Kenia, Agra, Aguileña, Única, Mágica y Levante. “Si las pintas de negro, sé cual es cada una”, dice un hombre mientras el fuerte viento se desliza por su cara. A su espalda se divisa el imponente embalse de Barbate, y frente a él once hectáreas de campo. Antonio Coca Mesa, de 31 años, reconoce a sus burras por sus andares y sus rebuznos. Sabe identificar como la palma de su mano a las hembras reproductoras a las que acaricia cariñosamente.
Las burras de la ganadería de Coca caminan libres por la finca de su abuela, ubicada en Alcalá de los Gazules. “Estas son mis niñas”, dice el alcalaíno al mismo tiempo que se le escapa una sonrisa. Su rostro desvela el amor que siente hacia estos animales a los que no les quita ojo. “Vengo aquí todos los días, esto es mi terapia. Si no vengo, me falta algo”, confiesa con su mano en la nuca de Kenia.
Cuando se le hace tarde, se desplaza desde Jerez, su lugar de residencia, hasta la parcela con una linterna en la mano. Y si está de vacaciones, pide a la persona que deja al cargo hacer una vídeollamada diaria. “Si no, no me quedo tranquilo”, cuenta.
Son pura raza andaluza asnal —una de las cinco razas de burros existentes en España— y están en crítico peligro de extinción. La mayoría tienen una consanguinidad altísima por lo que resulta complicado encontrar a los que no tienen parentesco.
En plena naturaleza, Antonio comparte recuerdos de su infancia con esta especie. “Cuando iba con mi abuelo a jugar al dominó, me quedaba montando una burrita que tenía su amigo. Me gustó, y mi familia me decía que si sacaba buenas notas, me iba a comprar una”, cuenta. A los 13 años adquirió la primera y, con la mayoría de edad se dio “un pequeño capricho”, de pura raza andaluza.
Nunca dejó de lado su pasión pese a que, tras estudiar un grado en Magisterio y especializarse en Educación Física, se mudó a Londres para poder obtener el título de inglés. Allí fregaba platos, cortaba el pelo y dio sus primeras clases como maestro. Pero, una vez conseguido su objetivo, regresó a su tierra para conseguir las oposiciones que le abrieron las puertas a un puesto en la educación pública.
Actualmente, es profesor y tutor de Primaria en el CEIP La Marquesa de Jerez. Cuando no está en las aulas, es habitual encontrarlo entre sus burros, esos por los que lucha para que no se extingan. En febrero de 2021, junto a cuatro compañeros que comparten la misma afición, crearon la Asociación del Asno de Pura Raza Andaluza (Asnopra).
"La mecanización ha desplazado al burro"
“El libro genealógico estaba libre, no lo gestionaba ninguna asociación ni la Junta, o lo cogíamos o esta raza se perdía. Estamos intentando darle salida al burro porque la mecanización los ha desplazado”, explica Antonio, que se llevó un buen susto cuando comenzaron a actualizar los datos de este año.
El grupo pensaba que había más ejemplares de los que finalmente han quedado. “Nos llevamos la manos a la cabeza, creíamos que había más de 600, pero cuando contrastamos las cifras, muchos estaban muertos y no se habían dado de baja”, comenta tras el recuento.
En la actualidad, pese a que este año la asociación ha inscrito a 105 burros de esta raza, el censo contabiliza 435 en todo el mundo. Una cifra alarmante que tiende a descender. “Cuando yo tenía ocho años, en este pueblo el número era mayor, ahora soy el único criador, habrá dos o tres más pero con burros que vienen de los míos”, detalla.
Los pocos ejemplares que quedan en el planeta están repartidos por diferentes países, en concreto, Antonio tiene constancia de que hay compañeros criadores en Francia, en México, en Bélgica y en el norte y centro de España —aparte de los suyos. Las personas que apuestan por su cría en estos rincones facilitan que haya “sangre nueva” y, por tanto, más posibilidades de aumentar el censo, que, al fin y al cabo, es la razón de ser de Asnopra.
"Han sido los pies y las manos del hombre"
Dos perras muy revoltosas brincan a los pies del profesor mientras Kenia, sosegada, parece estar escuchando las palabras de su dueño. “Todo nuestro trabajo es para conservar la raza, esa nuestra lucha, que no se pierda esta raza que ha dado tanto por nosotros a lo largo de la historia. Han sido los pies y las manos del hombre. Sin el burro no hubiésemos tenido todo lo que tenemos ahora”, sostiene el alcalaíno, que pone en valor las características del asno.
Para él, su mejor cualidad es “la nobleza”, además presentan “alegría” en su movimiento. “Van andando muy flamencos”, sonríe Antonio al mismo tiempo que regala piropos a sus burras, que comparten la misma talla, unos 56 centímetros a la cruz.
“Son animales muy resistentes, ellos siempre han sido del pobre, con poco trabajaban mucho”, comenta delante de unas bellas vistas al embalse. Desde este rincón quiere mostrar al mundo que esta raza es igual de funcional que un caballo y que, por tanto, puede ser útil en distintos ámbitos. Las hembras se usan para que nazcan nuevos mulos, especie que procede del cruce entre una yegua y un asno. Pero también tienen su espacio en el mundo del turismo, en rutas, o en los trabajos del corcho, donde no son comunes porque los pocos ejemplares que hay están destinados a la reproducción.
Todas se mantienen cerca de su dueño y se muestran tranquilas junto a él. “Intentamos salir del prototipo del caballo y poner el foco en el burro, que es igualmente fuerte y más dócil. Con tres o cuatro días montándolos, pueden hacer una romería, y un equino no la hace hasta cuatro meses”, expresa. Incluso ha llegado a completar el Camino de Santiago montado en ellos.
Además, acerca esta especie a los centros educativos con el fin de que los alumnos y alumnas la conozcan y les motiva a que se interesen en descubrirla. “Ahora mismo hay un grupo de jóvenes luchando por esta raza, pero queremos que continúe y nosotros dentro de 20 años necesitaremos el relevo”, dice.
En primavera, las burras que le rodean comenzarán a parir y el joven madrugará para poder ver antes de ir al colegio si las crías llegan al mundo sana y salvas. Según explica, es una raza delicada y no es tan sencillo obtener más ejemplares.
El año pasado presenció seis bajas entre hembras muertas de cólico, crías asfixiadas o abortos. “Si una burra se lleva un año sin parir, cuesta mucho que lo haga, puede coger infecciones en el útero, y cuando trae dos crías, es un problema porque que sigan las dos adelante es casi imposible”, detalla.
A Antonio le brillan los ojos cuando mira a los animales con los que guarda un vínculo emocional. Él sufre y disfruta con ellos. Lanza una última reivindicación. “Esta raza está olvidada y es necesaria, no sabemos lo que nos depara el futuro. ¿Y si tenemos que volver a tomar manos de ellos?”.
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