¿Quién no ha pasado una tarde de invierno merendando churros en El Comercio? Es uno de esos lugares que no pueden pasar desapercibidos, porque siempre tiene en su puerta a un buen número de asiduos que desde muy temprano comienzan la ronda de desayunos, más tarde de cerveza fría y tapas caseras y por último de churros con chocolate.
Hace muy poco que Paula Rivera le dio la noticia a sus padres: “Quiero continuar con el legado del negocio familiar”. De esta manera, esta sevillana de 26 años asume las riendas de El Comercio, uno de los bares centenarios de Sevilla que desde hace 117 años viene siendo la casa del “sevillano de a pie”, como le gusta recalcar a su nueva y entusiasta encargada. Es joven y vitalista, viene llena de ideas nuevas pero es plenamente consciente y responsable de que tiene un pequeño tesoro de la historia hostelera de Sevilla entre sus manos. Hace tan solo unos meses que decidió dejar el despacho de abogados donde trabajaba para convertirse, desde la humildad más absoluta, en la nueva persona que vele por la continuidad de un comercio con tanta solera como este. “Mis padres se sorprendieron, pero están muy orgullosos y se emocionaron mucho. Yo lo que siento es responsabilidad ante todo”, cuenta Paula.
El Comercio se fundó en 1904, y como era muy común en aquella época (las historias de Papelería Ferrer o Sombreros Maquedano así lo demuestran), los planes de viajes transatlánticos jugaron un papel decisivo. En este caso, fueron Francisco y Dolores (hermanos del bisabuelo de Paula), quienes viajaron a Argentina para probar suerte, y la suerte les llegó en forma de lotería. Con ese capital, decidieron volver y fundar El Comercio, que sigue desde entonces permaneciendo prácticamente intacto. Dolores era sastra en Sevilla “una mujer muy valiente para la época, que decidió cruzar el océano en busca de nuevas oportunidades, cofundó un negocio, se encargó de la cocina y lo gestionó sola durante un tiempo”. De ella pasó al bisabuelo de Paula, luego a abuelo y más tarde a su padre, que junto a su madre lo regenta desde los años 90. “El Comercio siempre ha sido una casa de comidas, aunque nunca ha parado de reinventarse. Añadieron las tapas, los churros, los desayunos y las meriendas, todo ello sin perder la esencia de ser un bar de comida casera”.
El lugar elegido fue la calle Lineros, una vía en la que en la Edad Media se asentaron los tejedores de lino, de ahí su nombre. El bar se abrió con plena vocación de ser un lugar de encuentro para comerciantes de textiles, donde pudieran firmar y cerrar acuerdos, “el networking de la época”. Aprovechando que era una calle con mucho trasiego y punto neurálgico de mercaderes, vieron la oportunidad perfecta: “El padre de Francisco y Dolores era peluquero de la aristocracia y esto les sirvió para atraer a sus contactos”. Así, entre el golpe de suerte de la lotería, la visión estratégica de la localización y su cercanía a la aristocracia sevillana, este bar se convirtió desde el principio en uno de los lugares de comida casera con más arraigo entre vecinos y comerciantes locales.
Tras este peculiar arranque, El Comercio sigue siendo lo que es gracias al trabajo familiar pero también al de sus camareros: “Mi padre ha tenido mucha suerte. Una cosa que hay que poner por bandera y hay que agradecer es la plantilla tan buena y comprometida que tenemos. Uno de ellos lleva más de 30 años y es la mano derecha de mi familia. Ellos me van enseñando ahora mí”, explica Paula orgullosa.
"Queramos que el sevillano no se sienta excluido de su propia ciudad"
“Siempre hemos sido un bar de clientes fieles. Vivimos del cliente de diario, pero hemos sabido adaptarnos también al turismo y queremos que este sea un lugar agradable para todos”. Aun así, para Paula es importante que el público local siga teniendo su sitio, “que el sevillano no se sienta excluido de su propia ciudad, que sepan que aquí los camareros conocen a la clientela habitual”. Por eso, el objetivo de Paula es “conservar la esencia”. Esto se traduce en el trato y el ambiente, pero por supuesto también en la comida: “La forma de cocinar es casera y todo de elaboración propia. Esto es un bar típico donde los camareros cortan las patatas”.
"Quiero que El Comercio siga siendo un bar donde la gente pueda sentirse como en casa, con la comida de casa y servidos como en su casa"
Esta esencia Paula la conoce bien, pero está dispuesta a asumir con ganas todo lo que le queda por aprender: “Estoy dispuesta a que me enseñen y a equivocarme todo lo que haga falta. Que yo sea la hija del dueño no significa que vaya a ser más que nadie. Empecé estudiando y ayudando a mis padres cuando lo necesitaban, y ahora tengo sobre mí la importante labor de dar continuidad al negocio. Espero hacerlo tan bien como lo han hecho mis padres”.
El objetivo está claro: “Quiero que El Comercio siga siendo un bar donde la gente pueda sentirse como en casa, con la comida de casa y servidos como en su casa”. Esta férrea motivación resulta comprensible, sobre todo cuando mucho bares y negocios de la zona han perdido esta esencia que les caracterizaba, o directamente ya no existen, “muchos bares están dedicándose a los turistas y dejando de lado el sevillano”. Respecto al auge turístico que vive la ciudad, Paula considera que “pueden convivir ambos y que estén todos juntos. El turista reconoce lo auténtico y para que eso suceda de verdad, los bares tienen que seguir siendo lugares buenos y accesibles para la gente de aquí”.
Aún así, Paula es una persona optimista que ve con buenos ojos los cambios que vive la ciudad, “Sevilla se ha convertido en una ciudad que la gente quiere venir a ver”, y también los propios cambios que tienen que emprender los negocios por lo tiempos que corren y por la pandemia, “los cambios siempre son a mejor, todos nos tenemos que recuperar poco a poco pero la mentalidad es esperanzadora. Yo creo que si nos limitamos a centrarnos en lo que tenemos, nos estancamos y nos perdemos. Tenemos que adaptarnos a todo lo nuevo que pueda llegar”.
Esta autenticidad va acompañada también por un edificio del siglo XVIII que la familia ha sabido conservar respetando todo lo que se ha encontrado original, incluidas las paredes y las vigas. Desde este genuino lugar se ha escrito parte de la historia comercial sevillana, y cómo no podía ser de otra manera estando en este lugar del mundo, la gastronomía típica ha estado presente.
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