En un extremo de Puerto Sherry, el puerto deportivo situado en el extremo sur de El Puerto de Santa María, los martillazos se escuchan desde lejos. La maquinaria, sobre todo sierras eléctricas y lijadoras, funcionan a pleno rendimiento. El ruido, por momentos, es ensordecedor.
Dentro de las naves, divididas en dos partes, hay una atarazana, es decir, un recinto donde se reparan embarcaciones. En este caso, barcos de vela clásica. De 50 años en adelante. Alguno roza el siglo. En su resurrección se esfuerzan en torno a una decena de carpinteros de ribera, un oficio en cuasi peligro de extinción, que aquí se esfuerzan en revitalizar.
Con la idea de recuperar este oficio —entre otras muchas— en una localidad tan marinera como El Puerto nace en 2021 la Fundación Vela Clásica de España, que preside Valle de la Riva, presidenta de Puerto Sherry y de la citada fundación. De momento, ya hay nueve trabajadores en la atarazana. Si salen proyectos importantes que se están gestionando, serán más.
Más allá del romanticismo de conservar el oficio, el proyecto de la Fundación Vela Clásica de España pasa por generar empleo y oportunidades. Empleo para quienes, como Lea Conteau, han querido formarse en una profesión que solo se aprende a pie de tajo, a base de muchas horas de aprendizaje constante. Y oportunidades a jóvenes como Raúl Serrano, que llegó en prácticas a través de Afanas, y se ha quedado contratado.
Al frente del taller está Antonio Oliver, un valenciano que ha estado 14 años trabajando como carpintero de ribera en Francia, al que han repatriado para que se estableciera en El Puerto. Oliver, que es hijo y nieto de carpinteros de ribera, se terminó decantando por un oficio que lleva en la sangre. No se ha dedicado a otra cosa en su vida.
“Son oficios a los que hay que dedicar horas”, sostiene Oliver, maestro carpintero a quien le gusta de su trabajo “el reto diario” que supone afrontar problemas con los que ni soñaba cuando entra en el taller. Es lo que tiene trabajar con barcos con muchas décadas de vida.
Para Oliver, lo único que diferencia a un carpintero “normal” de un carpintero de ribera son las técnicas que utilizan. “Nosotros trabajamos más con curvas que con escuadras”, explica. Y el tiempo empleado. En su caso, son proyectos muy largos, que nunca se sabe cuanto pueden durar. Se sabe cuándo se empieza, pero no cuándo se acaba… Y eso también hay que saber explicárselo a los propietarios de barcos clásicos. “Hay que aplicar psicología de cara al cliente, para que sepa qué ha comprado”, dice Oliver.
Al fondo del taller está Lea Conteau, que se afana en la reparación de un pequeño barco de vela, que está en el esqueleto. Había que cambiarle solo unas tablas, pero empezaron a aparecer problemas… Con suerte, dedicará, junto a su pareja Javier, también carpintero, un año en repararlo. Si no surge nada nuevo, que es muy posible.
“Si quieres tener cada día muy claro lo que vas a hacer, este no es tu lugar”, comenta Conteau, una joven francesa que estudió Bellas Artes, pero que terminó en la escuela Albaola del País Vasco, una de las pocas del país que forma a carpinteros de ribera.
Ella, durante su formación, practicaba con réplicas de barcos del siglo XVI, por lo que los que repara ahora, de 50, 60 o 70 años —un siglo, como mucho—, le parecen hasta “modernos”. Es una mujer en un campo tradicionalmente de hombres, aunque dice que en la escuela había mayoría de féminas. Sigue estando lejos la igualdad, “pero hay muchas más mujeres que hace diez años en carpintería naval”.
Ahora hay mejores herramientas y, aunque hace falta fuerza, “también cabeza”, apunta Lea, una carpintera de ribera que, como sus compañeros de oficio, no para de aprender. Cada barco es un mundo. En cada época ha habido técnicas de construcción distintas. Los problemas a los que se puede enfrentar, son infinitos. Una vez terminado, hay que colocar todos los elementos y hacerlo navegar, para comprobar que todo está en orden. Ah, y mantenerlo periódicamente, claro.
