigo de la primera dinamización cultural de Las Cabezas a través de la gran pantalla, también había muerto, incluso su hermano Ezequiel, y la pandemia del Covid hizo el resto para que el proyecto se desviase, una vez más, por los meandros del olvido…
De modo que fue una revelación postpandémica la que empujó a Antonio a desempolvar de una vez por todas trozos de proyectores para volver a montarlos, cientos de carteleras y miles de carteles de mano y una amplísima documentación administrativa que, con esa caligrafía puntillosa de las relaciones comerciales sin internet, revelaba el tiempo sin tiempo en que primero su abuelo y luego su padre se habían esforzado en el negocio de sus vidas que, a su vez, había oxigenado las entumecidas ventanas culturales de un pueblo que comenzó a ilusionarse con otros mundos, otras aventuras y otros amores a través de ese cine diverso y siempre doblado al español que servían en sacas de enrolladoras de películas en varios tramos las principales distribuidoras de Sevilla, desde Hispamex a Columbia Films...
“Precisamente el hermano de mi abuelo trabajaba en la Warner Bross de Sevilla, y fue quien le propuso a mi abuelo que por qué no montaba él un cine en el pueblo, y así lo hizo”, rememora ahora Antonio, que además de una exposición con todo el material recopilado en una sala privada en pleno centro del pueblo, abierta hasta el próximo 27 de octubre, ha estrenado un documental histórico titulado precisamente Cinema España. “Mi abuelo, que era una persona culturalmente muy inquieta, se asoció enseguida con su cuñado, Diego Fernández Barrena”, recuerda Antonio señalando una de las muchas fotos que ahora se muestran en la exposición, por donde están pasando estos días todos los cabeceños, muchos de los cuales ya vieron, en exclusivo estreno, el documental que se proyectó el domingo 29 de septiembre en el teatro municipal y salieron heridos de una melancolía difícil de cicatrizar… Un fragmento de ese mismo documental en el que participan personajes tan significativos del cine andaluz de hoy como el director lebrijano Benito Zambrano o la actriz sevillana María Galiana se le está proyectando a todos los estudiantes de Las Cabezas que estas semanas están pasando por la exposición.
El hilo conductor del filme es la voz memoriosa del propio Antonio Boza, encarnado en el chico cabeceño Alejandro Pacheco, que hace un papel extraordinario en la cinta, de algo más de una hora de duración y que tanto recuerda al Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, aquel cineasta italiano que reconcilió a tantas generaciones con el cine europeo cuando ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1988 y que desde entonces pareció aliarse con el compositor Ennio Morricone hasta en una docena de películas más que han emocionado tanto con sus imágenes como con sus bandas sonoras… Tal y como emociona en el documental de Boza la banda sonora que ha compuesto expresamente Juan Manuel Mantecón.
“Yo no había visto nunca Cinema Paradiso”, confiesa Antonio Boza ahora, “y cuando la vi, hace solo unos años, quise verla muchas más veces porque sentí que era la historia de mi vida; me sentí más que identificado con todo”, insiste mientras acaricia los entresijos de uno de los proyectores que él mismo ha tardado meses en montar, como si se tratara de un puzle, y en limpiar pacientemente “porque todo estaba sucísimo, abandonado y cubierto de polvo”. La misma paciencia hubo de demostrar cuando, después de tener grabado un buen material de testimonios de gente mayor del pueblo que vivió aquella transformación gracias al cine, “se perdió todo por un fallo informático”. Como le ocurrió al mismísimo Bécquer con sus Rimas incendiadas, Antonio tuvo la determinación de volver a empezar. “Aproveché una rueda de prensa que daba Benito Zambrano en su pueblo por el estreno de El Salto [su última película] para grabarle unas declaraciones; fui a Sevilla a hacer lo mismo con María Galiana”, y así con muchos de quienes intervienen en la cinta valorando el arrojo de este cabeceño por enseñarles a los jóvenes cómo era la vida dentro y fuera de la gran pantalla cuando no había ni televisión ni internet ni youtubers…
Boza está más que agradecido a cuantas personas han accedido a participar en su documental, no solo a las docenas de vecinos que recuerdan o reflexionan sobre la influencia de aquel cine hoy desaparecido en el pueblo –hoy ya no hay ninguno-, como Juan Pedro de Miguel, Francisco Domingo Román, Isabel Moreno, Marcela Rodríguez, Romarey Boza, Francisco Beato, Consuelo de la Calle, Manolo Guerrero, José Luis Castro o Pepe Guisado, entre muchos otros, sino también a grandes de esta industria como el madrileño Ramón Langa, el actor conocido sobre todo por ser la voz del doblaje español de estrellas de la talla de Kevin Costner o Bruce Willis.