“Lo primero que tienes que hacer es pensar bien por dónde empezar, los pasos que tienes que dar durante todo el proceso”, explica la carpintera de ribera. En este oficio también hay mucho de planificación, mezclado con la improvisación que se requiere para ir sorteando obstáculos.
Por la atarazana no para quieto Raúl Serrano, de 36 años, quien lleva tres contratado por la fundación. Él se encarga de labores de mantenimiento de los barcos. Lo mismo arranca periódicamente las embarcaciones, para asegurarse de que todo está bien, que comprueba velas, revisa los baños o recoge la atarazana cuando es necesario.
"Había hecho prácticas en otras empresas, pero aquí descubrí que me encantan los barcos", comenta Serrano, que llegó a través del convenio que la entidad tiene con Afanas. "Antes de que salgan —normalmente, para participar en alguna regata— nos aseguramos de que todo esté perfecto", apunta.
Gipsy, Livia, Giraldilla, Guadalmina...
La Fundación Vela Clásica de España tiene cuatro barcos en propiedad y cinco asociados. Entre ellos, el Gipsy, un ketch cangrejo que está a punto de cumplir un siglo (1927) y que fue construido con retales del buque escuela Juan Sebastián Elcano. Durante su historia ha pertenecido a distintas familias, y hasta fue barco espía durante la Guerra Civil —por eso se ven signos de disparos en algunos de sus palos—. Actualmente, mantiene entre un 30 y un 40% de las maderas originales.
O el Livia, un Yawl 42’ construido en 1964 en los astilleros de Pollença (Mallorca), y diseñado por Lewis Francis Herreshoff en 1958. Era propiedad de Emilio Espinosa, presidente de la Fundación Hispania de Barcos de Época, cuando la borrasca Filomena lo arrasó y lo dejó semihundido. Entonces, llegó a la atarazana de Puerto Sherry para volver a la vida.
O el Guadalmina, un queche de 42 pies construido en madera en los astilleros Carabela entre 1974 y 1975. O el Giraldilla (1963), que fue propiedad de Juan de Borbón. De todos habla con orgullo Javier Gorbeña, vicepresidente de la fundación, que atiende a lavozdelsur.es. "Los fundadores somos armadores de barcos de madera clásicos y quisimos hacer una fundación para poder conservar estos barcos, que forman parte del patrimonio náutico español", explica.
Una cosa llevó a la otra, y dentro de la entidad se impulsó un proyecto para que se pudiera formar y dar empleo a carpinteros de ribera en El Puerto. "La idea era preservar los barcos y también la creación de puestos de trabajo en la Bahía de Cádiz", comenta Gorbeña. Además, asumen el reto de inculcar la pasión por los barcos de vela clásica a jóvenes.
Para la construcción de la atarazana, la fundación ha recibido ayuda de Diputación de Cádiz, a través del programa Dipuinnova Plus, que les ha permitido ampliar las instalaciones. En breve, si sale un proyecto importante, puede que requieran más espacio. Y generen más empleo.
"Las condiciones de trabajo en El Puerto son muy buenas, sobre todo por la climatología", agrega Javier Gorbeña, vicepresidente de la Fundación Vela Clásica de España. Además, contar con el apoyo de Puerto Sherry —su presidenta también preside la entidad— también fue importante para su fundación en este punto de la geografía española.
"La madera no es el coste mayor en la restauración de un barco de este tipo, es el tiempo. El personal. Lleva mucho tiempo conformar la madera, conseguir que se curve, y reparar estos barcos", cuenta Gorbeña, quien añade: "Lo más importante es la experiencia". Experiencia como carpintero de ribera, tratando maderas nobles —caoba o roble, principalmente, o teca para las cubiertas—, y abordando proyectos que se cuecen lentamente. Sin prisas, pero sin dejar de resolver problemas. Un oficio artesano que tiene una nueva vida en El Puerto.
Comentarios