“Con Langa fue sorprendente porque conseguí un correo electrónico de su representante y le escribí ni corto ni perezoso”, recuerda Boza. “Le expliqué todo el proyecto y lo que quería hacer y me olvidé del asunto al momento, sin demasiada esperanza de que me contestasen”. Sin embargo, a las dos horas recibió una llamada telefónica de un desconocido que a Boza, y ahora se carcajea al recordarlo, le pareció el mismísimo Bruce Willis. “Ni reparé en aquel momento en que el actor americano hablaría en inglés, claro”, cuenta. “¿Es usted Bruce Willis?, le pregunté, extrañado”. Langa estaba más que dispuesto a colaborar en lo que hiciese falta, y en el documental, finalmente, no solo felicita a Boza por el resultado, sino por el objetivo que tiene todo el proyecto de ayuda a la asociación cabeceña de lucha contra el cáncer porque, en efecto, todo lo que se recaude a base de cada euro que pagan los alumnos de todos los colegios e institutos de Las Cabezas irán, íntegramente, a dicha asociación, es decir, a investigación contra la maldita enfermedad. Justamente el último día de la exposición, el próximo 27 de octubre, será la Marcha Rosa que agrupa, además, a vecinos de Lebrija y El Cuervo, y las voluntarias de la asociación venden camisetas estos días en la exposición cinematográfica.
En busca de Rosario Flores
La exposición de Antonio Boza contiene más de 300 carteles cinematográficos de grandes dimensiones –y programas de mano-, un derroche del colorido, el dinamismo pictórico, el ingenio y la síntesis del arte que aquellos cartelistas profesionales de mediados del pasado siglo –como Francisco Fernández Zarza, más conocido como Jano; o Escobar (Esc); o Montalbán- derrochaban cada semana con sus lápices y pinceles. El visitante observa la ingente cartelería de hace más de medio siglo y se arriesga a que lo asalten los veloces caballos del Oeste de todos aquellos forajidos que protagonizaron el cine americano de la época de nuestros abuelos, con tiros y relinchos a diestro y siniestro; o las inolvidables bandas sonoras de las cintas de Willy Wilder con las locuras de Marilyn Monroe, Jack Lemmon o Tony Curtis; o los estallidos interestelares de las primeras guerras de las galaxias; o el encanto de Sara Montiel; o las carcajadas de aquellos chiquillos frente a las ingenuidades o los golpes de Alfredo Landa, Pepe Isbert, Manolo Morán, José Luis Ozores o Fernando Fernán Gómez…
De entre todas las carteleras que Antonio Boza ha podido recuperar, hay una que ha tenido que sacrificar para conseguir un impagable testimonio en su documental. “La anécdota tiene que ver con mi hija Noelia, súper fan de Rosario Flores”, cuenta. “Yo quería que Rosario hablase también en el documental porque las películas de su madre, Lola, tienen un peso especial en la cinematografía de aquellos años, así que cuando vino Rosario como jurado al programa de La Voz Kids, allá que nos plantamos mi hija y yo con la cartelera de una película de su madre que tuvo mucho éxito aquí, Una señora estupenda, de 1967”, rememora Boza, que pensó que le darían el paquete, ella lo agradecería y poco más. “Pero qué va, Rosario resultó de una simpatía desbordante y se llevó mucho tiempo charlando conmigo, y por supuesto accedió a que le grabásemos un buen testimonio”.
A Antonio Boza le queda casi un mes de explicaciones, proyecciones y conversaciones nostálgicas con los amantes del cine que están saliendo de todas partes, encantados con esta labor recuperadora de la vida que, a su juicio, “es también como una gran película”. No en vano colaboran con su proyecto el Ayuntamiento cabeceño, la Diputación de Sevilla, la asociación cultural Astarté y casi un centenar de empresas locales entusiasmadas con su pasión desbordada… Él mismo se mete en su papel de guionista al explicar, en una exposición que va a quedar para la historia, la forma en que se cortaban las diapositivas según las instrucciones de la inquebrantable censura, la forma en que se colocaban las sillas de tijera en aquel patio perdido del cine de verano de sus antepasados, las cartas y requerimientos comerciales que recibía y firmaba su abuelo, las fotografías que congelaron instantes que amenazaban con ser olvidados, las listas mecanografiadas de los esperados estrenos de entonces, las risas y las lágrimas que se llevó un siglo que quedó grabado en un formato ya compatible con la sonriente melancolía del corazón.
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